domingo, 27 de septiembre de 2009

- ESPAÑA -





En crisis




España, del milagro a la decepción



Sacudido por la crisis financiera internacional y por sus propias dificultades, el país enfrenta hoy tasas récord de desocupación, caída del PBI y una crisis política impensable después de haber sido ejemplo de reconstrucción democrática. Cómo vive España hoy, marcada por la recesión y la incertidumbre


Por Adrián Sack
Noticias de Enfoques
ARTE DE TAPA: SILVINA NICASTRO
La Nación


El espíritu y las enseñanzas del Pacto de la Moncloa hermanan por estos días a argentinos y españoles, aunque unos lo evoquen como un recuerdo de un futuro que nunca llega y otros, como un pasado que ya no se puede ver más a simple vista. Aquella imagen de políticos de las más disímiles extracciones unidos uno o varios pasos por delante de las fracciones de una sociedad castigada por décadas de dictadura hoy se revela sepia, mustia e inalcanzable en cada abrir y cerrar de diarios.

"Lo de Moncloa fue nuestro Big Bang como país moderno, aunque ya casi nadie que no se dedique a la investigación histórica o al periodismo lo tiene tan presente. Pero el olvido es mayor entre los políticos que nos gobiernan y los que critican al gobierno, porque ni unos ni otros parecen darse cuenta de que esta crisis feroz que vivimos necesita más de consensos que de las brutales acusaciones que se dedican cada semana", dice el intelectual salmantino Víctor Escudero, quien recuerda que en su ciudad natal, como en otros grandes centros urbanos, muchos "están más preocupados en saber cómo pueden pagar la renta que en exigir mejoras de calidad institucional a los gobernantes".

No obstante, en la España actual, tampoco hace falta retroceder a aquellas febriles jornadas de 1977 para perderse en la nostalgia de tiempos políticos más generosos, que finalmente abrieron paso a la prosperidad. Con tan sólo volver la mirada hacia comienzos del año último, la palabra "pujante" era, para la mayoría de los observadores locales y extranjeros, una de las que mejor le cuadraban a este país que había logrado el milagro de ponerse en línea con los estándares de vida de los estados más avanzados de la Unión Europea. De esa misma Unión que fue la locomotora capaz de remolcar a la nación desde los rincones más postergados del continente a los más prominentes, y que ahora sólo sobrevive en la metáfora en tanto "vagón de cola" del demorado tren de la recuperación arrastrado por Alemania y Francia.

En la incomodidad del cabús hispánico, cada vez se vuelve más frecuente escuchar las quejas de los viajeros de cabezas gachas. "Vamos a terminar siendo, junto con Portugal y Grecia, los basureros de Europa. Nosotros vivimos una fiesta, pero no nos quisimos dar cuenta de que las fiestas no duran para siempre", reflexiona José Antonio Fernández Cuberos, empleado de una empresa de transportes. Cerca de su bronca, la joven Gema Pérez Rabanal afina su frase para unirse al coro de las protestas, aunque con una letra distinta. "Si tú tienes una vaca gorda para alimentar un ternero, pues bien, ese ternero crecerá sano y fuerte. Pero si a esa vaca le pones en la teta terneros de todas partes, se volverá flaca irremediablemente. Eso ha pasado con el Estado en España, pues aquí todos quieren pasarla fenomenal y nadie quiere trabajar", se enoja.

Años de gloria y frenesí


En ese país que supo alternar gobiernos socialistas y derechistas sin hacer reformas estructurales a una política económica apoyada en el crecimiento, las bases de esa prosperidad que parecía interminable y sin paralelo en el continente fueron ya socavadas por el mismo proceso que permitió el "estirón" ibérico.

