lunes, 21 de septiembre de 2009

- LA EDUCACION -





La educación pública todavía espera ser tomada en serio



Cambios que no son cambios



Nélida Baigorria
Para LA NACION
Noticias de Opinión




Los procesos educativos se extienden en el tiempo y se reservan el derecho de no mostrar sus efectos hasta que la evidencia, criterio de verdad que no necesita demostración, impone su veredicto. En nuestro país, la destrucción del brillante sistema educativo que nos destacó ante América latina y el mundo se inicia hace seis décadas y lentamente va socavando sus cimientos hasta llegar a la etapa terminal que es nuestro presente. Los primeros atisbos comienzan a verse en 1943, cuando el gobierno de facto vulnera los principios filosóficos de la sabia ley 1420 e inicia el camino de su derogación, efectivizada en 1947, durante el primer gobierno de Juan Perón.

A partir de ese momento, la educación argentina comienza su descenso involutivo, incentivado a través del tiempo por leyes, decretos y resoluciones que ratifican el objetivo prioritario de poner fin a la escuela popular del gran Sarmiento. Esa inconcebible defección del Estado, frente al avance de la corriente privatista, no pasó inadvertida para maestros y políticos comprometidos con la educación popular, pero sus denuncias y recaudos para el futuro de las nuevas generaciones se consideraban agorerías mendaces.

Quienes fuimos no espectadores, sino protagonistas en los debates en los que se jugó el destino de la escuela pública, tenemos bien documentada, en los diarios de sesiones y en la prensa de la época, cuál fue nuestra posición en esa lucha implacable contra poderosísimos grupos de presión que nos acusaban de estar al servicio de ideologías totalitarias ajenas a la tradición democrática del país. Aducían, hipócritamente, que se trataba de un ataque a la enseñanza privada, aunque de la lectura de esos debates surge que nuestros amargos vaticinios se han consumado con el tiempo.

Destacar la etiología de ese proceso de destrucción deliberada de la escuela pública permitirá comprender al lector la naturaleza de las remociones y nombramientos en el área educativa tras la derrota del 28 de junio, y hacia dónde se orienta la brújula para el encuentro con nuevas "estrategias" que despejen el camino obstruido por las ruinas de un sistema fracasado del cual nadie parece haber sido responsable. El golpe inesperado del fracaso electoral los llevó a pensar que la alternancia de funciones dentro del mismo elenco estable tornaría creíble el propósito de enmendar el rumbo. El escenario para el recambio fue el esplendente Salón Blanco de la Casa de Gobierno y no sorprendió la presencia de muchos que en distintos momentos o simultáneamente trabajaron, dentro del Ministerio, con la piqueta de la demolición.

Los maestros y profesores de tiza y pizarra, de presencia en el aula, esos docentes que nunca estuvieron en "comisión de servicios" ni participan en congresos ni integran esos fraguados "equipos técnicos" conocen en profundidad la etiología del mal y saben también quiénes fueron los partícipes necesarios para ejecutar la política educativa nefasta que abatió valores e introdujo la demagogia, el facilismo y la anarquía escolar.

La muerte de la escuela pública, con el sello de una conquista definitiva, se produce en el gobierno peronista de Carlos Menem, secundado por los "técnicos" devenidos funcionarios que se han aposentado en el Ministerio. Desde allí, planifican, impulsan teorías pedagógicas aberrantes y participan en carácter de asesores de los proyectos legislativos.

¿Quiénes asistieron a esta reciente ceremonia de recambio de autoridades educativas, en la que nadie fue desplazado, sino propuesto para otro cargo de similar jerarquía? El Ministerio de Educación, transformado en una filial de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) desde hace mucho tiempo, exhibió rostros de conocidos personajes adscriptos al poder, cualquiera que fuere su sello ideológico: los mismos que batieron palmas cuando se sancionó la ley federal de educación, cuya estructura, con el "polimodal" incluido, garantizó el analfabetismo funcional de cuantos cursaron todas sus etapas. Es decir: una generación perdida.

¿Se podrá, acaso, organizar un sistema educativo valioso si se confía esa responsabilidad a los mismos funcionarios que clausuraron las escuelas técnicas, hicieron del facilismo el emblema de una educación "liberadora", redujeron hasta límites insospechados las medidas disciplinarias que resguardan la armoniosa convivencia escolar, suprimieron las mesas examinadoras integradas, como es de práctica en el mundo, por tres especialistas, desconocieron el principio esencial de toda organización jerárquica, que comienza por el respeto a los padres y a los maestros y exigieron sibilinamente la promoción completa de los cursos para evitar las informaciones sobre fracasos y deserciones? Además, como primera medida, suprimieron el Plan Nacional de Alfabetización, basado en los principios de la Constitución argentina.

En 1999, LA NACION publicó un artículo con el título de "Las trampas del facilismo", un trabajo mío elaborado en 1996, en el cual señalo, ante el cómplice silencio para abrir el camino hacia la privatización de la enseñanza. Hoy, la realidad demuestra cuán ciertas y sinceras fueron aquellas descarnadas denuncias.

Para saber qué son los autodenominados "progresistas", deberíamos preguntarles: ¿son progresistas a la manera de Esteban Echeverría, de Alfredo Palacios, de Sarmiento, de Arturo Illia, de monseñor De Andrea, del inolvidable papa Pablo VI, cuya encíclica Populorum progressio seguramente jamás leyeron? Los " progres" que conocemos dicen luchar en defensa de la igualdad de oportunidades y, no obstante, nadie como ellos hizo que en nuestro país, el de la educación popular por excelencia, se profundizara el abismo entre las clases sociales, hasta lograr la trágica partición en escuelas para ricos y escuelas para pobres. El 10 de diciembre, sin duda, la constitución del nuevo Congreso pondrá una lápida al unicato oprobioso que estamos viviendo. Entonces, nos asistirá el derecho de exigir al poder político que la educación deje de ser un recurso retórico de la oratoria preelectoral y se yerga para movilizar nuestro desarrollo integral como país y como pueblo .

El lema mundial que acuñó la Unesco refleja un anhelo de la humanidad: "Educación para todos". La experiencia ha demostrado que la piedra basal para vencer la pobreza es la educación del pueblo. Es deber del Estado ofrecer en todas las escuelas públicas -por lo tanto, gratuitas- la mejor calidad de enseñanza. En el bicentenario de nuestra patria, el mayor homenaje será encender nuevamente la llama de la educación popular que iluminó la gran pasión de Sarmiento.

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