martes, 27 de noviembre de 2007

- ARQUITECTOS -



Justo Solsona:

libre de ataduras


El socio de M/SG/S/S/S no cree que "haya ni sea necesaria" una arquitectura argentina; critica tanto a la "modernidad-basura" de Pekín como a los que pretenden conservarlo todo en Buenos Aires, y defiende un tipo de ciudad cosmopolita





Este hombre, de 73 años, instala en la conversación conceptos arriesgados de los que luego él mismo se ríe. Justo Solsona, alias Jujo, nos recibe en una sala en la que hay maquetas de edificios de todos los tamaños, de todas las épocas. En ningún momento se apura para responder, es sereno. No dice cosas obvias. Tampoco hace esfuerzos por quedar bien con nadie. Nunca habla en primera persona. No hace de su trabajo de arquitecto un unipersonal. Siempre se refiere a "el estudio". Desde hace cuarenta años integra junto con Flora Manteola, Javier Sánchez Gómez, Josefina Santos y Carlos Sallaberry el mismo equipo de arquitectos, en Florida y Paraguay, en la misma oficina y con el mismo teléfono.

-A lo largo de su trayectoria, ¿cuando construyó cada uno de los edificios, sabía qué quería lograr? ¿Tenía un concepto de lo que iba a hacer ?

-En general sí. Con el Banco Municipal, en los años 60, pensamos que tenía que estar vinculado con el fluir, el ir y venir de la gente, y que fuese una vidriera para los que paseaban por la calle Florida, antes que un banco.

-Con el edificio de la Unión Industrial, ¿qué quisieron expresar?

-Lo que quisimos hacer es un edificio alto, muy puro en términos arquitectónicos. Porque ya presentíamos lo que hoy día es un hecho: que la arquitectura va camino al disparate. Entra en el mundo del show y cuando eso sucede, es como con el lujo: el lujo no tiene límites y el show tampoco. Estoy cada vez más convencido de que, a medida que más te vas en altura, más simple tiene que ser el objeto que producís. Porque ya la altura es un fenómeno llamativo; entonces, el edificio tiene que ser sintético, sereno.

-Usted también construyó viviendas populares. ¿Qué es más fácil, pensar en lo más humilde o en lo más lujoso?

-La gente de la vivienda económica quiere vivir en el nivel cero, o sea, quiere lo mismo que el rico. Al rico le gusta salir y ver su parque; al pobre le gusta salir y tocar el suelo, tocar la tierra. En los dos extremos les pasa lo mismo.

-En la Argentina se puede distinguir perfectamente una arquitectura para mostrar y otra para vivir. ¿Cuál es la razón?

-Es exacto lo que dice. Este momento de la arquitectura contemporánea es de gran confusión y, básicamente, de exhibición. Hace un mes, estuve en Pekín, en China, y volví asustado porque en cierta manera vi el futuro: vi la futura arquitectura moderna-basura. Vidrio, pero ya sin control; formas de cualquier tipo con tal de llamar la atención.

-Pero las ciudades necesitan torres...

-Es cierto, porque "la alta densidad" es una realidad. La ciudad es una realidad importante del mundo moderno: es más económica en términos de convivencia, de sistemas de sanidad, de electricidad, etcétera, es decir, todos los aspectos técnicos, incluso los viales, se resuelven mejor si se concentra a la gente. Y para eso tenemos que ir para arriba, y aparece una nueva tipología en la arquitectura moderna: la torre. Pero la torre tiene un problema, se impone al ciudadano.

-Se puede decir que es visualmente "invasiva".

-Una torre es no sólo un edificio, sino una pieza urbana, es como un puente. Las torres tienen ese tipo de responsabilidad, la de tomar el espacio urbano con una forma que sea muy respetuosa de lo que podríamos considerar el gusto ciudadano. Y me parece bien que se agrupen. En lugar de haber tanta polémica acerca de dónde hacer las torres, creo que la ciudad debería definir ciertas zonas donde las torres, en forma de ramillete, se juntaran. La ciudad es congestión, es adrenalina.

-No cree en una ciudad tranquila.

-( Tajante.) No. Yo creo en una ciudad absolutamente cosmopolita, con la droga, el ruido, el crimen, todo adentro. Eso es la ciudad. Y es un estándar de vida interesante. Si no, hay que irse al campo.

