jueves, 25 de septiembre de 2008

- VICE -




Un vicepresidente opositor


Foto: Huadi
Por Pablo Mendelevich
Para LA NACION



EN materia de vicepresidentes, hubo de todo: virtuales, obsecuentes, conspiradores, enojados, opacos, muy opacos y ausentes; éstos, los más abundantes. Lo que no habíamos tenido hasta ahora era un vicepresidente opositor. O al menos acusado por la Casa Rosada de opositor.

Pintor de un solo cuadro o, si se prefiere, campeón de garrocha de un único salto, Julio Cobos practicó el arte del desempate como ninguno. Dicho esto en sentido literal: ningún vicepresidente de la Nación había desempatado antes una votación trascendente. Recuérdese que el presidente nato del Senado no vota (de todas las personas que hablan en la Cámara, Cobos es el único a quien nunca le dieron la tarjeta magnética necesaria para que la computadora lo contabilizara). Vota sólo si los senadores empatan, costumbre que ellos no tienen.

Como se sabe, a los vicepresidentes no se los suele apreciar por vigorosos. Luego, un empate en el debate ha de resultarles tan revitalizador como una lata de espinaca para Popeye. ¿Y por qué no hay una galería de desempates vicepresidenciales históricos? Porque para que haya un desempate histórico como el de las retenciones móviles se necesita que los planetas estén alineados: debe tratarse una ley importante, la voluntad de los senadores tiene que partirse en mitades y, lo más difícil de todo, tiene que haber vicepresidente.

La falta de vicepresidente no ha sido nada rara a lo largo de la historia. Además de Pellegrini, Uriburu, Figueroa Alcorta, Victorino de la Plaza, Castillo e Isabel Perón, los seis vices que dejaron vacante ese puesto precisamente para asumir la presidencia, están los casos de Mitre, Yrigoyen y de Perón, a quienes, en algún momento, se les murieron sus vices; el de Menem, cuyo vice renunció para ir a gobernar la provincia de Buenos Aires; Frondizi y De la Rúa, a quienes se les fueron mal (uno, despedido; el otro, de un portazo), y además están los casos de los dos presidentes designados este siglo por el Congreso, Rodríguez Saá y Duhalde, naturalmente carentes en materia vicepresidencial.

En los últimos veinte años, la Argentina funcionó sin vicepresidente durante un 38 por ciento del tiempo. Por suerte, el Senado tiene de repuesto un presidente provisional, quien conduce la Cámara en caso de no haber vicepresidente de la Nación (el presidente provisional vota doble si hay empate, pero es obvio que una eventual postura suya contraria al Poder Ejecutivo no produciría crujidos político-institucionales como los que introdujo el "no positivismo" cobista).

En cuanto a la función de suplente del Poder Ejecutivo, hasta ahora la figura del vicepresidente no consiguió ganar fama de imprescindible para el improbable caso de una emergencia, como dicen en el cine antes de la película, aunque si se trata del país del último cuarto de siglo sobra la palabra "improbable". Nunca en la democracia moderna un vicepresidente mitigó una crisis institucional (en todo caso, ayudó a dispararla). La única vez que en forma ordenada un vicepresidente reemplazó a un presidente sano (llevado a renunciar por una crisis) fue en 1890, cuando cayó Juárez Celman y asumió Pellegrini.

Dirá Cobos que él no es opositor. "He manifestado siempre mi compromiso con el gobierno que integro como vicepresidente hasta 2011", dejó dicho en un reciente comunicado el ex rey de los radicales oficialistas. Surfeaba sobre la ola de voceros kirchneristas que, con considerable ahorro de sutileza, le pedían que renunciara. Y eso no es nada. Por métodos informales, el gobierno del que él es número dos llegó a empardarlo con Judas, paradigma del traidor entre los cristianos, y, peor aún, con Vandor, quien menta en la tradición oral del peronismo al traidor castigado. Lo que por lo menos sugiere que el Gobierno ?su gobierno? no comparte con Cobos la misma definición de "compromiso".

Las lucubraciones de que su partido centenario (que hasta hace poco lo tenía por hereje) reciba de retorno a Cobos como a un héroe, sumadas a los deseos de algunos de sus correligionarios de que el vicepresidente los convide con algo de la popularidad adquirida con el voto no positivo, al parecer contribuyeron a reforzar la sensación de que el hombre porta en sangre más glóbulos opositores que oficialistas.

Con una lógica en apariencia irrefutable, la Casa Rosada sentenció: si Cobos es opositor, no puede ser vicepresidente. Razonamiento de doble espesor en boca de un gobierno que asimila opositor con enemigo. Diría también un liberal del siglo XIX, seguramente, que en el régimen presidencialista la fórmula es indivisible, que el sistema no está pensado para que el presidente tire para un lado y el vicepresidente, para otro. Que para algo se los elige en dupla.

Pero hete aquí que hace muchos años hubo alguien que entendió que era posible que hubiera un presidente oficialista (sic) y un vicepresidente opositor. Casualmente fue el fundador del partido que hoy preside Néstor Kirchner.

En 1954, dos años después de haber asumido la segunda presidencia sin vicepresidente, Juan Domingo Perón convocó a las únicas elecciones vicepresidenciales de la historia. El reelegido Hortensio Quijano se había muerto antes de jurar por segunda vez, y Perón, que tenía en la línea sucesoria al almirante Alberto Teissaire, presidente provisional del Senado (como Menem, entre 1991 y 1995, con su hermano Eduardo), de pronto consideró que la vicepresidencia no podía seguir vacante. No eran tiempos de purismo institucional, pero obsérvese hoy lo profundo de esa decisión: si iba a llenarse el cargo mediante elecciones sólo vicepresidenciales ?fuera de una fórmula? significaba que para Perón podían convivir un presidente de una inclinación y un vicepresidente ubicado en las antípodas. Por cierto, eso no sucedió, porque las elecciones del 25 de abril de 1954 (un año antes de que naciera Cobos) se hicieron para que las ganara Teissaire, o sea Perón. Nunca se supo cómo hubiera sido un gobierno de Perón con el antiperonista Crisólogo Larralde de vicepresidente.

¿Suena absurdo? En todo caso, la posibilidad fue habilitada. El gobierno ganó con 4.658.565 votos (el 62,52%) y Larralde obtuvo 2.408.114 (los demócratas, comunistas y demoprogresistas sacaron menos que los votos en blanco, que fueron 140.000). Perón nunca se sintió obligado a explicar qué habría hecho con "el enemigo" dentro de su gobierno, porque en realidad las elecciones eran una reválida orquestada, poco útil, eso sí, para evitar la caída del gobierno al año siguiente.

"Nuestro movimiento se empeña en una batalla electoral fácil ?decía el presidente Perón horas antes de abrir las urnas?, pero que debe servirnos de gimnasia para mantenernos en permanente actitud combativa." Larralde hablaba de "liquidar un sistema dictatorial por el bien de la república".

Ironía del destino: el vicepresidente Teissaire, que se había fatigado de tanto ofrecer la vida por Perón, trepó con la Revolución Libertadora al podio de los traidores, en su caso de estilo rústico. Valga el recuerdo de consuelo para Cristina Kirchner. Su vicepresidente, conminado por ella a ver Telenoche para enterarse, por ejemplo, de que el Gobierno saldará la deuda con el Club de París, el día del desempate ni siquiera dijo la palabra negativo.

En el futuro, quizá convenga pensar si, además de prestar servicios electorales y resolver empates pateando penales, el vicepresidente no debería firmar un contrato laboral en el que se le especifique lo que de él se espera.

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