miércoles, 7 de octubre de 2009

- CAMPIÑA -





Un pueblito francés sale en defensa de un inmigrante



Pizza y cerveza de castaña



Alicia Dujovne Ortiz
Para LA NACION
Noticias de Opinión


La actualidad francesa está representada por dos acontecimientos paralelos, uno grande y uno chico (suponiendo que el tamaño de los hechos esté determinado por el grado de relumbrón de sus protagonistas), pero íntimamente relacionados entre sí. Del grande se hacen lenguas todos los medios; del chico, apenas se ocupan algunos diaruchos de una encantadora región montañesa llamada Ardèche.

Sin embargo, son dos caras de la misma moneda: por una parte, el ministro del Interior, Brice Hortefeux, acaba de incendiarse (el verbo transitivo tiene que ver con la segunda parte de su apellido, "fuegos"), incurriendo en una metida de pata de las suyas y, por otra, en un pueblito de la mentada región, Saint-Sauveur de Montagut, la población en pleno se ha levantado para defender a Kheder Haddad, un inmigrante marroquí, para más datos, pizzero, preso por indocumentado, que corre el riesgo ser expulsado del territorio francés.

Para hacerse una idea de la gaffe de Hortefeux, por la que los partidos de izquierda y las asociaciones de derechos humanos piden su renuncia, basta con ir a Internet o al diario Le Monde y hacer clic en el video del escándalo en el que se ve la escena; para enterarse del drama de Kheder, es preferible tener amigos que nos llamen por teléfono, desesperados, a contarnos la historia, y mejor aún si la relatora de los acontecimientos es Emilie Doz, joven profesora de la Universidad de Lyon, especializada en peronismo, que suele visitar nuestro país y que supo lo sucedido porque su abuela es vecina de Saint-Sauveur.

Cuando asumió la cartera del ministerio de la Integración, la Inmigración y la Identidad Nacional, Hortefeux había elevado una propuesta que, en vista de la reciente y sulfurosa polémica, el actual ministro Eric Besson ha resuelto encarpetar del todo: someter a una prueba de ADN a cada extranjero que pretendiera venir a Francia acogiéndose a los beneficios del plan de reagrupación familiar. Gracias al análisis genealógico, una viejita senegalesa que quisiera vivir aquí junto a su hijo debería demostrar, genes al canto, que es la madre biológica. La lógica pregunta que muchos se formularon fue ésta: "Ajá, ¿y los hijos adoptivos ?". La iniciativa, en su momento, levantó tempestades y ha terminado por pincharse debido a que más de uno la encuentra desembozadamente racista.

Lo que no se ha abandonado en absoluto es un criterio inmigratorio apoyado en dos grandes pilares: las cifras (en enero de 2008, Hortefeux se enorgulleció de haber puesto en la frontera a 29.796 inmigrantes ilegales, muchos de los cuales viven, trabajan y procrean en Francia desde hace muchos años) y las cuotas de inmigrantes susceptibles de ser considerados choisis (elegidos o deseables) y no subis (padecidos o indeseados), según la célebre fórmula del presidente Sarkozy.

Los métodos ideados para reconducir a la frontera a esos pobres indeseados también son dos: subirlos al avión, manu militari y a veces con un vigor que puede causar desde chichones hasta fractura craneana, o proponerles una compensación económica que los incite a retornar al pago por las buenas.

Hortefeux siempre se ha horrorizado de que le dijeran xenófobo. En su boca, los chistes que jalonan su carrera son sólo eso: chistes. Vayan tres ejemplos de entre los muchos que se ventilan por estos días. Cuando le dio la bienvenida a Fadela Amara, funcionaria encargada de los suburbios de inmigrantes en el ministerio de Trabajo, diciendo: "Les presento a una compatriota, lo digo porque al verla no resulta evidente". Cuando le gritó a Azouz Begag, por entonces delegado de Promoción de la Igualdad ante el primer ministro: "¡Dale, fissa , salí de ahí! ¡Rajá de ahí, te digo! ¡Rajá!", empleando una palabra maldita utilizada por los soldados franceses en Argelia para designar al enemigo. Y, por fin, el otro día, cuando, al sacarse una foto junto a un joven delegado de ese mismo origen, en la universidad de verano de su partido, la UMP, dijo: "Siempre tiene que haber uno. Si hay uno solo está bien; el problema es cuando son muchos".

