lunes, 24 de marzo de 2008

- HIPOCRITAS -





¿Somos todos hipócritas?



Por Oscar R. Puiggrós
Para LA NACION
Caricatura: Kovensky




Dicen los diccionarios que la hipocresía "es un fingimiento o apariencia de sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen".


Por cierto, tratar el tema es realmente comprometido y diría resbaladizo, por su estrecha relación con la personalidad psicológica de cada uno.

En el juicio autocrítico -cuando se tienen el carácter y la libertad para afrontarlo- se tropieza con la interferencia de intereses, debilidades, afectos personales o ataduras ideológicas que llegan hasta la hipocresía con uno mismo, quizá la más corrosiva al nivel profundo de la conciencia.

Este fenómeno lleva a confundir y muchas veces a corromper el significado de las palabras y de lo que ellas tratan de expresar, es así como una Babel idiomática se convierte en una Babel en las ideas y, por lo tanto, un obstáculo para la comunicación y el diálogo. Libertad, justicia, derecho, amor, democracia y tantas otras expresiones están atadas a circunstancias generales o personales que cambian sustancialmente su contenido; se las usa con tan imprudente frecuencia y frivolidad, que ya poco dicen y hay que volver a definirlas cada vez que se las emplea. Pensar no es combinar símbolos intelectuales: es penetrar en los fundamentos de las ideas.

Los argentinos tenemos una trayectoria cultural, política y económica caracterizada por incorregibles incoherencias entre lo que se propone y se ofrece y lo que luego se cambia o no se cumple; esta constante modificación de los objetivos y de los medios para alcanzarlos crea una situación de permanente crisis, emergencia y precariedad de los programas diseñados. En cada ocasión abundan palabras altisonantes de puro valor demagógico que tienen una vida efímera y rápido reemplazo por otras tan atractivas como igualmente engañosas.

Algunos ejemplos confirman estas reflexiones, que me parece oportuno transmitir. ¿La democracia se define y realiza sólo cuando la mayoría gobierna? ¿Fueron democráticos los gobiernos de Stalin, Mussolini, Hitler (ganó seis elecciones con más de ochenta por ciento de votos) y tantos otros que dejan de lado las bases esenciales del sistema? O podremos decir, como se dijo alguna vez sobre la libertad: "¡Democracia! ¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!"

Entre nosotros ¿es la Justicia ciega o se le quita la venda cuando hay razones de "alta política" o inevitable ideología que imponen olvidar la igualdad y la equidad fundamentales? ¿No son los derechos humanos hoy frecuentemente violados, también por primeras potencias formalmente democráticas o por la "República Democrática" China, a pesar de su espectacular desarrollo económico, o por la Cuba fidelista, denunciada por sus propios periodistas e intelectuales, por sus atentados contra la libertad? ¿No asistimos, entonces, a una evidente hipocresía cuando a la libertad, la justicia y la democracia se las proclama convertidas en valores envilecidos?

Si estas observaciones las aplicamos al complicado escenario argentino, reconoceremos cuánto nos falta para emprender la indispensable reconciliación, comprender y "sentir" a los que inevitablemente deberán ser incluidos en la construcción de una sociedad libre, justa y pacífica.

Todos tenemos algo que reprocharnos; después de nuestras experiencias negativas, larga declinación y trágicos sucesos, nadie puede tener la vanidad de haber contribuido con eficacia para el bien común de los argentinos, aun cuando en economía hayamos logrado períodos de real o aparente prosperidad, más fiscal que de equilibrada distribución y desarrollo.

Los extremos ideológicos y políticos -de izquierdas y derechas, distinción que rechazo- han dejado en menos de un siglo experiencias tan aleccionadoras que parece imposible que todavía aparezcan insensatos que cultivan nuevos fundamentalismos bajo la máscara de valores atractivos (justicia social, democracia, soberanía, igualdad) que sólo son expresiones usadas con irresponsable publicidad. América latina ha dejado un muestrario de dictadores corrompidos de triste memoria, partidos hegemónicos que algunos pretenden resucitar para retroceder hacia tiempos de anacrónico absolutismo por medio de reformas osadas de apariencia democrática y de reorganización partidaria sólo retórica.

¿Es exagerado decir que hay esclerosis en nuestro Poder Legislativo, institución clave de la República y del sistema? ¿No es caer en nostalgia recordar a los Sarmiento, Pellegrini, Palacios, de La Torre, Frondizi, Aguirre Cámara, etc., y sus históricos debates parlamentarios? ¿No acabamos de asistir al ejemplar respeto mutuo y franca exposición de ideas y programas entre los candidatos presidenciales de España, EE. UU., Francia, etc, que nos lleva a una triste comparación?

El progreso de nuestra sociedad requiere el rechazo de la actitud maniquea: blancos o negros, ángeles o demonios, nosotros o ellos, criterio que desconoce la realidad y los matices que sólo percibe el prudente y desapasionado análisis de la condición humana. Qué bueno sería que la nota dominante entre los argentinos fuera la unidad -¡por Dios, no la unificación!- frente a un proyecto común con su natural pluralismo.

Y volvemos a preguntar ¿la ayuda social está libre de clientelismo? ¿Los niños y adolescentes entienden mejor lo que leen? ¿Bajó el consumo de la droga? ¿No sentimos un cataclismo interior cuando vemos que millones de niños están bajo el nivel de miseria cultural y económica y muchos subsisten revolviendo la basura? ¿No se instruye mal y menos todavía se educa para vivir en paz en una comunidad solidaria?

Podríamos seguir con estos interrogantes, numerosísimos, pero también señalar actos y resultados positivos y relevantes, como la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, un notorio descenso del desempleo y algunos otros que sería prejuicioso omitir, aunque ellos no compensan las demoras en la atención de impostergables problemas populares junto con arrogantes proyectos faraónicos, el bajísimo nivel de nuestra cultura ciudadana y el crecimiento de la violencia, que es una muestra ostensible de declinación moral y cultural, tema estrechamente ligado al aumento, en estos últimos años, de las villas miseria estables (lamentablemente, no de emergencia).

Estos interrogantes y observaciones también son aplicables a los que desde la oposición se limitan a la crítica superficial y frívola, atada a prejuicios, y no procuran conocer la verdad ni siguen el análisis objetivo y prudente de la realidad política para corregirla con eficacia.

¿No asistimos en estos días a la hipócrita solidaridad de diferentes gobernantes latinoamericanos rápidamente alineados detrás de argumentos ideológicos o de simple concentración de poder? No se ha escuchado una sola condena del presidente Chávez contra el sistema de secuestros y narcotráfico -que así resultan legitimados como procedimientos normales de una lucha política- que recuerdan a las máquinas de guerra totalitaria y sus campos de concentración. ¿O es que esa repugnante metodología es aceptada o rechazada según quien la practique?

No es impertinente sino necesario expresar opiniones, transmitir inquietudes, promover reflexiones personales en quienes tienen a su cargo el bien común, el de todos, y esa es, entre nosotros, la primera autoridad ejecutiva acentuada por la Constitución presidencialista. Me permito así personalizar últimos interrogantes. ¿No cree usted, señora Presidenta, que es más útil corregir errores en el manejo de la administración pública y desaciertos en la tarea propiamente política que pasar por alto sospechosas fallas a la ética y la moral y excesos en la conducta y métodos de algunos funcionarios que tienen una cuota de poder?

¿No cree usted que, en estos momentos de complejísima transición, le ha tocado el fascinante desafío de lograr la reconciliación de los argentinos y la de estimular auténticamente la paz y todo lo que ella significa, hoy más que nunca, en un mundo acosado por oscuros nubarrones y riesgos de devastación universal? ¿No le parece que afrontar estos nobilísimos objetivos está en el nivel, o quizá más alto aún, que el de quienes nos dieron en su momento la libertad?

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