miércoles, 22 de abril de 2009

- GAIA -




Día Mundial del Planeta Tierra

Gaia


Alina Diaconu
Para LA NACION
Noticias de Opinión


¡Haremos la ronda infinita,
la iremos al bosque a trenzar,
la haremos al pie de los montes
y en todas las playas del mar!


Gabriela Mistral


Hoy es el Día del Planeta Tierra. En verdad, como suele decirse del Día de la Madre, el Día de la Tierra debería ser todos los días. La Tierra es nuestra madre primigenia, tantas veces ignorada, abandonada y dañada.

Hablar de la Tierra es hablar del medio ambiente en que todos respiramos, vivimos, soñamos, construimos, amamos, mientras estamos aquí. Pero ¿cuán conscientes somos de ello? Por fortuna no son pocos los esfuerzos que desde varias organizaciones e iniciativas privadas se hacen para que paremos de ser -quienes habitamos el planeta- los terribles depredadores en que nos hemos convertido.

El año 2008 fue declarado por la Unesco el Año Internacional del Planeta Tierra, con el lema "La ciencia de la Tierra al servicio de la sociedad". La meta de la convocatoria era "construir sociedades más saludables, prósperas y exentas de riesgos gracias a la utilización eficaz de los conocimientos de unos 400.000 especialistas en ciencias que hay actualmente en esta Tierra".

Ya en los años 80, el físico y químico Ilya Prigogine (Moscú, 1917 - Bruselas, 2003), premio Nobel de Química, manifestaba que "la ciencia debe unir al hombre con el Universo", que el papel de la ciencia era el de encontrar esos vínculos. ¿Se están poniendo en práctica esas ideas?

En la reciente Asamblea Internacional Indígena, que tuvo lugar en Brasil dentro de la novena sesión del Foro Social Mundial (FSM), comentada por el comunicador indígena mexicano Genaro Bautista, se pedía una movilización mundial para la defensa y protección de la Madre Tierra "para evitar el suicidio planetario". Se llamaba, además, a todos los pueblos indígenas del mundo y a todos los "pueblos originarios" ("hijos e hijas de la Madre Tierra") "a unirse en esta hora grave y mortal para el planeta".

En otro acto, celebrado el 28 de enero, también en la zona amazónica brasileña, se advirtió sobre el hecho de que "la Amazonia perdió en los últimos tres años 80 millones de hectáreas de selva por actividades de desarrollo no duradero". Nosotros sabemos algo de esto en la zona de Tartagal, donde las recientes inundaciones tuvieron ese mismo origen y, antes de Salta, en otras provincias.

En su artículo titulado Defensa de la Tierra, objetivo de indígenas en FSM , Bautista cuenta que los indígenas enfatizaron "que son los únicos protectores de la naturaleza, que a ellos corresponde combatir la deforestación causada por la agricultura de monocultivos y los grandes proyectos energéticos, mineros, petroleros, en una lucha que ahora se reconoce coincidente con el interés de toda la humanidad ante la amenaza de un cambio climático". Recientemente leíamos una elocuente frase reproducida en un precioso libro dedicado a los amerindios: "Haber nacido como seres humanos en esta tierra nos impone un sagrado deber. Tenemos una responsabilidad sagrada por obra de los dones especiales recibidos, superiores a los de las plantas, los peces, los bosques, las aves y los demás seres vivos del mundo. Hemos de cuidar de todos". (Audrey Shenandoah, indígena onondaga.)

La Tierra está pasando por un gran proceso de transformación. Los problemas que la acosan (que nos acosan) son el agujero en la capa de ozono y el calentamiento de la atmósfera (alrededor de 4ºC), la deforestación, la contaminación de los océanos (con productos no biodegradables), la contaminación creciente del aire (por el aumento de la basura), el incremento demográfico, la fauna con posibilidades de extinción, el derretimiento de los glaciares, la futura escasez de alimentos. Los pronósticos en este sentido son escalofriantes.

En un artículo aparecido en el New Scientist , firmado por Gaia Vince (¡Gaia!)y publicado en este mismo diario, leemos: "Este (el mundo del futuro) será seguramente un mundo mayormente vegetariano: los mares casi no tendrán peces, los moluscos se extinguirán, las aves de corral podrían tener cabida en los límites de las tierras cosechadas, pero no habrá lugar para que pasten los animales". El aumento de la temperatura producirá tormentas, se extenderán los desiertos y subirá el nivel de los océanos. "Sobrevivir con la cantidad actual de seres humanos o incluso aumentarla será posible, pero sólo si empezamos a cooperar como especie para reorganizar radicalmente nuestro mundo", afirma la autora de la nota.