Para no quitarle su derecho al pataleo a un ministro que jura no haberse referido a los árabes en modo alguno, sino a los franceses originarios de Auvernia, región de donde él mismo procede, me dediqué a mirar con lupa el célebre video. Lo que aparece en la imagen es un señor alto, rubio, de ojos azules y rostro rubicundo, que, sin ánimo risueño, palmea condescendiente la espalda del morocho. Puede ser que minutos antes haya estado bromeando acerca de los auvergnats . En todo caso, en el segmento filmado, el ministro bromea visible y audiblemente acerca de los árabes. No hay vuelta de hoja: el sujeto de la oración no son los campesinos bonachones de su provincia, sino los inmigrantes, que en pequeñas dosis resultan aceptables, pero que en cuanto suman muchos dejan de serlo. Después de todo, hasta Mitterrand se refirió al tema con un aserto formalmente irrebatible, trop c´est trop (?demasiado es demasiado´).

En el otro extremo del abanico, está el pueblito del nombre simbólico, Saint-Sauveur, San Salvador. Lástima que no pude ir: en la foto se lo ve precioso, con ese río serpeanteante por entre las montañas.

Pero Emilie me contó, con lujo de detalles, cómo la prefectura de policía, en vista de que sus cifras (léase, la cantidad de indeseados a presentar ante las autoridades) les quedaban cortas, se personó en el pueblito a buscar al pizzero; cómo el pizzero, que vivía con su compañera, nativa del lugar y embarazada, no podía regularizar su situación casándose con ella, como los dos querían, porque un casamiento con un extranjero en situación irregular es considerado "matrimonio en blanco" (por mucho que la pancita de la mujer demuestre lo contrario), y cómo, ante el encarcelamiento de Kheder, Saint-Sauveur y los pueblos vecinos, Dunière, Saint-Etienne de Serres, Les Ollières, Saint-Vincent de Durfort (perdón por no nombrarlos a todos), se acordaron de 1944, cuando la resistencia local logró expulsar a las tropas nazis durante la ocupación. Por eso, los primeros en reaccionar fueron los viejos: "Si antes escondimos en nuestras casas a los judíos -dijeron con orgullo-, a este marroquí no vamos a permitir que nos lo echen".

Desde hace un mes se suceden las manifestaciones populares sin tendencia política: comunistas, católicos y protestantes, unidos en defensa de un hombre que, sin duda, habría preferido no convertirse en símbolo y vivir tranquilo. Marchas de la resistencia en Lyon, ante la Prefectura; delegaciones presididas por los alcaldes de todos los pueblitos para discutir con el prefecto, una cadena humana silenciosa en torno a la cárcel donde está Kheder, una marcha de ocho kilómetros en el Col du Moulin à Vent de Privas, donde en 1944 los primeros resistentes se fueron al maquis , y, por supuesto, comidas: ¿quién podría concebir una lucha contra los poderosos que no estuviera debidamente sustentada con un almuerzo al aire libre, regado por la bebida del lugar, que es la cerveza con castaña? Las mesas rebosantes de unas ciruelitas doradas llamadas mirabelle tienen un efecto tan revolucionario como los cantos que, inventados para la ocasión, hablan de plantar un olivo con una testaruda y acaso creadora ingenuidad.

En Saint-Sauveur de Montagut no parecería haber dos Francias, sino una sola. No soñemos: este movimiento solidario tiene un nombre, Kheder, y una fecha: 2009. Sin embargo, existe, siempre ha existido, y lo que amo en él es la posibilidad de que no se corte.

A propósito de cortes, al leer mi última nota publicada por este diario, también sobre un tema francés, uno de mis lectores escribió un comentario en el que propone "cercenarme" de la Argentina. Aunque el verbo "cercenar" ilustre por sí solo el sustrato ideológico del comentario, su autor lo completó diciendo que sus referentes intelectuales franceses eran Maurras, Céline y Péguy. Por si aún no resultara evidente, el mío es Emile Zola, ese que dijo J´accuse , ese que murió asesinado con el humo de su propia chimenea por haber defendido a Dreyfus. Pero para dejarlo todavía más claro, diré que mi lugar de elección es cualquier sitio del mundo donde la población se insurreccione para que no cercenen a nadie.

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