Los años de gloria y frenesí de la clase media, que podía gastar más de lo que sus abuelos, padres y buena parte de sus contemporáneos europeos hubiesen llegado a imaginar, encontraron su techo sólo a fines del año pasado, cuando techo y piso se convirtieron en un mismo lugar y la idea de vivir en un paraíso terminó hecha añicos. Las inversiones en hipotecas fastuosas, viajes alrededor del mundo, automóviles alemanes y ropa italiana de primera línea -tan comunes en los años de plástico de la segunda mitad de la década del 90 y la primera del 2000- se vieron súbitamente reemplazadas por vacaciones de no más de una semana en las playas locales, prendas más modestas en las cada vez más frecuentes liquidaciones, vuelos por aerolíneas de bajo costo sin comidas incluidas ni asientos numerados y telefonía gratuita por Internet. Donde antes se podía ya no se puede... pero cuando se pudo, el carpe diem consumista fue la ley no escrita más respetada por el español urbano promedio.

La explicación técnica de este autoboicot inconsciente es, al mismo tiempo, un fundamento social y cultural de la actual crisis. "El crecimiento económico del que se benefició la sociedad entre 1986 -tras el ingreso en la entonces llamada Comunidad Económica Europea- y el año pasado fue fenomenal, pero también desequilibrado. Mucha gente común pensó que la expansión del sector inmobiliario no cesaría nunca y se endeudó a través de hipotecas que hoy no puede pagar", afirma Antonio Argandoña, profesor de economía del Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE), en busca de la punta de un ovillo que hoy enreda dramáticamente los planes de corto, mediano y largo plazo de ciudadanos y consumidores españoles.

Aquella sensación de euforia

Aunque el orgullo ibérico muchas veces disimula los miedos sobre el futuro de las pequeñas economías familiares y empresariales, la desesperación grita desde los carteles y avisos de venta de casas, departamentos y, sobre todo, de alquiler de oficinas desocupadas que empiezan a añejarse entre los primeros rayos del sol otoñal. "Yo tenía un piso en venta desde mediados de 2008, y después de 14 meses me rendí y lo he sacado. Aquí no se vende nada de nada, y lo peor es que muchas viviendas han sido ejecutadas por los bancos, que terminan por rematarlas. Y aun así, no hay compradores. La gente ahora lo piensa dos y mil veces antes de hacer una inversión en propiedades", dice José Luis Esmerel, encargado de un edificio en el noreste de Madrid.

De acuerdo a Argandoña, la caída se vuelve más resonante por estos días gracias a la "sensación de euforia" que aún se podía paladear hasta mediados del 2008, cuando el presidente José Luis Rodríguez Zapatero todavía se atrevía a negar la existencia misma de la crisis y los comercios minoristas aún lucían abarrotados de clientes. "Ingresamos a este ciclo insostenible con la segunda recuperación post crisis europea de 1993, cuando con los años nuestra economía comenzó a apoyarse en el ingreso a la zona Euro. Al bajar las primas de riesgo, el déficit público, la inflación y los tipos de interés, el consumo se estimuló a punto tal que la mayoría gastó más de lo que podía, y eso siempre es difícil de sostener", explica.

Javier Díaz-Jiménez, colega de la misma casa de estudios y destacado economista, además, de la Universidad Carlos III, fundamenta también el "qué pasó" que tanto aflige a la sociedad local en la drástica caída del turismo extranjero, otro de los motores de la perdida prosperidad nacional. "Junto con el estallido de la burbuja inmobiliaria, la recesión global hizo que los turistas vinieran en menor número y gastaran bastante menos. Pero este momento gris, para los españoles, empieza en realidad a mediados de 2007, cuando el ciclo económico internacional cambia con el colapso del sector inmobiliario en los EE.UU., para acabar con los tiempos de los tipos bajos de interés que impulsaban la toma de créditos inmobiliarios. Pues esa manera de crecer que teníamos a fuerza de especulación, hipotecas y turistas se terminó allí, y ahora hay que volver a plantearse qué vamos a hacer, qué tipo de economía vamos a impulsar para poder salir adelante".

Las respuestas a este gran interrogante tendrán que volver a poner en su cauce a una desocupación que ya se desbordó al 18,1% -equivalente a 4,14 millones de personas en edad activa- y amenaza con expandirse más allá del 20% el año próximo, según estimaciones extraoficiales. El índice actual de desocupación es el mayor de la historia moderna después de la crisis de 1994, cuando había llegado al 24,8 %, pero supera en número de personas a ese también lamentable registro, que llegó a reducirse al 8% tan sólo dos años atrás gracias al boom inmobiliario.