"Para estar realmente a salvo, tendríamos que reducir en un 70% nuestras emisiones de carbono para el año 2015", sugiere el holandés Paul J. Crutzen, otro de los premios Nobel de Química.

Vuelve a nuestra memoria la interesante teoría del científico británico que trabajó en la NASA, James Lovelock. Con la colaboración del escritor William Holding (autor de El Señor de las Moscas ), Lovelock llamó Gaia (nombre de la diosa Tierra) a nuestro planeta. Lo consideraba un único ser viviente, una totalidad trepidante de vida, una entidad autorregulante.

Isaac Asimov expresó así esa concepción de su amigo: "Sí, Gaia, la del ancho seno, eterno e inquebrantable sostén de todas las cosas, la que fue diosa de la Tierra para los antiguos griegos es un organismo vivo. Todo nuestro planeta es un organismo vivo, magníficamente dotado para dar a luz las condiciones medioambientales óptimas para el desarrollo de plantas y animales. (?) Gaia, la Gran Madre, tiene que sufrir las bofetadas de sus propios hijos favoritos, los hombres". Y luego Asimov sintetizó perfectamente la teoría de Lovelock: "Es la idea de que la vida (toda la vida de la Tierra en su conjunto) interacciona y tiene la capacidad de mantener un entorno de manera que sea posible la continuidad de su propia existencia".

Si la hipótesis de Gaia fuera cierta, ¿no será que cualquier acción (positiva o negativa) del ser humano -su huésped pensante- influiría en la totalidad? Se nos ocurre conjeturar, entonces, que no sólo las malas acciones del hombre -en la devastación de la naturaleza, en las guerras y en todo hecho de violencia- afectarían el globo, sino también sus (nuestras) emociones todas, las más íntimas. Cuanto más oscuras sean nuestras reacciones, nuestras pasiones, nuestros sentimientos y resentimientos, cuanto más "contaminantes" nuestras salidas emocionales, más daño se produciría a ese gran cuerpo vivo, sensible, receptivo, impresionable, que sería nuestro planeta.

Y luego, claro, pasaría como con los bumeranes: esas emociones, en su negatividad, en su toxicidad, afectarían al conjunto de la Tierra y a cada uno de nosotros en particular. Por el contrario, si Gaia recibiera aun la más sutil de las vibraciones, y por supuesto todo lo que fuese una actitud positiva, amorosa, compasiva, solidaria, generosa, seguramente se haría eco de esas energías en su intimidad vital y algo cambiaría globalmente.

Esto se ejemplificaría perfectamente con aquel dicho (conocido como "el efecto mariposa") que afirma que cuando una mariposa aletea en China, un huracán se desata en el Caribe. Esta sería la hipersensibilidad de Gaia. La más pequeña perturbación de cualquier índole podría producir un efecto enorme en ese "organismo vivo", sensitivo, que es nuestra Tierra.

Hoy, James Lovelock es pesimista. Cree que los únicos sitios que tendrán suficiente agua en el futuro serán las altas latitudes y que allí se refugiará toda la vida. El resto del mundo "será un gran desierto con algunos pocos oasis".

Quizás estemos a tiempo para revertir las cosas. Los políticos y los empresarios tienen una gran responsabilidad, pero también cada uno de nosotros en su manera de actuar, y en su forma de pensar, de sentir y de manifestarse.

"Ten cuidado cuando hables. Con tus palabras, creas el mundo alrededor de ti." Así reza un adagio de los indios navajos que estaría perfectamente de acuerdo con la hipótesis de Gaia.

También sería afín, entre nosotros, una propuesta de Cristian Frers (especialista argentino en gestión ambiental) que leí en Internet y que sugiere lo siguiente: "Lo más positivo que se puede hacer hoy es plantar un árbol. O una planta en el jardín o en el balcón. Si hoy todos reaccionáramos con una nueva planta o árbol, serían 600 millones de vegetales más en el planeta, y si fuéramos capaces de mantener esta actitud durante todo un año, uno por mes, la Tierra comenzaría nuevamente a respirar, los cánceres de pulmón y de piel disminuirían, en la próxima primavera tendríamos más aves".

Y, para concluir, suena en nuestros oídos aquella inolvidable canción de John Lennon, Imagine , que, en su última parte dice: "Imagínate a todo el mundo, compartiendo el mundo./ Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único./ Espero que algún día te unas a nosotros, y el mundo vivirá como uno".

Parece un himno a Gaia, un llamado a la esperanza.

La última novela de la autora es Avatar, (Ediciones B).

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