domingo, 31 de mayo de 2009

- SCALABRINI ORTIZ -




Raúl Scalabrini Ortiz


UN HOMBRE SOLO ESPERANDO



Raúl Scalabrini Ortiz (Corrientes, 14 de febrero de 1898 – Buenos Aires, 30 de mayo de 1959), fue un pensador, escritor y poeta argentino, agrimensor de profesión. Fue amigo de Arturo Jauretche y Homero Manzi, con quienes formó parte de FORJA. Adhirió a la corriente revisionista de la historiografía argentina.





Fue hijo del naturalista Pedro Scalabrini quien dirigio el museo de la ciudad de Paraná , Entre Ríos. Llega a Buenos Aires para estudiar Ingeniería en la Facultad de Ciencias Exactas y tempranamente se acerca al circulo de intelectuales y escritores que se reunian en torno a la figura de Macedonio Fernandez.





Su primera publicación fue una coleccion de cuentos breves reunidas en el libro "La Manga" en 1923. Al año siguiente se vincula a la revista literia Martín Fierro dirijida por Evar Mendez. En 1931 publica "El hombe que esta solo y espera" con el cual obtiene reconomiento de los circulos intelectuales y recibe el premio Municipal.





Luego de este reconomiento como escritor decide dedicarse de lleno a la investigación socioeconómica e histórica nacional. Todas su obra posterior estará relacionada estas investigaciones.





Formó parte de la revolución radical Yrigoyen de 1933 junto con otros intelectuales. Luego de la derrota se exilia en la Alemania Nazi, donde comienza a escribir sobre su visión sobre la cuestion Nacional. En 1935 regresa a la Argentina y se aproxima a la Fuerza de Orientación Radical de la Juventud Argentina| de Arturo Jauretche, Gabriel del Mazo, Luis Dellepiane, Homero Manzi, Julio Darío Alessandro y otros, aunque mantiene su idepedencia (se afiliará recién en 1940 cuando la agrupacion se separa del partido Radical).





Como parte de su acción dentro del movimiento escribira y publicará numeros estudios en los "Cuadernos de FORJA" asi como dará numerosas conferencias sobre temas relacionados con la dependencia Argentina y los como se mueven los hilos del poder económico del país. Dedicidamente su tema principal seran los ferrocariles ingleses los que considera claves para el funcionamiento colonial. Dira de que los rieles del ferrocarril son "una inmensa tela de araña metálica donde está aprisionada la República".





En 1939 durante la II Guerra Mundial funda el periódico "Resistencia" desde el cual apoya la neutralidad de Argentina durante la conflagración, pero debido a la falta de publicidad debe cerrarlo luego 41 dias de funcionamiento.





En 1943 por diferencias con las posturas respecto de la revolucion del 4 de Junio del GOU (Grupo Oficales Unidos) reuncia a la FORJA que decidió apoyar el levantamiento. Scalabrini Ortiz acompaño el inicio y ascención del peronismo en esos tiempos, incluso llego a presentarle a Perón varios trabajos sobre la nacionalizacion del ferrocarril aunque nunca acepto cargos del gobierno y siempre se mantuvo alejado y crítico del partido.





Decididamente estuvo en contra del derrocamiento de Perón en 1955 y fue un ferviente opositor de la Revolucion Libertadora en la cual veía el retorno al poder las oligarquías que se favorecían de la dependencia económica de la Argentina. Desde la revisa "Qùé" criticó la medidas del gobierno que consideraba un retroceso.





Fue colaborador del programa desarrollista de Frente Nacional, y aproyó a Arturo Frondizi quien gano la presidencia en 1958. La revisa "Qùé" llego a convertirse en órgano oficial del gobierno desarrollista bajo la direccion de Scalabrini Ortiz, sin embargo luego de 3 meses renuncia por diferencias con Frondizi a partir de las concesiones petroleras del gobierno a las empresas extranjeras. Se mantiene alejado de toda actividad pública y fallece el 30 de Mayo de 1959.

sábado, 30 de mayo de 2009

- NUEVA AMISTAD -





En los tiempos de Facebook


Una amistad peculiar


Mori Ponsowy
Para LA NACION
Noticias de Opinión




Hace algunos años, un amigo me regaló un libro cuyo título es igual al de esta nota. Aunque él y yo compartíamos el amor por la literatura, no creo que me haya dado el libro porque lo considerara una gran obra literaria sino, simplemente, por su nombre: "una amistad peculiar" era también el modo como nosotros nos referíamos a nuestra relación. No éramos novios ni amantes, pero nos sentíamos unidos por un lazo especialmente fuerte y nos parecía que la palabra "amigos" no bastaba para describirlo.

El libro es una rareza. El autor es Dirk Bogarde -el famoso protagonista de películas como El sirviente , Portero de noche y Muerte en Venecia - y está compuesto por las cincuenta y ocho cartas que él envió, entre marzo de 1967 y enero de 1970, a una mujer a quien nunca conoció personalmente. "Nunca nos vimos y nunca nos hablamos", escribe Bogarde en el prólogo. "Ni siquiera sé con certeza qué edad tenía." La amistad empezó cuando, en una peluquería de Nueva York, ella ojeaba una revista inglesa y, al toparse con una entrevista con Bogarde, notó que la casa en la que aparecía fotografiado era la misma en la que ella había vivido hasta que el inicio de la guerra, en 1939, la forzó a abandonar Inglaterra. El amor que había sentido por esa antigua casa de campo del siglo XIII, sumado a la sorpresa de que ahora su dueño fuera una estrella de cine, la impulsó a escribirle a Bogarde. El le respondió inmediatamente, lo que dio origen a una relación intensa y excepcional que duró hasta la muerte de ella, tres años después.

Me he acordado mucho de ese libro en los últimos tiempos, sobre todo cada vez que en mi casilla de correo aparece un mensaje nuevo, originado en Facebook, que dice "Fulano quiere agregarte a su lista de amigos". Al principio, me ponía muy contenta cada vez que me llegaba un mensajito así: ¿a quién no le gusta tener amigos? Me alegró encontrar amigas de infancia, enterarme de que mi primer novio me recuerda con cariño, y volver a tener contacto con compañeros de universidad a quienes les había perdido el rastro. Cada vez que confirmaba una "solicitud de amistad" o que alguien aceptaba mi propia solicitud, veía con orgullo crecer mi número de amigos. De los primeros tres o cuatro, pasé a tener unos cuarenta en una semana y luego, en cuestión de meses, alcancé a los ciento veinte. Toda una hazaña para una introvertida que, hasta entonces, había creído que podía contar a sus amigos con los dedos de una mano.

Las dudas empezaron cuando me llegaron las primeras solicitudes de amistad de personas a quienes no recordaba conocer. Entraba a sus "perfiles" para refrescar mi memoria y enterarme de quiénes eran, pero seguían resultándome extraños. Algunos de esos desconocidos tenían la gentileza de agregar algún pequeño texto a su solicitud, diciendo de dónde creían conocerme o por qué me escribían. Pero la mayoría de las solicitudes llegaban sin nada: apenas un nombre extraño de alguien que quería agregarme a su lista y que yo lo agregara a la mía. Yo no sabía si hacer clic en "Aceptar invitación" o en "Rechazar invitación". Me parecía que si los agregaba a mi lista, de alguna manera tergiversaba la realidad y desvirtuaba el estatus de los que ya formaban parte de ella. Pero, por otra parte: ¿por qué no aceptarlos si la amistad es algo noble? Finalmente, en la mayoría de los casos, optaba por hacerme la distraída y cerraba la ventana de Facebook, sin tomar ninguna decisión.

