miércoles, 11 de marzo de 2009

- DARWIN -





El instinto de Darwin


Silvia Hoppenhayn
Para LA NACION
Noticias de Opinión



A menudo, el surgimiento de nuevas teorías en la historia se enfrenta con creencias arraigadas que demoran su aceptación. La irrefutabilidad de una prueba no siempre logra derribar férreos sentimientos que recubren miedos ancestrales. La teoría evolucionista de Charles Darwin hizo tambalear antiguas concepciones (como en otra época había ocurrido con la teoría copernicana) y llegó a constituir una verdadera revolución en el terreno científico, al tiempo que generó una controversia aún vigente, rigurosamente abordada en un nuevo libro, Darwin , de Michael Ruse, publicado por Katz.

Se suelen cuestionar el método de Darwin -algunos lo tildan de precientífico-, su empeño megalómano en demostrar su teoría y su aislamiento de la comunidad científica.

Sin embargo, ahora, cuando se cumplen doscientos años de su nacimiento, vale destacar de aquel entonces el ímpetu investigativo, que le otorgaba a la vida mayor rango de aventura. El naturalista Darwin no estaba encerrado haciendo cálculos virtuales ni teorías ni modelos para pesquisar la organización de las abejas o de las tortugas de Galápagos. Viajaba y anotaba. Se trepaba a los árboles, husmeaba nidos, hasta los probaba, para entender por qué los chinos se los comían. Todos sus sentidos estaban dispuestos a descubrir comportamientos de las especies que le proporcionaran alguna idea sobre la evolución, el origen común, la multiplicación, la diversificación y su cuestionada selección natural.

En sus viajes escritos, más allá de afirmaciones que pueden o no ser refutables, lo que prevalece es la experiencia. Y aunque parezca irrisorio, al menos para los fines de comprobar una teoría, esa formación vital, contemplativa, le otorga a su escritura un sesgo único: es vivaz y convincente.

Darwin empezó con las lombrices en el jardín de su casa en Downe, al sur de Londres. Cavaba pozos en todo el terreno. Siguió rastreando en comunidades de distinta índole. Incluso rescató fósiles acorazados en nuestras pampas y recorrió las islas Malvinas, con el HMS Beagle, para realizar exámenes zoológicos.

Entre las tantas publicaciones que acompañan los festejos del año de Darwin, acaba de aparecer otro texto inédito -aunque en el prólogo lo circunscriben a "olvidado- del científico inglés. Se trata de Instinto (de pronta traducción), un breve ensayo que revela sus hallazgos, pero también sus cavilaciones. A través de las migraciones, traza una endeble frontera entre memoria e instinto. Se sirve de curiosos ejemplos, como el de un halcón cojo que cada tres semanas acude a un monasterio, justo el día en que reparten comida a los indigentes. Entre los peces, descubre algunos instintos que favorecen la supervivencia de otras especies, aunque esto implique la propia destrucción. El ensayo es tan descriptivo que puede leerse como un paseo inusual, pero también como pregunta acerca de nuestros impulsos más recónditos.

No hay comentarios: