martes, 14 de abril de 2009

- LEGADO -



El legado económico de Raúl Alfonsín


Con la democracia se come


Federico Sturzenegger
Para LA NACION
Noticias de Opinión




Para una sociedad tan falta de próceres contemporáneos, la muestra de respeto y afecto unánime que ha provocado la muerte de Raúl Ricardo Alfonsín se siente como una brisa de aire fresco que ha oxigenado a la sociedad en su conjunto. La historia se encarga de poner las cosas en su lugar. En este caso, al hacer honor, mejor que nunca, a aquella frase que se atribuye a Ronald Reagan. Decía: "Para tener una Presidencia exitosa bastan dos ideas, y aun así no estoy seguro de si no sobra una...". Es que Alfonsín accedió a la Presidencia con el único fin de mejorar la institucionalidad de los argentinos. Los años han venido con una consolidación de la democracia y demostraron ?sólo el tiempo podía hacerlo? que ese cometido fue cumplido exitosamente. Una idea y un logro. No se necesita más si se trata de una idea fundacional, inspiradora y exitosa. Y, en este caso, lo fue, porque la institucionalidad es el puente para que la sociedad pueda florecer en todos sus ámbitos. En el caso particular de Alfonsín, se le sumó un condimento adicional: la austeridad de su vida después de haber dejado el poder, muestra contundente de que su paso por el poder no fue usado para el enriquecimiento personal. Con tanto a favor, no es sorprendente la respuesta con la que hoy lo honra la sociedad.

Por muchos años, este legado político de Alfonsín fue opacado por la debacle económica que vivió su gobierno. No es para menos. Durante su gestión, los argentinos nos empobrecimos un 13%, los niveles de pobreza e indigencia crecieron un 35% y un 50%, respectivamente; la inflación alcanzó niveles impensados, se impusieron inútiles controles de precios, la economía continuó cerrada al resto del mundo, el déficit fiscal nunca fue menor del 4% del PBI y poco se hizo para reducir los bolsones de corrupción que representaban las grandes compañías públicas que el país arrastraba como un lastre durante décadas. Los saqueos y la hiperinflación fueron el resultado de una política económica que rápidamente fue agotándose y que, como todos sabemos, precipitó una salida anticipada del poder.

Hoy la historia, necesariamente, nos obliga a replantear lo ocurrido en esos años. No sólo porque ahora vemos con claridad el adverso contexto internacional en el que tuvo que navegar el primer gobierno de nuestra democracia, sino porque si el legado político de Alfonsín es el legado de una democracia consolidada, el legado económico de Alfonsín no es el de su gobierno, sino el todo el período democrático. Alfonsín entendía que la democracia es un mecanismo por el cual una sociedad elige buscar las soluciones a sus problemas, un mecanismo que permite ir ajustando las políticas para adecuarlas a las necesidades, una vía de comunicación entre gobernantes y gobernados que permite generar las soluciones que le interesan a la población. Si es así, no es tan relevante lo que haya hecho Alfonsín durante su gestión (de hecho, cualquiera puede equivocarse), sino lo que hizo el "sistema de decisión colectiva" que él hizo posible.

¿Qué dicen los números sobre este legado? Si usáramos las estadísticas oficiales (correctas durante la mayor parte de este período), nos mostrarían dos hechos contundentes. Por un lado, un no muy buen desempeño económico; por el otro, un marcado deterioro en la distribución del ingreso. De hecho, entre 1984 y 2007 el crecimiento del ingreso por persona fue de sólo el 35%, esto es, una magra tasa del 1,3% anual. Por otra parte, la distribución del ingreso, también según los números oficiales, parecería haber sufrido un deterioro significativo. El coeficiente del economista italiano Corrado Gini, la muestra más comprensiva de la distribución del ingreso, muestra un deterioro del 11% entre 1984 y 2005.

