lunes, 1 de junio de 2009

- MENTIRAS VERDADERAS-





Una lectura de la realidad


El modelo de las mentiras



Ricardo Esteves
Para LA NACION
Noticias de Opinión



Se habla de defender el actual modelo productivo. ¿Cómo puede ser productivo un modelo que desalienta la inversión y prohíbe las exportaciones?

Se dice que este modelo es de inclusión social. ¿Cómo va a ser de inclusión social si los que vivimos en la Argentina nos sorprendemos al ver la multiplicación de gente carenciada en el espacio público y la proliferación de villas de emergencia? Los propios encuestadores oficiales admiten que el ingreso actual equivale -con peor distribución- al de los denostados años 90; diez años más tarde, con los espectaculares precios internacionales y la gran demanda que produjo la bonanza mundial de esta década, nos encontramos peor.

Se alega que este modelo fortalece el rol del Estado. ¿Cómo se va a fortalecer algo que se desprestigia constantemente? Un Estado contradictorio, vacilante, impotente -frente a la inseguridad y a las grandes demandas sociales-, que indica un rumbo y en el andar toma decisiones en sentido contrario; que argumenta de manera irracional. Socava así -por la autoridad implícita de su voz- la capacidad de discernimiento de la sociedad. ¿Qué Estado se fortalece? ¿El de los hospitales que no pueden atender a los enfermos y las escuelas que cada vez enseñan menos?

Se aduce que este modelo promueve el capitalismo nacional. ¿Cómo va a promoverlo si profundizó la desnacionalización de empresas? Sectores vitales de nuestra economía, ligados a actividades en las que el país cuenta con ventajas competitivas -la industria de la carne y la lechería, por ejemplo- o rubros como el cemento y sectores de la metalurgia, han pasado a manos extranjeras o sobreviven con dudosa viabilidad. Pareciera que ahora se quiere liquidar al sector de la maquinaria agrícola, a esos grandes gringos que forjan la grandeza del interior.

Según el sabio apotegma de que la única verdad es la realidad, este modelo es una gran mentira.

También les miente a los consumidores cuando les dice que la luz, el gas y otros servicios básicos pueden derrocharse, total, el precio que pagan corresponde a su valor real. Induce a malgastar recursos valiosos y escasos. Mediante el control de tarifas a estos niveles, obliga a que los inversores les regalen parte de su capital a los consumidores. Un modelo basado en el realismo, el único que puede reencauzar el país en la extraviada senda del crecimiento y la promoción social, no será la panacea que solucionará el problema de todos de un día para otro. Será apenas un marco, un conjunto de reglas mediante las cuales el esfuerzo sostenido, la creatividad y la capacidad organizativa den sus resultados.

Los que pretendan implementarlo deberán exhibir condiciones de liderazgo -honestidad y autenticidad ante todo- y gran capacidad de comunicación para convencer a la sociedad de que soporte los sacrificios que inicialmente lleva implícitos. Por de pronto, un modelo basado en el realismo no suele regalar nada, hay que pagar por las cosas lo que valen, según el termómetro del mercado internacional de bienes y servicios, el único que rige las economías que brindan mejores condiciones de vida, más allá del tropezón que significa la crisis actual.

La transición a un modelo basado en el realismo deberá contemplar a los sectores más desprotegidos. El Estado -sin obstaculizar el imprescindible aporte de los que puedan adaptarse a la modernidad- deberá proteger el derecho a vivir con dignidad de aquellos sectores que no tengan las capacidades de integrarse al sistema productivo mundial. Deberá poner énfasis en la formación y en la educación de las jóvenes generaciones de esos sectores carenciados, las que el autoproclamado "modelo de inclusión social" entrega al paco, la desidia y a la delincuencia.

¿Está la sociedad preparada para aceptar un modelo realista?

El gran peligro a estas alturas es que la han acostumbrado a vivir de mentiras. En los 90, se le dijo que estaba en el primer mundo; en la década actual, que estamos en el último y que dependemos del Estado y de su arbitrio para los destinos personales. Tanta tergiversación lleva a distorsionar el modo de analizar la realidad. Cuando se pretenda aplicar cualquier medida que produzca dolor, será descalificada de "neoliberal", hija del "capitalismo salvaje" o fruto del "ajuste". ¿Qué significa ajustar? Significa ajustarse a la realidad.

