miércoles, 25 de junio de 2008

- MAS GOOGLE -


Por amor a Google



Por Silvia Hopenhayn
Para La Nacion



Ella parece rara. El estilo del libro es raro. Quizá porque escribe sobre un fenómeno nuevo. La “googlemanía”. El clickeo en busca de un saber inmediato, liviano, acotado. Ella es filósofa parisina, también filóloga. Su nombre es Barbara Cassin y sabe mucho de lenguas, sobre todo de vocablos intraducibles, de culturas remotas que persisten en los tiempos modernos. Como parte de sus jugarretas (siempre incisivas) también ha dirigido la edición de Posiciones de la sofística y el monumental Vocabulario europeo de las filosofías. Otro ensayo, aún sin publicar aquí, de lectura tentadora, es Ver a Helena en toda mujer: de Homero a Lacan (2000). Pero su libro más actual, y de flamante edición en nuestro país, trata sobre ese lugar poderoso, libre, pseudoenciclopédico llamado Google, que pergeñaron Page y Brin en 1997.

Bajo el titulo Googléame, Cassin habla de este motor de búsqueda como si estuviera haciendo picar un concepto en una cancha cuyos límites aún no están trazados. Comienza con una anécdota: la búsqueda de su propio nombre, Barbara Cassin, en Google, más las extrañas coincidencias que suele producir el rastreo autorreferencial. Sigue con ejemplos, estrategias y un poco de la historia de la Red. Lo interesante es que no se trata de un ensayo, una crónica, ni un panfleto o manifiesto. Es una apuesta de escritura diferente, más cortante, a veces irónica, pero también abierta a las paradojas del mundo actual. Su propia manera de referirse a Google desafía las formas del saber. Es una suerte de salpicado que produce un efecto de curiosidad y de cierto descontento.

Cassin no condena el invento, más bien indaga en sus bordes. Incluye así sus propias impresiones: por un lado, “la de estar en un momento en que todo es posible, incluso influir a partir de ninguna parte” y luego, aquella sensación de que “todo se juega sin nosotros, la técnica es la que decide acerca de lo posible, lo actual del futuro, antes de que nos hayamos dado cuenta”. Esta ambivalencia frente a un fenómeno tan extendido como Google –que de nombre pasó a verbo– hace de este libro un especie de brújula loca que plantea varios horizontes posibles. Pero, sobre todo, nombra a una cultura que, según Cassin, se inscribe en un género: “Yahoo! es un nombre de western”. Es el “feo” en el film El bueno, el feo y el malo, de Sergio Leone.

También hace referencia al logo, siempre con colores, para chicos y grandes. Pero quizá sea en el origen mismo de la palabra que se inscribe la falla. Google surgió de una falta de ortografía que le permitió existir. Sus creadores habían planeado llamarlo Googol, el nombre de una cifra enorme que, representada en dígitos, es un 1 más cien ceros, pero esa palabra ya había sido inventada por el pequeño Melton Sirotta, sobrino de nueve años del matemático Edward Kasner. Por suerte, un error de tipeo les permitió patentar la palabra Google, que no estaba registrada.

Este origen azaroso asusta, desde el momento en que uno de los preceptos más firmes de Google es que no ofrece ninguna garantía sobre lo que difunde. Como en un western: un espacio sin garantías, con la libertad de Rimbaud.

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