miércoles, 14 de octubre de 2009

- MUY RAPIDO -





Ante el riesgo de perder el rumbo en lecturas fugaces



Elogio del largo aliento



Luis Gregorich
Para LA NACION
Noticias de Opinión




En literatura, como en la vida pública, hay peleadores de largo aliento y gestores de triunfos fulgurantes y momentáneos. La duración contra el instante, o al menos el largo plazo contra el corto plazo. Y no hay una opción fácil, ni para el lector ni para el ciudadano.

Es cierto que vivimos el tiempo de la velocidad y de la fragmentación, y que parecen haberse agotado los grandes relatos. El lector suele preferir la perfección en la brevedad al esfuerzo de la extensión. El ciudadano celebra el acierto del gesto de hoy a la dificultad del proyecto para mañana. Además, ¿quién garantiza que haya mañana?

En un debate epistolar sostenido hace casi ochenta años por dos de los mayores narradores norteamericanos de la época, Francis Scott Fitzgerald (autor de El gran Gatsby ) y Thomas Wolfe (autor de Del tiempo y del río ), las dos posiciones se expusieron con claridad. Fitzgerald, en una tácita recusación al estilo y la profusión de su colega y amigo, puso como ejemplo la conciencia artística de Gustave Flaubert, frente a los derrames monumentales de la novela decimonónica anterior. Wolfe se defendió así:

"Según tu opinión, un gran escritor -Flaubert, por ejemplo- saca de sus obras lo que un Fulano cualquiera pondría en ellas. Es posible, pero no te olvides, Scott, de que un gran escritor no es sólo un sacador, sino también un ponedor, y que Shakespeare, Cervantes y Dostoievski fueron grandes ponedores, en realidad mejores ponedores que sacadores, y me atrevo a decir que se los recordará por mucho tiempo por lo que pusieron tanto como a monsieur Flaubert por lo que sacó."

Nuestra época de microrrelatos parece haberle dado la razón a Scott, pero el conflicto o la dicotomía se han vuelto a plantear, vívidamente, en el interior de la obra de uno de los mayores escritores latinoamericanos de su generación, si no el mayor: el chileno Roberto Bolaño, lamentablemente ya desaparecido. Puede sostenerse que las novelas cortas de Bolaño, como Estrella distante , Amuleto o Nocturno de Chile , con su magistral limpieza y despojamiento, resultan estéticamente más satisfactorias que las colosales Los detectives salvajes y 2666 . Además, tienen la verificable ventaja de que pueden leerse en menos tiempo.

Sin embargo, vale la pena escuchar al propio Bolaño cuando, a la manera de Wolfe, es decir, de un ponedor por excelencia, afirma en 2666 (ciclo de novelas de mil cien páginas que es su legado póstumo, y en el que une la persecución de Benno von Archimboldi, un escritor alemán de culto, con el siniestro fondo del asesinato de mujeres en Santa Teresa/Ciudad Juárez):

"Qué triste paradoja? Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entretenimiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, el aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez."

¿Sacadores o ponedores? ¿Largo aliento o corta iluminación? Por supuesto, no hay una respuesta definitiva, y sería estúpido que la hubiera, pero los argumentos son atendibles por ambas partes. En la literatura argentina, por ejemplo, el escueto género del cuento le lleva ventajas al ancho torrente de la novela, y no sólo por la abrumadora influencia de Jorge Luis Borges: allí están, dando testimonio, Silvina Ocampo, Julio Cortázar, Rodolfo Walsh, Isidoro Blaisten, Hebe Uhart. La más notable novela argentina no es una novela: el Facundo de Sarmiento tiene a la vez los rasgos de la ficción, el ensayo, la invocación y la historia. Otra obra extraordinaria, El juguete rabioso , de Roberto Arlt, es apenas un relato de iniciación de 150 páginas escasas. Entre los que se han atrevido con el largo aliento hay que mencionar a Leopoldo Marechal, con Adán Buenosayres , a Roger Pla, con Los Robinsones , a Ernesto Sabato, con Sobre héroes y tumbas , a Cortázar, con Rayuela y, en tiempos recientes, a Alan Pauls, con El pasado . Hablando estrictamente, y más allá del esmero o desapego con que fueron escritos, podría decirse que a cada uno de estos libros le sobran cien o doscientas páginas, aunque deba agregarse que el impulso abarcador valió la pena.