La clase política le tiene pánico a ajustar, porque el que ajusta, según las lecciones de la historia, se cae. Ni la última dictadura militar, con las metralletas a sus espaldas, se animó a ajustarse a la realidad. Se animó, es cierto, a hacer cosas mucho peores. Pero en economía, y según su versión, consideraba que en medio de una guerra contra el terrorismo no debía pedirle sacrificios a la población.

Muchos años antes, Perón, que llegó a su primer gobierno con una visión clara de poder pero sin experiencia en el manejo del Estado, vivió en carne propia las limitaciones que imponía la realidad. En contraposición a los recientes años de bonanza, a Perón le tocó administrar, a comienzos de los años 50, probablemente el escenario más adverso que haya vivido el país en tiempos modernos. Se produjo entonces un cambio de paradigma que afectó la columna vertebral de la Argentina: el deterioro de los términos del intercambio. A eso se sumó una gran sequía, con la consiguiente caída de la producción. Perón reaccionó con un programa heterodoxo, pero de gran realismo, que incluía un fuerte ajuste. Ese programa apuntaba a industrializar el país y a desarrollar la actividad petrolera.

Sin embargo, en un contexto político de fuerte confrontación y cercenamiento de libertades, ese ajuste afectó fuertemente a la clientela natural de su movimiento y precipitó su caída. La Revolución Libertadora, en una actitud demagógica y en la misma línea mezquina y de cobardía que sumió al país en el fracaso, desmanteló los esfuerzos que había trazado Perón, en un intento vano de congraciarse con el pueblo peronista.

Cuando Frondizi, acorralado por la situación de estancamiento que heredó de aquélla, opta por un programa de gran realismo que aspiraba a llevar al país a la modernidad y que incluía, claro, un ajuste (que acaso se escondía detrás de aquella tristemente célebre frase: "hay que pasar el invierno"), se expuso al golpe, por el desencanto social que todo ajuste provoca, y, sobre todo, por la imperdonable actitud del establishment de entonces, que lo empujó a él y al país al abismo.

La primera dictadura militar, la llamada Revolución Argentina, luego de titubeos iniciales, intentó transitar hacia el realismo, pero las contradicciones del régimen, el rechazo que el autoritarismo generó en la sociedad y el peso del ajuste condujeron al Cordobazo y a su acelerado ocaso.

De otra parte, todos los que escaparon a la realidad, como no podía ser de otra manera, sucumbieron también en el fracaso. En el último gobierno de Perón, encarado con sabio espíritu conciliador, se intentó por medio de cualquier artilugio (llámese inflación "0" y por decreto) de evitar el ajuste, que finalmente se tornó inevitable, y si bien llevó la firma del "pobre" Rodrigo, bien podría haber llevado la firma de la realidad. Todos sabemos lo que sucedió después de ese ajuste.

En los 90 y comienzos de 2000, se recurrió a un irresponsable endeudamiento externo y a rifar todos los activos públicos, con tal de evitar el ajuste, que, de manera desordenada y con mayor virulencia de lo que exigían las circunstancias, fue impuesto por la realidad, "llevándose puesto" al gobierno de entonces.

Por más ajustes que se hagan, ya sea planificados o impuestos por los hechos, en el preciso momento en que se vuelve a salir de la realidad, es decir, cuando se entra a consumir más de lo que se produce, se aborta el proceso de construcción de riqueza colectiva. Por eso Chile y Brasil, que se han mantenido firmes, están a estas horas cosechando sus frutos.

¿Estarán dispuestas las dirigencias a realizar los ajustes que nos devuelvan a la realidad y a sostenerlos; y que sea la realidad con su natural evolución la que nos lleve a un nuevo nivel de bienestar colectivo? ¿Lo tolerará el aparato sindical? Luego de tantos sufrimientos y frustraciones, el país debería abrir sus ojos a la realidad y aceptarla. Sólo con realismo e instituciones confiables, con el extraordinario potencial que la Argentina aún conserva, podrá concretarse aquel otro vitupendeado apotegma que dice que "el país está condenado al éxito".

El autor pertenece al ámbito empresarial

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