Sin embargo, en un trabajo reciente, realizado con Pablo Gluzmann, de la Universidad Nacional de La Plata, ponemos pies para arriba esta interpretación del legado económico de la democracia en la Argentina. Para ir directamente a nuestra conclusión, encontramos que el crecimiento de los ingresos de los argentinos ha sido un 62% más alto que el medido, y, más sorprendente aún, que la distribución del ingreso es hoy mejor a la que la sociedad vivía a principios de la democracia.

La metodología que usamos replica otra que se ha puesto de moda en círculos académicos internacionales para estimar los "sesgos", o errores, que producen las estadísticas económicas, sobre todo las que miden los niveles de precios. El efecto para un país medianamente estable, como los Estados Unidos, ronda el uno por ciento anual, pero estimaciones para Brasil, donde la apertura comercial generó muy significativos cambios en las alternativas de consumo, dan sesgos de aproximadamente el cuatro por ciento anual. La manera de captar los sesgos parte de explorar la relación, muy estable, que existe entre el porcentaje del ingreso que una familia dedica al gasto en alimentos. Si esta relación se desvía con el tiempo, se debe a un problema de medición.

Para hacer este cálculo, con Gluzmann tomamos las encuestas de gastos de 1985/1986, 1996/1997 y 2004/2005. Aplicando la metodología, encontramos que el sesgo anual es del 4,7% anual, lo que implica que durante todo el período el ingreso real fue creciendo no al 1,3%, como dicen los números oficiales, sino al 6% anual. Entre 1995-1996 y 2004-2005, el error de medición es similar al de EE.UU. ?un uno por ciento anual?, lo que quiere decir que la mayor parte de la mejora se produjo en el período 1984-1985 y 1995-1996, en el que los ingresos crecieron a una tasa que era un 7,6% superior a lo medido. Como en el caso de Brasil, considero que esto se debe al proceso de liberalización comercial que se produjo en la Argentina de esos años.

Los resultados de nuestro trabajo en lo que hace a la distribución del ingreso son igualmente impactantes. Muestran que la distribución del ingreso fue mejor en 1996-1997 que a principios de la muestra, y muchísimo mejor en 2004-2005 que en 1996-1997. Los números son tan fuertes (muestran una mejora del 16% en el que las series oficiales mostraban un deterioro del 11%) que hasta podrían considerarse poco creíbles. Pero por lo menos indican que si no se está dispuesto a "comprar" plenamente el resultado obtenido, al menos se debe aceptar que el deterioro en la distribución del ingreso ha sido muy inferior al que usualmente se asume.

Ser un estadista es darle a la sociedad una visión sobre un camino posible para avanzar, que luego es validada por la realidad, lo que demuestra que esa visión había marcado el camino correcto. Alfonsín terminaba sus discursos con el preámbulo de la Constitución nacional, para remarcar, como él mismo lo decía, la importancia de la institucionalidad. Pero también reiteraba: "Con la democracia, se come; con la democracia, se educa, y con la democracia, se cura", porque, a su entender, éstos eran los beneficios que la institucionalidad traería aparejada.

Si tomamos en cuenta que desde la recuperación de la democracia la mortalidad infantil bajó del 29,7 por mil en 1983 al 12,9 en 2006, que la tasa de analfabetismo ya había caído del 6,1% en 1980 al 2,8% en 2001, que los ingresos reales de los argentinos crecieron un 6% por año (y no un 1,3%), con una distribución del ingreso que no se habría deteriorado, se concluye palmariamente que aquella visión de que las instituciones vendrían con un mejor desempeño y calidad de vida se ha cumplido con creces. No lo hizo él todo, por cierto. En algunas de estas dimensiones, se retrocedió durante su mandato. Pero igualmente cierto es que él dio el marco que posibilitó el contexto que hizo que estos progresos fueran eventualmente posibles. Los números dicen de modo contundente que, aun con la conciencia de todo el trabajo que queda por hacer, efectivamente, con la democracia, se come, se educa y se cura. Por eso es fácil hoy, con la perspectiva de la historia, ubicar a Alfonsín en el terreno de los estadistas.

El autor es economista. Es presidente del Banco Ciudad de Buenos Aires.

No hay comentarios: