jueves, 12 de febrero de 2009

- COMPARACIONES -





El mundo sesgado de los "progresistas"


Hay que leer la historia sin ira


Carlos Floria
Para LA NACION
Noticias de Opinión




Se atribuyen a la Presidenta, según leo, ejercicios comparativos por lo menos arriesgados. Comparó la carrera política del presidente Obama (para serlo "tuvieron que pasar muchas cosas en el mundo", dijo) con la de Kirchner, un "joven desgarbado" que llegó a la Presidencia después de haber pasado (¿en el mundo, en nuestro país?) otras tantas.

Ese tipo de afirmaciones, como las que en el pasado reiteró respecto de "dos siglos de fracasos" de una Argentina alterada, es una lectura de la historia un tanto sesgada, para decir lo menos. Revela que la Presidenta no es una intelectual preocupada por lo que significan los análisis propios del método comparativo. Comparar implica un ejercicio intelectual aplicado al mejor conocimiento: comparar es conocer y afinar la lectura del pasado y del presente.

La lectura de la historia es el primer paso en la secuencia de una sustantiva explicación política, así como la lectura de la sociedad, las instituciones y la ética pública son pasos fundamentales para una adecuada educación y cultura políticas.

Un "joven desgarbado" fue, por ejemplo, Charles de Gaulle, según descripción de sus superiores en su carrera militar. Cuando los franceses reconocieron en él sus condiciones de líder de crisis, no por eso dejaron de observar excesos verbales que eran puestos en cuestión.

La "autoridad heroica", el "líder de crisis" o el "líder carismático" es un rol polivalente, en cuanto supone riesgos para cualquier sociedad. En el caso de los intelectuales -"ganadería", en expresión de Ortega y Gasset, que integro-, su relación con la política ha sido siempre, y en todos lados, complicada. Suelen enrolarse en la "contestación" permanente. Forman parte del entramado de "sectas ideológicas" que se hacen escuchar a derecha e izquierda, más allá de su número, por la tendencia a la rigidez y la pureza que lleva desde un extremismo a otro. Pagan con frecuencia el precio del aislamiento. Caen en una suerte de totalismo crítico respecto del orden político y social.

Pasó en los años 30, en los 40 y en décadas siguientes. También ocurrió, si se extiende el análisis, en todos los países no totalitarios del siglo XX y entre los políticos intelectuales del siglo XIX, mucho tiempo antes del proletariado moderno.

Una segunda característica es la tendencia al "moralismo", que lleva a la polarización entre derechas e izquierdas, convertidas en derechismo e izquierdismo. Ambas están dispuestas a sustituir la investigación por el profetismo y a buscar chivos emisarios en las inequidades del capitalismo, y con escasa frecuencia en el significado siniestro de los totalitarismos del siglo XX.

Por fin, está la convicción de que los intelectuales son la conciencia de la sociedad. ¿Para qué tipo de sociedad? ¿Qué tipo de Estado defienden, para qué sociedad? Si los intelectuales no atienden a esos interrogantes, ¿cómo interpelan a la clase política? Silvia Sigal y Beatriz Sarlo han escrito propuestas y críticas importantes en esas claves, y no en solitario. Pilar Calveiro -militante y víctima en los años 70 y hoy académica distinguida en la Universidad de México- ha testimoniado su crítica a la estrategia montonera en un ensayo relevante: Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla de los años 70 . Título provocativo, aporte sugerente.

Me interno, por fin, en la cuestión del progresismo, apelación que cada protagonista interpreta a su modo. En mi caso, como una suerte de católico liberal chapado a la antigua, haré una breve referencia a lo que significó en los años 50 el debate entre progresistas e integristas en el mundo ideológico religioso. Otro debate, pero no diferente de lo que circula en las calificaciones y descalificaciones actuales.

En los años 50, progresista era, para los católicos, todo aquel que, impedido por razones personales de dar adhesión oficial y total al Partido Comunista, estaba persuadido de la excelencia intrínseca de esa ideología, habida cuenta de que no se difundía o era negado el totalitarismo en la URSS. El progresista era lo que se llamaba el "compañero de ruta" ideal y definitivo. Como escribía por entonces Joseph Folliet -aplicado al caso francés, pero extendible a otros ámbitos-, ese progresismo tenía un carácter pasional y apasionado, sin ser sentimental. Hay que recrear aquella parte de la historia. Explicaba rasgos comunes: una voluntad de estar presente en la historia, un deseo de justicia social, un optimismo fundamental acerca de la Iglesia en el mundo...