-Me interesa su concepto de ciudad

-La ciudad es ruidosa: hay sirenas a la noche, ya sean policiales, de los bomberos, de las ambulancias. Esto me gusta: yo soy un ser urbano.

-Dígame un par de lugares de Buenos Aires que usted encuentra "bien logrados".

-Creo que Buenos Aires tiene muchísimos lugares logrados. El área de Plaza San Martín, con el Kavanagh, que es absolutamente referencial, no se puede dejar de lado. Tampoco la otra punta de la plaza, donde estaba la vieja Cancillería, que luego se transformó en el nuevo edificio de la Cancillería. Ese edificio es fantástico.

-¿Palermo-Hollywood?

-A los Palermos les pasa lo mismo que, en otro orden de ideas, a Puerto Madero. Palermo es un lugar de noche, no de día. Yo vivo los Palermos como lugares de encuentro, y nocturnos.

-¿Belgrano?

-Siempre me aburrió. Me parece que Belgrano se ha transformado en una real ciudad-dormitorio. Cosa que no le pasa, de hecho, a Palermo. Es como un country.

-Algunos quieren tirar todo abajo y otros, como José María Peña, dicen que hay que conservar todo. ¿Qué haría usted?

-Tiramos, conservando. Hay un disparate instalado en la mentalidad de una clase media "intelectual", por el que no se puede tocar nada. Yo creo que sí, que hay que rehacer a Buenos Aires, pero dentro de la propia Buenos Aires. Esto es algo en lo que insiste mucho Rogers, el arquitecto inglés que lideró, entre otros, el cambio de Londres, con Blair.

-En relación con este concepto de la arquitectura y el arte, todos los arquitectos que conozco tienen problemas con el dinero y a la hora de discutir los honorarios. ¿Por qué?

-Es toda una pregunta, la suya. Su pregunta es casi más moderna que la arquitectura que uno hace. Porque los arquitectos teníamos un sistema legislado y Menem anuló esa ley de honorarios profesionales. Además, generalmente ya no tratamos con un cliente, sino con una empresa, y de la empresa con unos gerentes, y estos gerentes a su vez tienen que dar cuenta de su eficiencia en cuanto a haber conseguido los mejores y más bajos valores. Hay una lucha permanente. Y los arquitectos tenemos este conflicto.

-Cómo es el trámite: ¿se cobra el proyecto por un lado, y la dirección por el otro?

-Se da en todas las formas. La ideal es una sola: que vos tengas el proyecto y la dirección de tu proyecto. Sos el que lo ideaste, el que controla cómo se hace y el que lo lleva adelante. Ahora bien, lo que se da mucho en este momento es que vos hagas el proyecto, con documentación, planos de obra, etcétera, y que luego los que te encargaron el proyecto, que generalmente son grupos económicos grandes, decidan hacer ellos la dirección de la obra, o sus ingenieros, y vos quedás en una lucha, en la que finalmente transás en lo que se llama supervisión. La supervisión no te da autoridad, pero sí te permite enloquecer al otro.

-¿Le parece que hay una arquitectura argentina?

-No. Ni es necesario que la haya. Yo creo que cuando hay arquitecturas con demasiado nombre es peligroso. Son las famosas arquitecturas nacionales, que terminan siendo nazionales . No es que la arquitectura de Buenos Aires sea absolutamente diferente de la de Madrid o la de Barcelona. En algunas cosas, los españoles son más arriesgados, en otras menos. Por suerte no existe en la Argentina una organización que busque esta idea nacionalista.

-¿Qué piensa del edificio de Costantini en Figueroa Alcorta que genera tanta polémica?

-Este edificio lo hizo la misma persona que hizo el Malba. A esos arquitectos cordobeses Costantini los lleva a hacer el Château, una especie de mueca del estilo francés, que se está repitiendo en varios lugares.

-Me perdí algo, ¿cuál es la moraleja?

-La moraleja es que Costantini es un perverso. Es un tipo que, desde esa posición de tanto dinero y de hacer lo que quiere, no tiene ni siquiera la constancia que tenían los papas que, con todo, le pegaban a Miguel Angel con un palo, pero era Miguel Angel el que hacía las cosas; no lo cambiaban de un día para el otro. Hay una frivolidad muy grande de parte del que puede, del inversor. Pero la frivolidad va unida a la inseguridad: el no saber qué hacer.

Por Any Ventura
Para LA NACION

Foto: Mariana Araujo

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