lunes, 18 de mayo de 2009

- ARMADA -




Día de la Armada Argentina


De Brown al futuro



Miguel Angel De Marco
Para LA NACION
Noticias de Opinión



"La República Argentina no puede tener marina". Tan altanera expresión corresponde a unas coplas escritas por el aragonés Gervasio Algarate, cirujano en las naves del Apostadero de Montevideo, después de que los modestos buques de la primera escuadrilla argentina fueron derrotados en el combate de San Nicolás (2 de marzo de 1811). Tan satírica rima parecía reflejar la idea, quizá compartida por otros peninsulares y americanos, de que a partir de entonces los patriotas no podrían armar nuevos barcos y el estuario del río de la Plata, al igual que las vías fluviales interiores, serían dominados por los realistas. ...stos conservaban la plaza fuerte oriental, sitiada por tierra desde hacía casi tres años, pues eran los dueños de las aguas.

Finalmente, el Directorio decidió adquirir y armar buques de guerra. Para comandar la escuadra surgieron los nombres de tres marinos distinguidos: el norteamericano Benjamín Franklin Seaver, el francés Estanislao Courrande y el irlandés Guillermo Brown. Finalmente, el Gobierno se inclinó por este último, y esa decisión resultó providencial. Tenía 36 años, una larga experiencia y una capacidad organizativa poco común. Pronto demostró que, además, poseía una visión táctica excepcional, por lo que se convirtió en un auténtico conductor militar.

La toma de Martín García (8 de marzo de 1814) y las operaciones sobre el río Uruguay, que culminaron en el combate de Arroyo de la China (28 de marzo), sirvieron no sólo para aislar al mejor comandante de las naves españolas, Jacinto de Romarate, sino para ajustar la maquinaria guerrera de las Provincias Unidas. Comandantes, oficiales, marinería y tropas de desembarco supieron que aquel hombre que apenas hablaba en castellano, los llevaría a la victoria.

El Río de la Plata fue escenario, entre el 14 y el 16 de mayo, de acciones que definieron el triunfo naval más importante de la Revolución. Aquel último día, Brown, disminuido por la fractura de una pierna mientras se hallaba en la sumaca Itatí, fue devuelto a su buque insignia, la fragata Hércules, desde el cual comandó operaciones de persecución que se completaron el 17 con la captura o huida de la mayoría de los buques españoles. De ahí que cada año se celebre, en esa fecha, el Día de la Armada.

El 10 de junio, el jefe patriota, que mantenía el sitio fluvial de la ciudad, ordenó bombardear Montevideo. Once días más tarde cesaron las hostilidades, y el 23 de aquel mes la plaza capituló por tierra y por el río. Comandaba las tropas sitiadoras, el joven general Carlos de Alvear, quien recogió con Brown los laureles de la victoria.

Lejos de acrecentar el incipiente poder naval argentino, el Directorio, al verse desembarazado del peligro, malvendió la escuadra. Ello dejó inermes a las Provincias Unidas frente a la amenaza de una gran expedición naval española sobre el Río de la Plata, que felizmente no se concretó. Hubo que recurrir, a falta de marina regular, al otorgamiento de patentes de corso para combatir al adversario y apoyar la gran empresa de San Martín, quien se aprestaba a cruzar los Andes para dar independencia a Chile y al Perú. Brown e Hipólito Bouchard protagonizaron hazañas por los mares del mundo, alzando al tope de sus mástiles el pabellón celeste y blanco, y también lo hicieron marinos de otras nacionalidades al servicio del gobierno argentino.