Aunque no sabemos nada sobre lo que decían las cartas de la señora X a Bogarde -salvo lo que podemos deducir al leer las respuestas de él- supongo que el primer mensaje que ella le envió diría algo más que "Quiero agregarte a mi lista de amigos". De hecho, al responder, él le agradece "su extensa y encantadora carta" y confiesa que se siente "fascinado y sorprendido" por lo que ella cuenta. Imagino que si la señora X no se hubiera tomado el trabajo de escribir una carta "encantadora", Bogarde jamás le habría contestado y nunca se habrían convertido en amigos, peculiares o no.

En sus primeras cartas, Bogarde habla de la casa y, sobre todo, del gran jardín. "Sí, el camino de los castaños todavía está ahí", escribe. "Hoy, una explosión de nardos y margaritas, miles y miles de ellos. ¿Fuiste tú quien plantó la lila blanca en el rincón fuera de la cocina?" Pero a medida que la amistad va creciendo, los temas pasan a ser más íntimos y, las cartas, cada vez más sustanciosas. El habla de cuánto le costó acostumbrarse a ser una estrella de cine; describe la falta de libertad, las complicaciones para salir a la calle, el desagrado que le producían las mujeres "histéricas" que se escondían en lugares insospechados con tal de verlo de cerca. Le transmite la impresión que le producen las ciudades que visita: Viena, París, Gammarth, Budapest. Le escribe sobre la gente con quien se topa en las fiestas (Los Beatles, John Gielgud, la reina de Inglaterra), los directores con los que trabaja, el modo en que lo afectan los personajes que interpreta. Hablando de Accident , dice: "Cuando terminó la película y Stephen tuvo que morir, digamos, porque no había lugar para él en mi vida, me sentí totalmente destrozado".

Bogarde y la señora X se hacen adictos a su correspondencia. Ella le escribe diariamente y, aunque él lo hace con menor frecuencia, los días en que no escribe una carta, al menos le envía una postal. Cuando ella se enferma, él le manda libros para que se entretenga en la clínica. El cariño que se tienen es tan sincero que ella quiere legarle un Modigliani, pero Bogarde lo rechaza con humor, alegando que no es lo suficientemente grande para su casa. No hay tema que dejen sin tocar, y si eligen el adjetivo "peculiar" para referirse a su amistad, es porque saben que la cercanía que han logrado crear no es frecuente.

Se me ocurre que, si decidiéramos hacer un continuo con los distintos tipos de amistad, en un extremo podríamos poner las amistades peculiares y, en el otro, las ordinarias. Las primeras se caracterizarían por la cercanía, el conocimiento y el amor entre los amigos, y las segundas, por la distancia, el desconocimiento mutuo y la falta de verdadero interés. Las amistades peculiares serían las que pasan pocas veces en la vida y, las otras, las que ocurren en cada esquina, las que mantenemos con quienes nos cruzamos en el ascensor y con todas aquellas personas que nos presentaron alguna vez, pero cuyos nombres no recordamos. Mi hipótesis es que casi todas las amistadas que se originan en Facebook pertenecen al segundo grupo... aunque, en realidad, si uno quisiera ser fiel al significado de las palabras y no someterlas al proceso de decoloración y banalización que supone su incorporación al léxico mediático, las ordinarias ni siquiera deberían ser consideradas amistades.

¿Qué es la amistad, sino una larga conversación sostenida a través del tiempo? Una conversación entre dos personas que se sienten queridas y comprendidas en su singularidad por el amigo. "No es que simplemente conteste tus cartas. Te escribo. Trato de conversar contigo", dice Bogarde. "Disfruto esta relación silenciosa, más de lo que puedo decirte. Pienso en ti muy seguido; debo decirle esto o aquello otro; contarle algo de lo que me enteré, o hablarle sobre una música que escuché..." Me pregunto: ¿cuánto diálogo, cuánta escucha, cuánto lugar para que cada individuo se manifieste en su propia singularidad hay en Facebook? A diferencia de los blogs, aquí la página de cada miembro se parece tremendamente a las páginas de todos los demás; cambian las fotos y los nombres, pero las variaciones que cada quien puede hacer en su propia página son estrechísimas. Facebook uniformiza a sus doscientos millones de usuarios. Los convierte en engranajes de un sistema que atenta contra la profundidad, la calidez y la originalidad.

"El libro de las caras": eso significa, literalmente, Facebook. Tergiversando una vez más el significado de las palabras, se trata de un libro que no es libro y que funciona más como álbum de figuritas que como ninguna otra cosa, pues su principal objetivo parece ser coleccionar, sumar caras o nombres a la lista, juntar "amigos" sin importar quiénes sean, ir llenando las páginas vacías del ciberespacio que nos ha sido asignado hasta tener más amigos de los que nos es posible recordar y, sobre todo, amar. "La Librería Sumsum quiere ser tu amigo"; "Súmate a la causa por Keké, el perro quemado vivo". Me encantan las librerías y los perros, pero, francamente, jamás le contaría mis problemas a una librería y, en cuanto al pobre animal y todos los otros pedidos de firmas que llegan diariamente, después de haber leído tantas veces acerca de organizaciones humanitarias que desviaban recursos hacia actividades inconfesables, prefiero documentarme bien antes de adherir a cualquier causa.

Toda la crítica anterior tiene que ver con el mal uso que hacemos -y nos vemos obligados a hacer- de las palabras. Si en vez de "amigo", Facebook empleara alguna otra palabra, las relaciones que propicia serían más claras. ¿Qué cosa quieren realmente las personas, los negocios y las causas que piden ser nuestros amigos en Facebook? Quieren nuestra atención; que sepamos que existen; que los miremos; que estemos de acuerdo con sus cruzadas. "Fulano quiere un pedazo de tu tiempo", sería la manera correcta de formularlo. O, mejor: "Fulano quiere que seas su cliente".

Supongo que casi todos queremos ser famosos, que nos quieran, tener al resto del mundo mirándonos embelesados. Esta es otra explicación para querer coleccionar amigos en Facebook: no se trataría sólo de juntar caras, sino de hacernos la ilusión de que somos amados por muchos otros. Amor peculiar, éste, que lo único que da y lo único que pide es unos segundos de atención: el tiempo que lleve hacer clic en "Aceptar". ¿Será que eso es lo único que estamos dispuestos a dar al prójimo en los tiempos que corren? Una especie de quid pro quo individualista, de "yo te miro y, a cambio, tú también me miras", mientras olvidamos convenientemente que no somos más que números, idénticos unos a otros, perdidos en la noche de la infinita y anónima comunidad virtual.

viernes, 29 de mayo de 2009

- PERSONAL DE PAZ -




29 de mayo


Celebración del Día Internacional


del Personal de Paz de las Naciones Unidas



El 29 de mayo de 1948, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
autorizaba el primer establecimiento de la operación de paz de las Naciones
Unidas. En el año 2003, la Asamblea General escogió esta fecha para honrar
a todas aquellas personas que han participado y han ofrecido su vida en las
operaciones de paz de las Naciones Unidas.





