viernes, 27 de febrero de 2009

- LO NATURAL -




Sin sombras ni pequeñeces


Es lamentable que algo tan esencial como el diálogo entre dos partes, como el Gobierno y el campo, sea hoy excepcional


Noticias de Opinión
La Nación


El hecho de que la ministra de la Producción y otros altos funcionarios oficiales se hayan reunido con los presidentes de la Comisión de Enlace de las entidades agropecuarias en medio de una expectativa nacional extraordinaria evidencia de qué manera se ha trastocado lo que debería reflejarse como el curso ordinario de la vida institucional de un país.

El diálogo, principio natural de toda convivencia, ha perdido su condición ordinaria para asumir así un carácter excepcional. Es el resultado de dos gobiernos que han negado su ejercicio, como si la comunicación con quienes piensan distinto o de manera independiente constituyera un menoscabo que diluyera las facultades ejecutivas.

Para colmo de males, ha habido otros pesares. Las pocas veces que el Poder Ejecutivo o alguno de sus ministros entabló conversaciones con personalidades ajenas al ámbito de los seguidores partidarios o de los círculos, sobre todo empresarios, en los que se manifiesta una insólita cuanto penosa propensión a asentir con las voces que devienen del poder, no faltó oportunidad para que se violentaran normas que suelen ser sagradas para los hombres.

El valor en sí mismo del diálogo es tan decisivo para el desenvolvimiento de las relaciones humanas y sociales que hasta parece mitigarse la gravedad de faltas como aquélla ante cada oportunidad nueva de reunir alrededor de una misma mesa a quienes piensan distinto.

Se ha reasumido de ese modo, ante la comprensión general, la comunicación entre el Gobierno y los representantes del campo. Ha pasado, pues, a un segundo lugar, el revuelo producido por la revelación por parte oficial de los contactos reservados que se habían establecido, a fin de aproximar posiciones con el presidente de la Sociedad Rural Argentina.

No son los resultados de esa reunión, ni el tono que prevaleció durante su desarrollo, los que promueven aquella consideración, sino la capacidad demostrada para debatir en conjunto posiciones que difícilmente pudieran, en principio, ser más irreconciliables. Sobran elementos en el panorama político y económico del país y del mundo para advertir que en los próximos meses tenderán a agudizarse, antes que a atenuar sus efectos, los problemas derivados de una crisis económica y financiera internacional de magnitud gigantesca.

Nadie está excluido de los graves padecimientos de esa situación. Incluso, la presidenta de la Nación, que en apresurada interpretación arriesgó el juicio de que la Argentina quedaría al margen de la tormenta, ha terminado por admitir públicamente su preocupación por los efectos que han comenzado a hacerse sentir sobre la Argentina.

El diálogo supone sinceridad. Mucho menos que alentarlo en su descomedimiento, debe el Gobierno llamar al orden a los funcionarios y representantes en el exterior que, al procurar la justificación de las inverosímiles estadísticas oficiales, soliviantan a la opinión nacional y, según el contexto en el que hablen, colocan al país en ridículo en el exterior. Si no fuera por el daño que se infiere a la credibilidad del Estado, tendría categoría de desopilante una declaración que procure negar a estas alturas las manipulaciones del Indec.

Hay que alentar la creación de espacios de diálogo y de circulación de informaciones confiables sobre cuyas bases se pueda actuar y negociar con seriedad. En la memoria colectiva aún están vivas las imágenes de la agobiante crisis que amenazó con paralizar los principales centros de actividad productiva del país en 2002 y de los esfuerzos que se hicieron en ese tiempo para movilizar a múltiples sectores de la sociedad.

En ese sentido, cabe una mención especial para lo que entonces se denominó la Mesa del Diálogo, en la que estuvieron representadas diversas organizaciones no gubernamentales. Así también la Iglesia Católica desempeñó en ella un papel relevante, con el acompañamiento de otras comunidades religiosas de antiguo arraigo en el país. Todas esas voces se concertaron para articular consensos que deberían ser tomados hoy como antecedentes de invalorable significación.

Entre 2002 y 2004, la Mesa del Diálogo atesoró una experiencia que debe observarse, en primer lugar, como la contrafigura del encerramiento y la hostilidad hacia lo diverso que ha prevalecido en los últimos años. En la perspectiva del tiempo, se percibe que dejó enseñanzas que coadyuvaron a vencer dificultades y encontrar soluciones para dejar atrás uno de los períodos más azarosos que se hayan vivido en la Argentina.

Una política de diálogo profundo y efectivo sólo podrá encararse con el mismo espíritu que animó a ese encuentro multidisciplinario y que contó con la inapreciable contribución de la oficina local del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Es indispensable, en efecto, renovar un espíritu previsor y constructivo, sin otra meta que la de una auténtica solidaridad social, alejada de las sombras y pequeñeces del clientelismo político que termina por echarlo todo a perder.

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