Muchos intelectuales burgueses se sentían fascinados por el comunismo. La URSS era un lugar de peregrinaje político, que llevó a Simone de Beauvoir a considerar a Stalin, después de un par de entrevistas, "un abuelito patriota" (¡!).

Enfrente estaba el integrismo, como tendencia menos asible que el progresismo. Pero había rasgos comunes: también era pasional y apasionado, y no reconocía el valor del diálogo: cultivaba, naturalmente, el monólogo. No discutía: condenaba. Los integristas católicos se consideraban "el juicio de la Iglesia". Eran, en rigor, sectarios, sin disposición para persuadir, sino para intimidar. Sobrevaloraban la ortodoxia tal como la interpretaban, y tenían la verdad. Tendían -tienden- al autoritarismo. Y terminan siendo clericales, rasgo no ausente en el progresista en la medida en que sitúa a la Iglesia como poder o contrapoder político... No es tradicional, sino tradicionalista.

Ambos, progresistas e integristas, apenas perfilados en estas notas, son riesgosos por la lógica interna autoritaria que los envuelve, aunque no lo acepten. Tensos, dramáticos, apocalípticos, expresan una lógica abstracta: el espíritu de sistema, la negación de la autocrítica y, al cabo, la ausencia de humor. No saben manejar la ironía y el sarcasmo, no saben de la broma franca y libre...

Dicho esto, queda una cuestión actual: ¿cuán progresista es el progresismo que ahora se cultiva y se invoca? ¿Existe el progresista reaccionario? Pregunta incómoda, pero realista.

Una anécdota de la vida académica: en un seminario dictado en la Facultad de Derecho de la UBA, y en vísperas del último retorno de Perón, tenía como cursante (es un decir, por cuanto eran frecuentes sus ausencias) a Rodolfo Galimberti.. Con un colega, habíamos publicado una Historia de los argentinos , todavía circulante, que no recomendábamos en la bibliografía por reservas éticas.

Finalizada una sesión del seminario, se presentó Galimberti, cordial y respetuoso, para transmitir una preocupación de los estudiantes. La queja partía -según él- de un capítulo que aplicaba una suerte de tipología de los liderazgos, procedente de la ciencia política, al estilo y a la historia de Juan Domingo Perón. Inteligente, pragmático, con dosis de cinismo, realista... Galimberti me observó: "Eso ya lo sabemos, pero usted lo califica como inspirado por el conservadurismo popular, cuando se trata de un socialista nacional... Y además usted sostiene que la vida pública de Perón comenzó y terminará en su papel militar..."

Galimberti no era un intelectual: era un militante. Fue indiferente que le sugiriera una recorrida por la crisis del 30, por los años del GOU, por las banderas del muy conservador gobernador Fresco, que Perón empleó sin citarlo, y por el hecho entonces reciente de que el general había designado a un antiguo conservador, Héctor Cámpora, y al dirigente principal del Partido Conservador Popular, Vicente Solano Lima, como sus hombres de confianza en una tempestuosa sucesión...

Por eso es aconsejable una relectura de El mito de Hitler , de Ian Kershaw (edición inglesa de 1987, edición en español de 2004), de Operación Traviata , de Ceferino Ratto (allí consta que en un encuentro de Perón, en Madrid, con líderes montoneros, ellos se presentaron según sus "grados" y Perón los saludó "como general del ejercito argentino"), del reciente libro de Juan José Sebreli Comediantes y mártires. Ensayo contra los mitos, y, si uno se quiere internar en testimonios de la vida militante entre nosotros, de Lucha armada en la Argentina , revista con título provocativo y contenido sugerente y serio. Aquella recomendación clásica de que la lectura de la historia debe hacerse sin ira y con estudio tiene la oportunidad de lo necesario.

El autor es profesor emérito en Ciencia Política en la Universidad de San Andrés y consulto en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

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