Desde entonces, este día se celebra todos los años para agradecer y rendir
homenaje a todas aquellas personas que trabajan y prestan sus servicios de
una manera totalmente profesional, con dedicación y valor en las operaciones
de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas.





Actualmente, miles de personas ofrecen su labor y esfuerzo en 17 operaciones
de mantenimiento de la paz, donde mantienen la cesación del fuego y
vigilan las fronteras; desarman a los excombatientes; fomentan la reconciliación; facilitan la prestación de asistencia humanitaria, ayudan a los refugiados y las personas desplazadas a regresar a sus hogares y aseguran las condiciones necesarias para la celebración de elecciones democráticas, el imperio de la ley y la reconstrucción y la recuperación económica.





Este es un día que debemos dedicar a la reflexión sobre la paz y que, en la
realización de conferencias, conciertos, actividades escolares, etc.


jueves, 28 de mayo de 2009

- NUESTRA DEMOCRACIA -





La democracia delegativa



Guillermo O´Donnell
Para LA NACION
Noticias de Opinión



Hace unos 15 años, al tratar de entender los gobiernos de Menem; de Collor, en Brasil, y la primera presidencia de Alan García, en Perú, argumenté que estaba surgiendo un nuevo tipo de democracia, a la que llamé delegativa para diferenciarla de la que está ampliamente estudiada: la democracia representativa. Se trata de una concepción y una práctica del poder político que es democrática porque surge de elecciones razonablemente libres y competitivas; también lo es porque mantiene, aunque a veces a regañadientes, ciertas importantes libertades, como las de expresión, asociación, reunión y acceso a medios de información no censurados por el Estado o monopolizados.

Este tipo de democracia, como la que vive hoy la Argentina, tiene sus riesgos: los líderes delegativos suelen pasar, rápidamente, de una alta popularidad a una generalizada impopularidad.

Los líderes delegativos suelen surgir de una profunda crisis, pero no toda crisis produce democracias delegativas; para ello también hacen falta líderes portadores de esa concepción y sectores de opinión pública que la compartan. La esencia de esa concepción es que quienes son elegidos creen tener el derecho ?y la obligación? de decidir como mejor les parezca qué es bueno para el país, sujetos sólo al juicio de los votantes en las siguientes elecciones. Creen que éstos les delegan plenamente esa autoridad durante ese lapso. Dado esto, todo tipo de control institucional es considerado una injustificada traba; por eso los líderes delegativos intentan subordinar, suprimir o cooptar esas instituciones.

Estos líderes a veces fracasan de entrada (Collor en Brasil), pero otras logran superar la crisis, o al menos sus aspectos más notorios. En la medida que superan la crisis logran amplios apoyos. Son sus momentos de gloria: no sólo pueden y deben decidir como les parece; ahora ese apoyo les demuestra, y debería demostrar a todos, que ellos son quienes realmente saben qué hacer con el país. Respaldados en sus éxitos, los líderes delegativos avanzan entonces en su propósito de suprimir, doblegar o neutralizar las instituciones que pueden controlarlos.

Aquí se bifurcan las historias de estos presidentes. Algunos de ellos, como Kirchner (y Menem en su momento), tuvieron la gran ventaja de lograr mayoría en el Congreso. Sus seguidores en este ámbito repiten escrupulosamente el discurso delegativo: ya que el presidente ha sido electo libremente, ellos tienen el deber de acompañar a libro cerrado los proyectos que les envía "el Gobierno". Olvidan que, según la Constitución, el Congreso no es menos gobierno que el Ejecutivo; producen entonces la mayor abdicación posible de una legislatura, conferir (y renovar repetidamente) facultades extraordinarias al Ejecutivo.

En cuanto al Poder Judicial (en el caso nuestro, a contrapelo de buenas decisiones iniciales en la designación de miembros de la Suprema Corte y reducción de su número), se van apretando controles sobre temas tales como el presupuesto de esa institución y, crucialmente, las designaciones y promociones de jueces. Asimismo, con relación a las instituciones estatales de accountability (rendición de cuentas), auditorías, fiscalías, defensores del pueblo y semejantes, se apunta a capturarlas con leales seguidores del presidente, al tiempo que se cercenan sus atribuciones y presupuestos. Todo esto ocurre con entera lógica: para esta concepción supermayoritaria e hiperpresidencialista del poder político, no es aceptable que existan interferencias a la libre voluntad del líder.

Por momentos, el líder delegativo parece todopoderoso. Pero choca con poderes económicos y sociales con los que, ya que ha renunciado en todos los planos a tratamientos institucionalizados, se maneja con relaciones informales. Ellas producen una aguda falta de transparencia, recurrente discrecionalidad y abundantes sospechas de corrupción.

En verdad, ese líder no puede tener verdaderos aliados. Por un lado, tiene que lidiar con los nunca confiables señores territoriales. Ellos deben proveer votos, así como un control de sus territorios que, sin importarle demasiado al líder cómo, no genere crisis nacionales. Por supuesto, los gobernadores (no pocos de ellos también delegativos, si no abiertamente autoritarios) pasan por esto facturas cuyo monto depende del cambiante poder del presidente; así se pone en recurrente y nunca finalmente resuelta cuestión la distribución de recursos entre la Nación y las provincias.

En cuanto a los colaboradores directos de estos líderes, ellos tampoco son verdaderos aliados. Deben ser obedientes seguidores que no pueden adquirir peso político propio, anatema para el poder supremo del líder. Tampoco tiene en realidad ministros, ya que ello implicaría un grado de autonomía e interrelación entre ellos que es, por la misma razón, inaceptable.

Asimismo, el líder suele necesitar el apoyo electoral de otros partidos políticos, algunos de los cuales se tientan con la posibilidad de beneficiarse de la popularidad de aquél. Pero estos partidos tampoco pueden ser verdaderos aliados; su a veces ostensible oportunismo los hace poco confiables, y el propio hecho de que sean otros partidos muestra al líder que tampoco lo son para acompañarlo plenamente en su gran tarea de salvación nacional. Además, si fueran realmente tales aliados, el líder tendría que negociar con ellos importantes decisiones de gobierno, lo cual implicaría renunciar a la esencia de su concepción delegativa.

Los líderes delegativos inicialmente exitosos generan importantes cambios, algunos de ellos, en casos como el nuestro, de signo e impactos positivos. Pero por eso mismo van apareciendo nuevas demandas y expectativas, junto con el resurgimiento de antiguos problemas. La complejidad de los temas resultantes exigiría tomar complejas decisiones; pero ellas sólo son posibles con participación de sectores sociales y políticos que sólo pueden hacerlo ejerciendo una autonomía que el líder delegativo no está dispuesto a reconocerles.

De esta manera, los líderes se van encerrando en un estrecho grupo de colaboradores, que quedan cada vez más atados al supremo valor de la "lealtad" al líder. A su vez, quienes en el Estado y desde el llano apoyan desinteresadamente al líder comienzan a dar señales de desconcierto y preocupación. Comienzan a resentir que sólo se los convoque para aclamar las decisiones del Gobierno. Es típico de estos casos que a períodos iniciales de alta popularidad suceden abruptas caídas y, con ello, una cascada de "deserciones" de quienes hasta hacía poco proclamaban incondicional lealtad al líder.