Teniendo en cuenta ambos parámetros, el indicador más desalentador de la economía es también el más elevado de la UE, tras haber superado incluso, a fines del año pasado, los siempre preocupantes registros de los países del Este continental. Pero la estatura real del problema lo aporta el promedio de desocupación de los países comunitarios, que es del 9%. Es decir, exactamente la mitad del porcentaje español.

Esta realidad de desempleo masivo se vuelve aún más ostensible en las calles de las grandes ciudades, donde, de acuerdo a la Federación Nacional de Asociaciones de Trabajadores Autónomos (ATA), 500 pequeños negocios han tenido que cerrar por día entre enero y julio de este año. La cifra adquiere otra dimensión si se considera que 100.510 trabajadores autónomos han quedado sin trabajo, y que la ATA estima que para fin de año ese número trepará hasta los 200.000 desocupados.

Para peor, el turismo, que con 112.000 millones de euros de ingreso representó nada menos que el 10,7% del PBI español en 2007, cayó entre enero y agosto de este año un 9,9% respecto del año pasado. El porcentaje, que según las predicciones del Instituto Nacional de Estadística podría ampliarse al 11% a fines de este año, representa a 4,3 millones menos de extranjeros que pernoctaron al menos un día en territorio español.

El mar de cifras desalentadoras, en el que también navegan caídas históricas del PBI -pronosticada en el orden del 4% para 2009-, del consumo doméstico y de la actividad industrial, baña también con su amargura la percepción general que el electorado tiene de sus líderes políticos.

El romance roto se trasluce en el más reciente trabajo de la encuesta oficial del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), según el cual el mandatario español merece "poca o ninguna confianza" por parte del 67,8% de los ciudadanos españoles consultados. Pero contrariamente a lo que puede esperarse tras cinco años de permanencia en el poder del mismo presidente y más de uno entero de deterioro ininterrumpido de todos los indicadores vitales de la economía, al supuesto hombre fuerte de recambio no le va mejor. Mariano Rajoy, el líder del Partido Popular y, al mismo tiempo, el más firme candidato a reemplazar a Rodríguez Zapatero en el futuro, tiene una imagen negativa aún más elevada: nada menos que del 79,9%, como consecuencia de los escándalos de corrupción que han azotado en los últimos meses a su fuerza política.

Pedro Cuartango, subdirector y editorialista del diario El Mundo , de Madrid, ve las raíces de este divorcio entre políticos y electores en el "descenso evidente" del nivel de la clase política en los últimos 15 años. "La caída cualitativa -sostiene- se debe al origen de los dirigentes de los partidos. Durante la Transición, la mayoría eran personas que venían de afuera del mundo de la política. Eran profesionales del derecho, el mundo empresarial o la Administración Pública. Ahora son gente que ha hecho su carrera dentro del aparato político y que carece de formación y experiencia profesional", se lamenta. Para el reconocido periodista burgalés, existe una diferencia fundamental entre los políticos actuales y los que lograron remendar a aquel país partido y desanimado de la Transición democrática. "Los dirigentes de los años 70 eran personas con mucha más experiencia y que habían pasado por la clandestinidad y la cárcel. Ahora los altos funcionarios de los partidos son todo jóvenes", ejemplifica.

Declive político

La bandera del encono hacia la clase política ha sido tomada, en los últimos meses, por un número de medios de comunicación cada vez mayor. En Andalucía, una de las regiones más castigadas por la desocupación, la bronca por la calidad institucional perdida es expresada claramente por el periodista Juan Luis Pavón en El Diario de Sevilla : "Si ante la decepcionante España de hoy, irrumpieran en plena forma personajes como Joaquín Ruiz-Giménez, Elías Díaz, Gregorio Peces Barba, Mariano Aguilar Navarro y tantos otros que participaron [...]para desmontar la impostura de la España franquista y abrir las mentes a la Europa de la libertad, la justicia y el progreso, los profesionales de la política que sólo consiste en trepar y ganar elecciones los tildarían de antisistemas y harían todo lo posible por minimizar la repercusión de sus ideas e iniciativas".

