jueves, 20 de marzo de 2008

- IMPRESENTABLES -






Los violentos de siempre


Luctosa, aberrante, demencial. Cualquiera de esos adjetivos calzaría como anillo al dedo para calificar la jornada futbolística del fin de semana pasado, en la cual y por derivación de episodios vinculados con esa actividad, hubo un saldo de dos muertos, tres heridos de consideración, varios tumultos y alrededor de 180 detenidos.

Si hacía falta algún dato para terminar de confirmar que la violencia en todos sus matices y variantes se ha transformado en uno de nuestros mayores problemas, esos actos de absurda barbarie redondearon la existencia de la situación crítica que, al parecer, no preocupa a las autoridades en la medida extrema en que debería hacerlo.

El simpatizante de Vélez Emanuel Alvarez, de 21 años, murió al recibir un disparo cuando se dirigía en un ómnibus al estadio de San Lorenzo de Almagro; el horroroso crimen desencadenó el asalto a la sede anexa del Club Huracán. En Salta, una adolescente recibió un tiro proveniente del arma con la cual, según se dijo, jugueteaba uno de sus acompañantes, cuando iban hacia la cancha de Gimnasia y Tiro.

En Mendoza, la adolescente Jessica Johana Leiva, de 13 años, fue herida de gravedad por un proyectil disparado durante una gresca entre las barras bravas de los clubes Godoy Cruz e Independiente Rivadavia. En Santa Fe, una simpatizante de Colón recibió una cuchillada en medio de las protestas por el mal desempeño de ese equipo. Y aquí, en la Boca, dos bandos de integrantes de la tristemente célebre barra brava local dirimieron diferencias mafiosas a golpes, cuchilladas y tiros: hubo por lo menos un herido y alrededor de 180 detenidos que ya están en libertad.

Una vez más, dirigentes y jugadores manifestaron abiertamente su indignación y su estupor por tantos desmanes. Podrían hacer aportes más eficientes, si es que sinceramente pretenden contribuir a evitarlos: por ejemplo, negándole toda clase de sustentos y recursos a los barrabravas que, ya sea por interés o por temor, suelen obtener recursos de ellos.

Una cadena de tolerancias y complicidades colectivas ha deparado la reiteración de estos actos de barbarie que, también una vez más, han situado malamente al país en las primeras planas de las informaciones internacionales. Pero debe tenerse en cuenta que no se trata de hechos de excepción en el seno de una sociedad pacífica y respetuosa de la ley, sino de una porción de un mosaico mucho más complejo y temible.

La violencia, pariente fraterna de la inseguridad, llámese delictiva, en el fútbol, en el tránsito o en tantos otros aspectos de la vida cotidiana, parecería haberse enquistado entre nosotros, que damos la impresión de estar resistiéndonos a admitir la gravedad de nuestro mal. Y no es insensato pensar que esta situación se explica en buena parte por la actitud de las autoridades gubernamentales, que en muchos casos minimizan o toman hasta con cierta naturalidad esta clase de episodios violentos.

Es hora de que todos, sin excepción alguna, comencemos a tomar nota de la existencia de esa endemia y a preocuparnos por encontrarle remedio eficaz. De lo contrario, podría llegar el momento en que, por maligno acostumbramiento, este desborde se convirtiese en definitivamente incontenible y, por ende, en un flagelo irremediable y terminal.

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