Cuando aparece la crisis de estos gobiernos, el país se encuentra con debilidades institucionales que el líder delegativo se ha ocupado de acentuar. Entonces, los señores territoriales empiezan a tomar distancia de ese líder. Por su parte, los partidos que creyeron ser aliados y descubren que sólo podían ser subordinados instrumentos, comienzan a recorrer un complicado camino de Damasco hacia otras latitudes políticas.

Desde su creciente aislamiento, el líder reprocha la "ingratitud" de quienes, luego de haberlo aplaudido, ahora resienten la reemergencia de graves problemas y las maneras abruptas e inconsultas con que intenta encararlos (si no negarlos como malicioso invento de condenables intereses expresados en los nunca tan molestos medios de comunicación). Este es un estilo de gobernar que corresponde rigurosamente a la constitutiva vocación antiinstitucional de la democracia delegativa.

De hecho, el líder tiende a adoptar un mecanismo psicológico bien estudiado, típico de estas situaciones: no logra distinguir caminos alternativos y se aferra a seguir haciendo lo mismo y de la misma manera que no hace mucho funcionó razonablemente bien. A esta altura de los acontecimientos, otros líderes delegativos se encontraron huérfanos de todo apoyo organizado. En cambio, entre nosotros, el matrimonio presidencial tiene la ventaja de contar con parte del Partido Justicialista; pero, mostrando la raigambre de sus visiones, éste es manejado con la misma discrecionalidad que su gobierno.

A medida que avanza la crisis, el líder apela al apoyo de los verdaderos "leales" y arroja al campo del mal no ya sólo a los eternos herejes de la causa nacional, sino también a los "tibios". El líder ya no vacila en proclamar que el principal contenido de toda la oposición es ser la antipatria, de las que nos quiere salvar. La imagen asustadora del retorno a la crisis de la que nació su gobierno -el caos- aparece en su discurso. En cuanto a la oposición, tiende a aglomerar, entre otros, a sectores sociales y actores políticos que aquél justificadamente criticó. De allí resultan incómodas compañías, intentos de diferenciación y apuestas en pro y en contra de la polarización que impulsa el líder delegativo.

Entonces también surge uno de los riesgos de la democracia delegativa: en respuesta a la crispación que produce a su líder la para él/ella injustificable aparición de aquellas oposiciones, le tienta amputar o acotar seriamente las libertades cuya vigencia la mantienen en la categoría de democrática. Que este riesgo no es baladí se muestra en el desemboque autoritario de Fujimori en Perú y de Putin en Rusia, y en el similar desemboque hacia el que hoy Chávez empuja a Venezuela. Felizmente, la Argentina no tiene las condiciones propicias para ese desenlace, pero no es ocioso recordar que la democracia también puede morir lentamente, no ya por abruptos golpes militares sino mediante una sucesión de medidas, poco espectaculares pero acumulativamente letales.

En la lógica delegativa, las elecciones no son el episodio normal de una democracia representativa, en las que se juegan cambios de rumbo pero no la suerte de gestas de salvación nacional. Para una democracia delegativa, hasta las elecciones parlamentarias adquieren auténtico dramatismo: de su resultado se cree que depende impedir el surgimiento de poderes que abortarían esa gesta y devolverían el país a la gran crisis precedente. Hay que jugar todo contra esta posibilidad porque, para esta concepción, todo está realmente en juego. Es importante entender que estos argumentos no son sólo recursos electorales; expresan auténticos sentimientos.

La repetición de estos episodios no es casual; obedece al despliegue de una manera de concebir y ejercer el poder que se niega a aceptar los mecanismos institucionales, los controles, los debates pluralistas y las alianzas políticas y sociales que son el corazón de una democracia representativa. En el transcurso de su crisis, cuando acentúa su discurso polarizante y amedrentador, esta manera de ejercer el poder recibe apoyos cada vez más escasos y endebles, al tiempo que acumula enojos de los poderes e instituciones, políticos y sociales, que ha ido agrediendo, despreciando y/o intentando someter. El período de crisis de las democracias delegativas es de gran aceleración de los tiempos de la política; no deja de ser paradójico, aunque entendible dentro de esta concepción, que sea el líder delegativo quien más contribuye a esa aceleración -como todo le parece en juego, casi todo pasa a ser permitido-.

Con estas reflexiones expreso una honda preocupación. Estoy persuadido de que el futuro de nuestro país depende de avanzar hacia una democracia representativa. No sé si será posible moverse de inmediato en esa dirección. Esta duda se refiere a un Poder Ejecutivo que parece poco dispuesto a reconducir su gestión. También incluye una oposición que contiene importantes franjas que han demostrado compartir estas mismas concepciones y prácticas delegativas, y no es seguro que las abandonen si triunfan en estas y futuras elecciones. Queda abierta la gran cuestión -que algunas campañas electorales por cierto no despejan- de si el aprendizaje de los defectos y costos de la democracia delegativa se encarnará efectivamente en comportamientos y acuerdos que la superen.

Típicamente, los períodos de visible crisis del poder delegativo, recomponible o no, reencauzable o no, son de gran incertidumbre. Con ellos tendremos que vivir, sin perder la esperanza de que, aunque mediante oblicuos y ya largos caminos, nuestro país se encamine hacia una democracia representativa. Ella vale por sí misma; es también condición necesaria para ir dando solución a los múltiples problemas que nos aquejan.

El autor es profesor emérito de Ciencia Política de la Universidad de Notre Dame (EE.UU.)

lunes, 25 de mayo de 2009

- GOMEZ BAS -




Joaquín Gómez Bas


Novelista, poeta y guionista

Premio Konex 1984: Novela: 1ra. obra publicada antes de 1950



Nació el 26 de mayo de 1907 en Cangas de Onis de la Provincia de Oviedo en Asturias, España. Emigró a la Argentina en su adolescencia. A pesar de carecer de formación específica y haber desempeñado los más diversos trabajos, su participación en grupos literarios hizo surgir su vocación de escritor y pintor "sin academia".





Inició su producción literaria publicando versos, colaborando luego con artículos en periodicos y revistas del país (como Clarín y La Prensa) y del extranjero. Escribió poesía hasta finales de los años 40, se concentró en la producción de novelas y de guiones cinematográficos en los '50 y '60. A mediados de la década del '60 se introduce en la escritura de cuentos. También fue autor de textos de crítica literaria.





Reunió su trabajo lírico en varios libros y cuadernos. Algunos de ellos son "Panorama de ensueño" (1934), "Marejadas" (1936), "Prisma urbano", "Faroles en la niebla" (1941), "Anclado témpano" (1942), "Hogaño" (1943), "La tarántula ciega" (1946) y "Birlibirloque" (1946). Otros libros publicados han sido las novelas "Barrio gris" (1952) y "Oro bajo" (1957), como también "La Comparsa" (1965), "La Gotera" y "La Resaca".





Fundó una revista llamada "Saeta", nombre bajo el cual también publicó algunas de sus colecciones de versos. Fue corrector, luego secretario de redacción y más tarde director de "Atlántida". En enero de 1941 lanzó "Volante Lírico", una publicación de cuatro páginas cuyo fin era "destacar, divulgar, enaltecer el arte poético".





En su madurez se desarrolló como artista plástico. Su primera muestra individual de pintura se realizó en 1958. Tuvo una vasta producción pictórica por la cual también recibió premios. Sus trabajos figuran en museos de la Capital Federal y provincias, así como también en colecciones particulares.