Gritos afines llegan a toda la nación en los constantes editoriales del carismático director de El Mundo , Pedro J. Ramírez, que reparan en las graves contradicciones del gobierno y falta de firmeza en la conducción de la oposición. Y ahora, también, desde el diario El País , que dejó de criticar solamente a la oposición de derecha para ampliar sus ataques hacia un gobierno socialista con el que ya no comulga más.

Sin embargo, la sociedad española hoy parece tanto o más preocupada por el futuro de su patria chica, delimitada por el ámbito personal, familiar y laboral. En este contexto, el siempre mencionado tópico de la "desaparición de la clase media" se instaló con mayor fuerza que en otras épocas en la opinión pública, gracias, en buena medida, al afianzamiento de la llamada clase mileurista.

Acuñado por la indignada estudiante Carolina Alguacil en una carta dirigida al director del diario El País en 2005, el término mileurista hace referencia a los trabajadores que perciben alrededor de 1000 euros al mes -es decir, cerca del salario mínimo- y que, de acuerdo con estudios recientes, ya conforman el 63% de la población activa española.

Según un extenso artículo publicado recientemente por ese mismo diario, el incesante avance del proceso de depreciación del mercado laboral ha impulsado al mileurismo a desplazar, con inusitada rapidez, a aquella tradicional clase media sustentada por empleos seguros y estables que procuraba alcanzar un status de vida superior al de su generación precedente.

Pero, a diferencia de lo que sucedía años atrás, el creciente movimiento mileurista ya no afecta exclusivamente a los jóvenes que buscan su primer trabajo. "El mileurismo -detalla la nota de El País - ha dejado de ser un terreno exclusivo para jóvenes universitarios recién licenciados que tienen que aceptar bajos salarios para hacerse con un currículo laboral. En los últimos años ha incorporado a obreros cualificados, parados de larga duración, inmigrantes, empleados, cuarentones expulsados del mercado laboral y hasta prejubilados. Se estima que en España pueden alcanzar en torno a los doce millones de personas", se afirma allí.

A pesar de que la caída del poder adquisitivo se hace evidente, por ejemplo, en el auge de las llamadas "marcas blancas" en detrimento de las marcas de primera línea, o en la proliferación de servicios low cost o de bajo costo de todo tipo, tanto Argandoña como Díaz-Giménez y la analista andaluza Violeta Flores García descreen de que el mileurismo pueda transformarse en la bala de plata de la clase media.

"No es cierto que la clase media española esté desapareciendo, sino que sólo se ha diluido con el fuerte flujo inmigratorio que España recibió en los últimos años. Hay que tener en cuenta que un 10% de la población actual ha venido desde afuera, por lo que cambió la composición de la sociedad española. Esto ha aumentado la desigualdad porque la mayoría de los inmigrantes entran por la cola de la distribución ... y esa alteración se siente", asegura Díaz-Giménez.

Por su parte, Argandoña tampoco cree que esa misma clase social que en el pasado reciente "se limitó a consumir alegremente, endeudarse fuertemente y comprar casas indiscriminadamente" tenga los días contados. "Sólo podría desaparecer la clase media si los parados [desocupados] de hoy no tuvieran un seguro de desempleo. Pero además de que tienen esa posibilidad, la verdad es que la recesión no ha sido tan larga como para afectar la renta y la riqueza de las familias españolas", señala.

Flores García, perteneciente al mismo tiempo a esta clase supuestamente amenazada, discute también la sentencia de muerte que pesa, en la opinión de algunos medios y políticos, sobre este estrato social que identifica a la "España pujante" desde finales de los 70. "Afirmar que la clase media española pueda desaparecer a manos de los mileuristas es una conclusión simplista y materialista, ya que supone que el ascenso social sólo se basa en el poder adquisitivo. Pero no se tiene en cuenta que esta generación ha recibido un grado de instrucción muy superior a la de los años 70 y 80, y que forman una reserva de trabajadores calificados lista para entrar en acción cuando esta tormenta pase", afirma la periodista andaluza, sin perder lo que nunca perdieron, tampoco, aquellos pactistas de Moncloa: la esperanza de conseguir lo que parece imposible.

© LA NACION

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