¿También en nuestra sociedad, en nuestra vida pública, en nuestra organización política, los arranques fugaces se sobreponen a la larga duración? ¿Es cierto que nos caracterizan la habilidosa discontinuidad y el brillante espasmo y que somos incapaces de una construcción lenta e ininterrumpida?

Hasta 1930, no fue exactamente así. Con todos sus defectos y exclusiones, la república conservadora, de 1853 a 1916, mantuvo un ritmo de crecimiento y una integración a la economía mundial que sustentó el mito argentino. Entre 1916 y 1930, el radicalismo gobernante procuró integrar a las clases medias y brindar mayor apertura política. A partir de la crisis de 1930, la historia es bien conocida y no tiene sentido enumerarla otra vez. Fraude, represión y marginación de la clase trabajadora, que se quiebran con la llegada al poder del peronismo en 1946. Será, a partir de entonces, el partido hegemónico que nos fabricará dichas y desgracias a manos llenas, junto a la salvaje contrarréplica militar.

Las virtudes redentoras del peronismo no se pueden negar, pero han estado habitualmente acompañadas del pecado del cortoplacismo, sin que jamás se embarcara en una política de largo aliento, en la que predominara el interés nacional por sobre el partidario.

En este sentido, puede afirmarse que el peronismo ha sido el partido más dilapidador de la historia argentina, porque ha desaprovechado tres oportunidades excepcionales de construcción económicosocial de larga duración, impulsadas por coyunturas internacionales favorables: durante la primera presidencia de Perón, en 1973-74 y durante la presidencia de Néstor Kirchner.

En todos los casos se produjo una redistribución del ingreso (dramática en 1946-49), seguida, también siempre, de una crisis que reducía o anulaba las ventajas conseguidas; en general, debido en parte (menor) al clientelismo y la corrupción, y en parte (mayor) a la falta de una política económica y de una política exterior viables. Tampoco los partidos opositores se distinguieron, ni pudieron hacerlo, por sus políticas de largo plazo, salvo, quizá, la administración de Arturo Frondizi, que vio diluida su vocación estratégica por su ilegitimidad y fragilidad políticas.

Hoy corremos el riesgo, como sociedad, de seguir perdiendo el rumbo en lecturas fugaces, de aburrirnos con los relatos de largo aliento, y de malograr, nuevamente, los consensos prolongados que puedan perpetuarse en el tiempo. Tendremos que ser, a la vez, y para seguir con la terminología de Thomas Wolfe, sacadores y ponedores, porque habrá que sacar, del proyecto compartido, lo accesorio, y poner inexorablemente los cuatro o cinco puntos imprescindibles que nos ayudarán a convertirnos en un país digno y respetado: una lucha sostenible contra la pobreza, un compromiso por la educación, una definición de nuestro lugar en el mundo que mantengamos contra todo obstáculo, una coherente política industrial, agroganadera y energética, un proyecto cultural que valorice los bienes simbólicos e intangibles tanto como los bienes materiales.

Cuando éramos jóvenes leíamos obras tan gigantescas, en concepción y lenguaje, como En busca del tiempo perdido , de Marcel Proust, o La montaña mágica , de Thomas Mann, o Ulises , de James Joyce. Sentíamos estar conquistando un mundo que se revelaba mediante el esfuerzo y la inteligencia. Los mensajes de texto, los comentarios de los blogs, las facilidades que brinda Google pertenecen a otra categoría, más volátil, más efervescente, que no podemos desdeñar, pero que no nos sirve de modelo.

Elijamos, por una vez, el largo aliento del proyecto compartido y arduo en lugar de las confrontaciones dispendiosas e inútiles. Próximamente surgirá, entre nosotros, una nueva oportunidad, al reequilibrarse el sofocante peso del Poder Ejecutivo con la presencia activa de un Congreso más plural. Y si el Gobierno no quiere participar en este consenso, o como se llame, hágalo, con clara voluntad integradora, el conjunto de la oposición, que también está en deuda con los ciudadanos que la han votado y con los grandes maestros que no están, ya, para esgrimas o entretenimientos frívolos.

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