Premios obtenidos: Medalla de Oro otorgada por la Comisión Nacional de Cultura por "Barrio Gris", 1954; Mejor Película del Año por "Barrio Gris", 1954; Premio otorgado por la Feria del Libro realizada en Mendoza por "La Comparsa", 1965; Primer Premio Regional por "La Resaca", 1970.





Falleció el 4 de noviembre de 1984.


- 25 DE MAYO -





RUMBO AL BICENTENARIO





El 25 de Mayo no es un simple feriado, un día en el que no se trabaja o no se concurre al colegio. En esta fecha celebramos uno de los acontecimientos más importantes sobre los cuales se construyó nuestro país. Durante la Revolución de Mayo se puso en juego el futuro de un colonia, que deseaba crecer y desarrollarse como un pueblo independiente.





Conmemoramos entonces el 25 de Mayo, cuando un grupo de patriotas iluminaron el camino de la Independencia. Cuando en una lluviosa jornada los vecinos de Buenos Aires alumbraron la idea de sentirse libres e independientes, protagonistas y artífices de su propio destino.

Fuente: Informe: Javier La Loggia - Especial para LA NACION LINE





El Proceso Revolucionario

No hay duda de que el proceso revolucionario comienza cuatro años antes, en 1806 y 1807, momento en que Buenos Aires rompe los moldes burocráticos establecidos para reclutar milicias y pone en pocos meces de pie a "nueve mil hombres de pelea" para rechazar a los invasores ingleses. Convergen entonces, dos movimientos simultáneos. Por un lado, la ciudadanía se arma espontáneamente ("los cuerpos urbanos habían sido autorizados a nombrar sus propios oficiales y los oficiales a nombrar sus jefes"); por otro, el Cabildo destituye al virrey Sobremonte e instala a Santiago de Liniers, a quien proclama, según una exaltada metáfora, "el rugido de la masa".





De este modo, sin ningún plan deliberado, los criollos "convirtieron en partidos políticos y situación armada lo que hasta entonces no habían salido de la vida interna de los habitantes" Interrelación de voluntad de poder con el azar de las circunstancias: en aquélla época los acontecimientos comienzan a ser arrastrados por una fatalidad revolucionaria que expresa tendencias irreprimibles. Vacíos de tradición liberal, sin legado alguno de libertad que defender, los hombres de la revolución, ignoraban los medios prácticos con los cuales la libertad política se encarna en derechos y garantías concretas.





Había en definitiva, que crear la libertad, darle vida, traducirla en instituciones y plasmarla en costumbres. Tal fue el dilema que se planteó a partir de aquélla semana del mes de mayo de 1810, cuando una junta de gobierno sustituyó al virrey en ejercicio y pretendió encontrar en su seno la soberanía que la corona española había delegado en sus funcionarios.



Fuente: Botana, Natalio R., La libertad política y su historia, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1991; pág. 94.






Plaza vacía, Gente como uno

Imaginemos un día nublado y medio lluvioso, de esos que son tan frecuentes en el otoño porteño. Imaginemos que un vecino resuelve pasarlo junto al río, pescando. Con sábalo o algún bagre, a la tardecita regresa a su casa. Su mujer le pregunta si trae alguna noticia, si vio algo novedoso. El hombre le dice que no: todo lo que hizo fue tirar la línea en las toscas. Ese día podría haber sido el 25 de Mayo de 1810 y ese porteño pudo haber sido uno de los tantos que no se enteró de nada de lo que ocurrió en aquella jornada.





El cabildo abierto del 22 de mayo reunió a menos de quinientos vecinos y Buenos Aires tenía, en ese momento casi 40.000 habitantes. Es decir que sólo el 1 por ciento de la población participó de aquella trascendental reunión en la que se asentaron las bases conceptuales y jurídicas que fundamentarían el relevo del virrey y su reemplazo por una junta designada ¬o más bien, asentida¬ por el pueblo.





Es probable, entonces, que la asamblea reunida más o menos tumultuosamente frente al Cabildo en la mañana del 25 de Mayo, no haya tenido un rating muy superior: 1000 o 1500 vecinos, como máximo. Nuestro pescador habría formado parte, pues, de la enorme mayoría que nada tuvo que ver con la transición del sistema colonial a un régimen nuevo, implícitamente comprometido con la independencia de estas tierras.





Naturalmente, la escasez de participación popular no resta al 25 de Mayo la enorme importancia que tuvo, por varios motivos. En primer lugar, deponer a un representante del rey y reemplazarlo por un cuerpo colegiado era algo insólito y atrevido aunque Cisneros no representara al monarca español sino al organismo que gobernaba en España a su nombre, en vista de la cautividad de Fernando VII.





Y aunque esta fuera, en realidad, la segunda oportunidad en que ocurría un hecho como este en Buenos Aires, pues cuatro años atrás una pueblada había exigido la deposición de Sobremonte por su incompetencia y cobardía frente a la invasión inglesa. Pero en 1806 esa verdadera revolución paso casi inadvertida entre las luchas por la Reconquista; ahora, en 1810, el derrocamiento del virrey era el resultado de un tranquilo y racional debate entre unos pocos vecinos, "la parte más sana y principal" de la capital del virreinato.

En segundo lugar, lo que ocurrió el 25 de Mayo fue muy importante porque de algún modo significó la presencia activa de los militares criollos en el proceso político. Las milicias populares que se habían levantado en Buenos Aires desde 1806 estaban compuestas por criollos y por españoles, divididos en regimientos según sus lugares de origen. Pero en esos cuatro años se habían vivido procesos muy diferentes en los cuerpos peninsulares y en los criollos.





Aquéllos estaban integrados por comerciantes y artesanos, para quienes el oficio de las armas era una molestia; los criollos, en cambio, por ser pobres, se habían tomado muy en serio sus nuevas profesiones de soldados, vivían de sus sueldos y raciones y concurrían puntualmente a los ejercicios.





En poco tiempo adquirieron una capacidad de fuego temible y esta superioridad se vio en enero de 1809, cuando Liniers reprimió fácilmente, con su ayuda, el conato de golpe organizado por el alcalde Alzaga. Ahora, en mayo de 1810, fueron los Patricios quienes hicieron la guardia de la Plaza, dejando entrar a los adictos y rechazando suavemente a los adversarios. Los "fierros" los tenían los regimientos criollos y esta circunstancia fue decisiva para apurar el derrocamiento del virrey Cisneros.





Y una tercera circunstancia notable: tanto en la reunión abierta del 22 como en el compromiso adquirido el 25 de Mayo por los componentes de la Junta, se dejó claramente sentada la necesidad de convocar a los representantes del pueblo de las restantes ciudades del virreinato para que homologaran lo decidido por el de Buenos Aires.





Si éste había obrado como lo hizo era por razones de urgencia, como "hermana mayor" -según dijo Paso¬. Pero se reconocía la necesidad de que un paso tan trascendente quedara avalado por el pueblo del virreinato. Y en este reconocimiento venía implícita la idea de federalismo y también la noción de la integridad del virreinato.





De nada de esto, claro está, pudo enterarse el vecino que en la tarde de esa jornada regresó a su casa con un par de pescados colgando de su hombro... Pero seguramente tardó muy poco tiempo en advertir que lo sucedido ese día también involucraba su propia vida. Porque de comienzos tan triviales como el de esta revolución burguesa y municipal, pueden venir consecuencias tan drásticas como la que conlleva la creación de una nueva Nación. Nada más ni nada menos.