La guerra contra el Imperio del Brasil, encontró a la Argentina sin naves, y hubo que formar apresuradamente una pequeña flota al mando de Brown, para enfrentar el casi incontrastable poderío de los bajeles de don Pedro I. Otra vez se recurrió, además, a las acciones corsarias, y de nuevo, concluida la lucha, el país se desprendió de su armada. Si bien la provincia de Buenos Aires, a cargo de las relaciones exteriores, contó con buques para librar un combate desigual con las grandes escuadras de Francia y Gran Bretaña -a cuyo frente estuvo el anciano y glorioso Brown-, no podía hablarse de un auténtico interés por la defensa de la patria en el mar. Otro tanto ocurrió en la etapa de la Argentina dividida, en que la Confederación y Buenos Aires emplearon raquíticas escuadrillas constituidas por naves mercantes armadas con premura, y en la guerra con el Paraguay, donde varios de esos mismos barcos actuaron, salvo el combate de Paso de las Cuevas, en meras tareas de transporte.

Hasta que llegó a la presidencia Domingo Faustino Sarmiento. Designado por Mitre, había sido embajador en los Estados Unidos, y en ese carácter le había tocado presenciar una de las guerras más cruentas del siglo XIX: la de Secesión, donde se enfrentaron con saña cientos de miles de hermanos. Trajo experiencias de distinta índole que no quiso desaprovechar. Entre ellas, las de formar un Ejército y una Marina de Guerra profesionales, para lo que había que instruir "científicamente" a los futuros oficiales. Y creó el Colegio Militar y la Escuela Naval, a la vez que proveyó a la capacitación del personal subalterno. También volvió convencido de que todo país que se preciara debía contar con buques y elementos modernos, no tan sólo para guerrear, sino para custodiar los confines territoriales en las aguas. Sus esfuerzos estuvieron orientados a la constitución de una escuadra fluvial -que sirvió más tarde para concretar verdaderas hazañas en el mar, como el rescate de la expedición de Nordeskhold en la Antártida, recién iniciado el siglo XX- porque para la mayoría de los hombres de su época los límites del país terminaban en el río Negro, es decir, en la provincia de Buenos Aires.

Le correspondería al joven y visionario general Julio Argentino Roca, como ministro de Guerra y Marina de Avellaneda, y enseguida en calidad de presidente de la República, ampliar esa visión. El estadista sostenía que la Armada debía realizar estudios hidrográficos, canalizaciones, balizamientos, iluminación de las costas, vigilancia sanitaria y policial, protección de los intereses nacionales fuera de las fronteras y conservación del orden y la comunicación con los puntos excéntricos del territorio, pues era vital para el país que tuviera señalado un rango entre las naciones modernas.

A partir de entonces, el proceso fue polifacético e incontenible. Las sucesivas administraciones dedicaron importantes recursos para los expresados objetivos, con el fin de consolidar la presencia argentina en la Antártida y garantizar la defensa y protección de los recursos de su plataforma continental. Como explica Guillermo A. Oyarzábal en la Nueva Historia de la Nación Argentina , un papel fundamental en ese proceso de concientización lo tuvo el almirante Segundo R. Storni, para quien el mar era un factor de enriquecimiento y desarrollo, en tanto el comercio y la explotación de sus recursos se constituirían en dinamizadores de la economía y, al mismo tiempo, en el soporte para asegurar la integridad nacional.

Hoy, la Armada tiene la misión de velar por una zona de alto valor estratégico en las islas del Atlántico Sur y la Antártida, y si en las actuales circunstancias no existen ya las hipótesis de conflicto del pasado, le compete custodiar las inmensas riquezas de la plataforma continental, que, de acuerdo con la ley del mar (Convemar) ha sido ampliada hasta 350 millas de la costa. El prolijo relevamiento que dio lugar a esa decisión fue desarrollado por el Servicio de Hidrografía Naval y la Cancillería argentina.

Para cumplir tales objetivos, la Armada necesita contar con recursos que le permitan cumplir su misión. La celebración del 195º aniversario del combate naval de Montevideo puede ser propicia para transformar y convertir en positivos los burlescos versos de 1811: "La República Argentina debe tener Marina".

El autor es presidente de la Academia Nacional de Historia

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