Félix Luna


domingo, 24 de mayo de 2009

- CONOURBANO -




La trampa del conurbano


Conscientes del poder territorial de los intendentes bonaerenses, candidatos de distintas listas se disputan su apoyo, una carta ganadora capaz de sumar votos clave a sus propias fuerzas. Quiénes son estos caudillos del conurbano, cómo operan y por qué los candidatos que ganen con su ayuda, aunque prometan renovación política, se arriesgan a quedar presos del aparato que mantiene vivo el statu quo bonaerense


Por Carlos Pagni
Noticias de Enfoques
La Nación


A las 6 de la mañana ya está en la municipalidad, atendiendo a una fila interminable de vecinos, hasta las 8 y media. En general, temas menores, que resuelve con llamados telefónicos. La tarde la dedica a recorrer los despachos de funcionarios nacionales y provinciales para conseguir recursos, planes sociales, o agilizar trámites de obra pública. Tiene gente propia en clubes, sociedades de fomento, sindicatos. Para entrar en la Justicia del distrito conviene pedirle una recomendación. Controla las pocas radios FM del pueblo con la publicidad oficial. ¿Diarios? No hay, apenas algunas hojitas. El Concejo Deliberante lo maneja con la mano izquierda. A los concejales que terminaron el mandato los lleva al Ejecutivo. Y a los de la oposición, les sigue pagando el sueldo. Ya va por el quinto mandato en el poder. El presupuesto que maneja es mínimo. Apenas alcanza para alumbrado, barrido y limpieza. Si hay negocios, deben salir de los contratos. Del de la basura, por ejemplo, donde Hugo Moyano tiene mucha influencia".

Es el retrato de un intendente de conurbano visto por el ojo de un concejal que se le opone. ¿Es Curto? ¿Othacehé? ¿Mario Ishii? ¿El finado Quindimil? Importa poco. El valor de este identikit es que se ajustaría a cada uno y a todos. El rol de estos caudillejos se ha vuelto tan determinante que indagar en su conducta, reconstruir la escena en la que operan y advertir el modo en que otros dirigentes se relacionan con ellos son ejercicios indispensables para comprender la política en la Argentina. O, si se prefiere, para comprender el agotamiento de la política en la Argentina.





Cuando las encuestas registran los sentimientos de la mayoría de los habitantes del conurbano repiten palabras como desolación, hundimiento, devastación. Desde hace décadas, la zona está signada por el lento derrumbe de la actividad industrial y por el desempleo. Por eso la idea de que podría quedar envuelta en un estallido se convirtió en una hipótesis obligatoria de la política nacional. Durante la caída de Fernando de la Rúa muchos temieron que esa fantasía se estaba realizando. Kirchner lee las encuestas. Sus referencias al caos no intentan meter miedo sino trabajar sobre el miedo que ya existe.

En el conurbano viven casi 10 millones de personas, de las cuales 3 millones son pobres. Hay 2.400.000 chicos, de los cuales 1 millón es pobre. Es lógico que se tema una tormenta. Sobre sus nubarrones se recorta la figura de los intendentes.

Historia de una irracionalidad

Ellos parecen haber estado siempre allí. Pero esa percepción es engañosa. El fenómeno tiene poco más de 20 años y en ese lapso ha registrado mutaciones notorias. Para comprenderlas hace falta echar una mirada a la historia del conurbano y advertir cómo fue la historia de una irracionalidad.

La mayoría de los pueblos del Gran Buenos Aires deben su existencia a la vertiginosa expansión del área metropolitana que tuvo lugar en el apogeo agroexportador de la Argentina. Las localidades que rodean a la Capital Federal, sobre todo hacia el Sur, llevan el nombre de la estación de ferrocarril en torno a la cual fueron creciendo. En muchos casos, se fijó como fecha de fundación la de la llegada del primer tren.

Alrededor de esa estación se realizaron los primeros loteos y se levantaron instituciones y comercios. El conurbano era una orilla semirrural. Si se industrializaba, era siguiendo el sesgo impuesto por la inserción del país en la globalización comercial de fines del siglo XIX. Las empresas más poderosas fueron hijas de ese proceso: los frigoríficos de Dock Sud, por ejemplo, donde trabajaban más de 5000 personas.

El repliegue de esa economía, en los años 30, inspiró el ensayo de una industrialización sustitutiva. El proceso estuvo acompañado de una caudalosa migración interna. Ahora la urbanización desbordaba hacia las tierras bajas. El nuevo radio debería ser cubierto por líneas de colectivos que trasladaran a los trabajadores desde la estación de tren hasta la última manzana edificada. El suburbio comenzaba a tener suburbios.

El ordenamiento de este proceso era una atribución del gobierno bonaerense, en La Plata. La línea de edificación avanzaba a ciegas y se detenía en las zonas inundables. El municipio casi no intervenía. No existían redes de agua corriente y los drenajes se limitaban a largas zanjas donde por las noches croaban las ranas. Hasta la década del 60, el Gran Buenos Aires todavía conservaba algo de bucólico.

Durante esos años se multiplicaron las sociedades de fomento, encargadas de conseguir servicios mínimos. Se sentía la presión de la inmigración limítrofe, se formaron los primeros asentamientos en zonas inundables, se instalaron viviendas en las márgenes de los arroyos y, al final, se fueron poblando las viejas cavas, de las que había salido la tierra para fabricar ladrillo. A los asentamientos los suceden la villas, donde ya no hay siquiera un trazado que permita identificar un domicilio.





En La Plata hacía tiempo que habían perdido el control de esta evolución. Los municipios seguían limitándose a aprobar los planos de las viviendas. El pavimento se extendió sin que antes se resolvieran las inundaciones. Estalló, entonces, el costoso problema hidráulico, acaso el más grave de esa región.

Cuando se restauró la democracia, las áreas más pobres del Gran Buenos Aires ya estaban en emergencia. El colapso se registra en un contexto político peculiar: con el PJ, que tiene su base electoral entre la población más desamparada, fuera del poder nacional y provincial. Las elecciones de 1987 fueron clave para este proceso: Antonio Cafiero asumió como gobernador e inició un ejercicio de transferencia de poder hacia las intendencias en manos de peronistas. En estos años, con figuras como Juan José Mussi (Berazategui), Hugo Toledo (Lomas de Zamora), Eduardo Camaño (Quilmes), Jorge Villaverde (Almirante Brown), Manuel Quindimil (Lanús, quien gobernaba desde 1983), Carlos Brown (San Martín), Gustavo Green (Merlo), entre algunos otros, el rol del intendente fue adquiriendo una densidad desconocida. En el lenguaje municipal irrumpen expresiones como "planificación", "parque industrial", "autonomía", "obras hidráulicas". El espíritu de racionalización que inspiró a la renovación peronista llegó también hasta esos bordes, no siempre sin obstáculos. Como aquella vez que -Ginés González García lo cuenta con mucha gracia- Cafiero subió a un palco y comenzó a predicar delante de 5000 personas las virtudes de la descentralización municipal. Cuando iba terminando, se ufanó: "Y para que no tengan que estar mendigando en La Plata lo que les corresponde, compañeros, hemos traído un cheque que le entregamos en este momento al intendente..." Ahí tuvo que interrumpir, porque la multitud empezó a gritar: "¡Al intendente no, al intendente no!..."

En 1991 llegó a la gobernación el ex intendente de Lomas de Zamora Eduardo Duhalde. Fue una conquista gremial. La gestión de Duhalde consolidó a sus antiguos colegas. Pero ellos también quedaron atados a la financiación de la obra pública. Duhalde, más previsor que Daniel Scioli, le arrancó a Carlos Menem el Fondo de Reparación Histórica del conurbano Bonaerense, 600 millones dólares anuales con los que disciplinó a los jefes municipales y, llegado el caso, los enfrentó entre sí. Los recursos provenían del resto del país, por una asignación del impuesto a las ganancias.

Duhalde justificó su Fondo en que la provincia de Buenos Aires es, desde 1988, la que menos coparticipación por habitante recibe después de la Capital Federal. A pesar de estar entre las que más dinero le aportan a la Nación. Mientras que Santa Cruz, Catamarca y Formosa perciben $ 2200, Buenos Aires recibe de la caja federal $400 per cápita. Por eso, según un experto en cuentas públicas, "el argumento de la discriminación es tan legítimo que impide abordar el problema de la mala administración municipal". También es cierto que ningún reclamo por mayor coparticipación será viable sin la promesa de una reforma institucional y administrativa.

Durante los años 90 emergió una nueva generación de intendentes, muchos de los cuales ejercen el poder hasta estos días: Hugo Curto (Tres de Febrero, 1991), Baldomero Alvarez (Avellaneda, 1991), Raúl Othacehé (Merlo, 1991), Julio Pereyra (Florencio Varela, 1992), Jesús Cariglino (Malvinas Argentinas, 1995), Fernando Amieiro (San Fernando, 1995), Alberto Descalzo (Itauzaingó, 1995), Mario Ishii (José C. Paz, 1999).

Para su operación sobre el Gran Buenos Aires, Duhalde anexó al Fondo del conurbano una red de acción social: la formaban las manzaneras, a cuyo frente se colocó su esposa, Hilda González, "Chiche". El eje de esa organización, incapaz de ocultar su inspiración política, fueron las prestaciones alimentarias del plan "Vida". A la larga, esa legión subordinada a la señora de Duhalde estaba destinada a desafiar el poder de los jefes municipales. Tal vez por eso la empresa fracasó.

Estas innovaciones, que recrearon la figura del intendente, se registraron durante la crisis de la convertibilidad, con sus secuelas de pobreza y desempleo. En la Argentina ha sido el sociólogo Javier Auyero quien mejor estudió el fenómeno. En su libro ¿Favores por votos? afirma que "clientelismo se hace todos los días, no sólo en épocas de elecciones. Hoy muchas familias sobreviven con lo que consiguen a través de punteros, unidades básicas, comités, agencias municipales". Pero la sumisión política es incierta. La dirigente radical María del Carmen Banzas suele recordar un episodio de 1988, cuando recorría un barrio pobre de Quilmes en un operativo del Plan Alimentario Nacional: "De una casilla salió Carlos Menem, que era candidato del PJ. Al descubrirlo, uno de los vecinos le aclaró: "Carlitos, no te preocupes. Nosotros les recibimos la caja de comida a ellos pero te votamos a vos"".

La maquinaria electoral

Con la crisis de 2001, el aparato del conurbano llegaba con Duhalde a la Presidencia de la Nación. Así se rompía un equilibrio secular. Desde 1880, cuando se federalizó la ciudad de Buenos Aires, la historia territorial del poder político había sido la de una alianza interprovincial que, controlando el Estado nacional, encuadraría a la provincia de Buenos Aires. Antes de eso, el gobernador Carlos Tejedor había llamado "huésped suyo" al Gobierno nacional, que lo derrotó en los combates de Puente Alsina, Los Corrales y San José de Flores. La subordinación de la provincia de Buenos Aires fue el reverso de la consolidación del poder nacional. En 2001 la dirigencia bonaerense se haría cargo de la Presidencia, la política argentina entraría en trance de conurbanización y Tejedor obtendría una extraña reivindicación.





El juego de Duhalde fue profundizado por Kirchner, quien llegó desde la estepa patagónica impugnando a la anquilosada corporación política, pero asentó su poder sobre la maquinaria electoral del Gran Buenos Aires sin el menor espíritu de reforma. Tal vez le resultó inevitable. La nacionalización de su figura, en 2003, hubiera sido imposible sin esa estructura, comandada por Duhalde. Kirchner lo entendió y, entre 2003 y 2005, se dedicó a destronar a su padrino para colocarse él al frente del ejército que lo había llevado a la Casa Rosada. Como Duhalde, Kirchner tiene una concepción demográfica del liderazgo: pretende dominar a Goliat controlando su cabeza. La operación parece más fácil desde la reforma constitucional de 1994: antes, el Colegio Electoral imponía al poder un equilibrio territorial.

El dispositivo central utilizado por Kirchner para su intercambio con la red que controla el conurbano fueron las retenciones a las exportaciones, que permitirían extraer de las actividades y regiones más competitivas los recursos que se vuelcan en el Gran Buenos Aires. Esa política asume en la práctica lo que niega en la retórica: el sueño industrial para el que deben extraerse los recursos del sector agrícola fracasó hace tiempo. La que, para el imaginario de la primera mitad del siglo XX, sería la región más dinámica y moderna de la Argentina, terminó siendo la bolsa que encontró el país para meter a los pobres.

A diferencia de Duhalde, Kirchner distribuyó los planes sociales a través de las municipalidades y eliminó la mediación del gobernador. Cuenta un intendente: "No bien llegó, Néstor nos dijo: ?Nada de hablar con Felipe, me vienen a ver a mí´".

En su pacto de vasallaje con esos caudillos, también Kirchner se convirtió en prisionero. Los estudios sobre clientelismo demuestran que el sometido no es el receptor pasivo de las mercedes que otorga el dirigente autoritario y corrupto. También el marginado traza su estrategia para capturar los beneficios que no es capaz de proveerle un Estado que colapsó. José Nun, al prologar el libro de Auyero, cita aquella recomendación de Rousseau para que "ningún ciudadano sea suficientemente rico como para comprar a otro ni suficientemente pobre como para verse obligado a venderse a sí mismo". Sin embargo, la relación de sometimiento es recíproca. Los dirigentes y sus clientelas terminan por establecer entre sí algo parecido a aquella dialéctica del amo y del esclavo de la que hablaba Hegel, donde la posición de uno sólo es viable en referencia a la del otro.





Kirchner y los intendentes se han unido por un vínculo similar. Cada uno es, en relación con el otro, el amo y el esclavo. Porque la adhesión al liderazgo de Kirchner, como antes la adhesión al de Duhalde o al de Carlos Ruckauf, también es la estrategia de esos clientes de élite, los intendentes, para arrancarle recursos a un sistema que siempre bordea la crisis fiscal. Para ahuyentar un caos que siempre golpea la puerta.

Por eso las políticas de Duhalde y Kirchner, o las que propongan al electorado nacional Mauricio Macri y su neoduhaldismo, están determinadas por las exigencias que llegan desde los degradados suburbios metropolitanos. Cualquier proyecto político que se asiente sobre esa viga electoral deberá ser subsidio-intensivo y proteccionista. Esa es la trampa que hoy se cierne sobre la promesa modernizadora que -se supone- inspira a Macri: con su campaña actual, ha comenzado a tramitar su acuerdo fáustico con el conurbano.

El experimento bonaerense de Macri exhibe la fragilidad de la dominación oficial sobre los intendentes. Ellos recuerdan con espanto que, por haber perdido su mayoría en el Concejo Deliberante, Juan Carlos Rousselot resignó su imperio: ese percance le abrió el camino a un proceso de renovación como el que lidera en Morón Martín Sabbatella. Kirchner está dejando de ser un candidato seguro para que los alcaldes dominen su pequeño parlamento. Muchos de ellos detectaron que la alianza entre Macri, Francisco de Narváez y Felipe Solá está quebrando el monopolio que el Gobierno ejercía sobre su clientela. Por eso aportaron candidatos a las listas de concejales de De Narváez o repartirán las boletas de los dos peronismos.





Transiciones camaleónicas

Está transcurriendo otro cambio de piel. El kirchnerismo del conurbano se muestra, de a poco, tan evanescente como lo fueron el cafierismo, el duhaldismo o el ruckaufismo. Son transiciones camaleónicas que sacan su eficiencia del vacío programático en que se mueve la vida pública. Por eso Duhalde aconseja: "No se confunda. Entre los intendentes no hay demasiada conciencia política. A ellos les interesa mantener el orden en su granja. No quieren más que eso. De tanto en tanto asoma la cabeza alguno que aspira a ser gobernador".

Pero para esa pretensión mayor hace falta un puente hacia los sectores medios que están en conflicto con las prácticas a través de las cuales se conserva el orden en el Gran Buenos Aires. "El único que podría significar algo para la clase media urbana es Sergio [Massa] -opina un encumbrado legislador por la provincia-; si no se lo traga el sistema. A él todavía le queda la chance de ser gobernador".

El periodista le pregunta a ese legislador: "¿Usted cree que los intendentes del conurbano tienen hoy conciencia de que el deterioro se ha vuelto crónico?" Respuesta: "Hay dos o tres que sí. Alvarez, de Avellaneda; Balestrini, que controla La Matanza; tal vez Othacehé, de Merlo. Los demás no. Están sumergidos en el problema".

¿Cuál es el problema? Fernando Henrique Cardoso lo definió con claridad en el libro-entrevista O presidente segundo o sociólogo (El presidente según el sociólogo), que publicó en 1998. Allí sostuvo que la hiperurbanización genera sus propias patologías. Se refería a San Pablo pero el juicio vale para el Gran Buenos Aires. Se trata, según Cardoso, de entramados de tal dimensión que desbordan las instituciones que los occidentales nos hemos dado para regular la vida en común en los últimos 200 años: la escuela, el hospital, la comisaría, la cárcel. En zonas como éstas, las prestaciones del sector público ofrecen cada vez menos calidad. La política se deslegitima y termina por ingresar a la villa de emergencia o a la favela para la photo-oportunity de cada proceso electoral. Y nunca más.

En sus últimas apariciones suburbanas, Kirchner parece el performer de la teoría de Cardoso. Llega rodeado de una parafernalia de custodios, funcionarios y periodistas. Habla para unas 400 personas convocadas para la ocasión. Habla para los que lo miran por TV. Los vecinos de la zona siguen en sus casas, ajenos.

De nuevo: ¿cuál es el problema? El problema es que -el que habla fue ministro bonaerense- "las ciudades están sitiadas, ya hablamos de narcotráfico y aparecen fenómenos nuevos como los "sin tierra" a la argentina. El Camino Negro a Lomas de Zamora se ha vuelto intransitable, igual que el Centenario para llegar a Quilmes. El único que ve el drama se llama Bergoglio. Es jesuita, tiene una cabeza estratégica. Organizó 1000 voluntarios que tratan de contener lo que se pueda dentro de las villas. Van adonde la política no llega, donde el puntero se convirtió en dealer ".

En el origen del proyecto argentino, Sarmiento imaginó el progreso como la contradicción entre la civilización y la barbarie. El desierto, por la debilidad de los vínculos interpersonales, engendraba el poder autoritario del caudillo. La civilización no podía sino ser urbana. Ha pasado un siglo y medio y el Gran Buenos Aires está obligando a revisar esa ecuación.

© LA NACION

viernes, 22 de mayo de 2009

- EMBLEMA DE LA CIUDAD -





CUMPLE 73 AÑOS EL OBELISCO PORTEÑO




EMBLEMA DE LA CIUDAD





Con 67 metros de alto y su base de 7 metros por cara, su original revestimiento de piedra blanca extraída de minas en las sierras de San Luis, su estructura de hormigón armado hueca, por cuyo interior asciende una escalera de hierro de 342 escalones hacia las cuatro ventanas en el ápice y su pararrayos casi invisible, nuestro obelisco se impuso al alma de los porteños, convirtiéndose en uno de los símbolos más característicos de nuestra identidad ciudadana.





En 1936, las cuadrillas municipales ya habían abierto un gigantesco hueco en pleno Buenos Aires por donde pasaría la avenida 9 de Julio, "la más ancha del mundo".
En el medio de ese claro que había dado por tierra con viejos cafetines y teatros de varieté, en el cruce con la avenida Corrientes, se construyó la Plaza de la República. Y allí, como un gran mojón que cortaba la Avenida Corrientes, que ya había dejado de ser angosta, se levantó el Obelisco.





Fue el homenaje de Buenos Aires al Cuarto Centenario de su Primera Fundación y representaba el espíritu progresista de una época. Por entonces, el intendente era Mariano de Vedia y Mitre, a la vez que ejercía la Presidencia de la República el General Agustín P. Justo.





Allí donde está, en la intersección de las avenidas 9 de Julio y Corrientes, estuvo el precario y grueso madero sobre el que juró, apoyando su espada, Don Pedro de Mendoza en 1536.





Diseñado por el Arquitecto Alberto Prebish, intentaba resolver con elegancia, clasismo y grandilocuencia, el triple cruce de dos de las más importantes avenidas de la ciudad, a las que se agregaba la Diagonal Norte (Roque Saénz Peña), recientemente construida.





Su construcción estuvo a cargo de la compañía alemana Siemens Bawnion y duró apenas cuarenta días y fue llevada a cabo por más de 150 obreros que trabajaron en dos turnos, se debieron salvar las dificultades que significaban los túneles del subterráneo mediante la construcción de bóvedas en su fundamento. Todo un récord.
Como símbolo, recuerda a aquel precario y grueso madero sobre el cual juró apoyando su espada Don Pedro de Mendoza en 1536.





Fue emplazado en el sitio exacto donde flameó por primera vez en la ciudad la Bandera Nacional en la torre de la Iglesia de San Nicolás, el 23 de agosto de 1812 y se inauguró formalmente el 23 de mayo de 1936 a las 15.00hs.





Una vez culminada su construcción la oposición presionó a través de la prensa para demolerlo. En 1939 el entonces Consejo Deliberante decidió su demolición, pero el intendente de turno vetó la ordenanza alegando que el obelisco era un monumento perteneciente a la jurisdicción de la Nación.














Hoy, setenta y tres años después, nadie discute a éste emblema porteño, custodio de en una remodelada Av. 9 de Julio.





Ricardo A. Carrasquet