viernes, 16 de noviembre de 2007

- TURISMO Y CULTURA -




Buenos Aires para sus habitantes


Por Josefina Delgado
Para LA NACION



Tierra no hay como la mía...
Carlos Guido y Spano


La cultura de una ciudad es la expresión simbólica de su historia, pública o privada, reconocida, legitimada y permanentemente recreada por los ciudadanos de esa comunidad. Música, libros, periodismo, cine, teatro, artes plásticas, arquitectura, radio, televisión son las manifestaciones más tradicionales. Hoy debemos reconocer el aporte de las artesanías, el diseño, el humor, la gastronomía, las fiestas populares. Esa cultura no sólo no es estática, sino que se beneficia con otros aportes; a menudo, éstos son el producto del contacto con otras culturas. En el caso de la ciudad de Buenos Aires, los asentamientos de pobladores de países cercanos o remotos nos ofrecen ya como parte de “lo nuestro” –así como en otra época se incorporaron la pizza y la hamburguesa– restaurantes que ofrecen “picante de pollo”, comida coreana y los mercados del barrio chino de Belgrano, donde podemos conseguir desde las algas para elaborar nuestra propia comida oriental hasta lámparas de papel para decorar nuestros ambientes.






También las fiestas populares de las nuevas comunidades se han incorporado a nuestro calendario, así como otras referencias a aspectos culturales desconocidos antes. El entretejido de costumbres, valores e identidades sin duda está cambiando a Buenos Aires. Y con ella, a nosotros, los ciudadanos.

¿Este intercambio nos mejora? Nos arriesgamos a decir que sí, porque nos ofrece no sólo la posibilidad de cambiar, sino también la de elegir e incorporar nuevas modalidades. Porque la cultura, en tanto expresión viva, necesita para respirar la mirada del otro y crece cuando el otro pertenece a otra cultura. El diálogo entre bienes culturales y público es semilla fértil y razón de ser de la supervivencia de la cultura. La visión que contiene y comunica la cultura, cada una de sus formas, se fortalece con el intercambio, ya sea de contemplación, consumo o participación.

Alberdi, Sarmiento, Cané salieron del país para ensanchar los horizontes de su patria. Aprendieron y aplicaron sus nuevos conocimientos y experiencias a nuestras instituciones. Además, pusieron por escrito todo aquello que les pareció digno de ser compartido con los lectores.






Menos de un siglo después, un Borges adolescente anudaba en Europa lazos con otros poetas, que le permitirían respirar en versos fervorosos que se volcarían hacia su ciudad. Hoy las calles de Buenos Aires esperan al viajero para revelarle el secreto de nuestra identidad ciudadana. Como las de Montevideo, Lima, Santiago, Madrid, París, Estambul, Lisboa y tantas otras.

Pongámosle un nombre a todo esto: turismo. Vincular la gestión cultural con el turismo plantea, sin duda, tensiones conceptuales. El turismo tiene variados efectos sobre el patrimonio cultural, y es necesario identificarlos y canalizar los riesgos. Evitar, por ejemplo, el desplazamiento de los habitantes permanentes, el deterioro por sobreutilización de los edificios y espacios públicos, los cambios de uso que afectan las estructuras patrimoniales, las modificaciones de las costumbres y tradiciones. En especial, evitar la conversión de las ciudades en lugares artificiales mediante imitaciones y réplicas de las diferentes expresiones culturales originales, desde la arquitectura hasta las costumbres y tradiciones.

Asimismo, en ocasiones el turismo ha producido distorsiones en las funciones de la ciudad histórica. Sin embargo, es a través de la planificación y elaboración de planes de gestión en los que se concilien las diferencias entre los sectores de la cultura y el turismo como se logrará avanzar en la conservación de los bienes culturales y en el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes.

El principal reto que se enfrenta hoy es conciliar los intereses de la actividad turística y la conservación de los bienes culturales, de manera tal que se logre la sostenibilidad de los dos sectores, así como el disfrute por parte de la sociedad actual y la transmisión a las próximas generaciones de un patrimonio cultural enriquecido y en buen estado de conservación.





Quizá sea necesario cambiar la visión de las instituciones culturales para que sean más y más vivas, más atractivas y buenas anfitrionas de quienes, al llegar del exterior o del interior, quieren sentirse recibidos. La tecnología nos ofrece hoy las herramientas necesarias para comunicar con excelencia, ofrecer una experiencia vital y, a la vez, proteger el patrimonio.

Debe ser prioritario el uso de la ciudad por parte de los habitantes permanentes, así como su desarrollo social y económico y el estímulo para que a través de la apropiación social del patrimonio conserven su cultura y puedan también compartirla con los visitantes.

Esta alianza de valores culturales y personas de la ciudad viviendo entre ellas es la medida ideal para construir una respuesta óptima para el turismo cultural.

Cultura es creatividad; no respeto almidonado. Atrevimiento y osadía; no repetición y rigor. No es venerar siempre a los mismos. Más que venerar, es respirar y querer. Vivir la vida propia con autenticidad y empuje. Y para eso estamos todos.

Las numerosas atracciones de una ciudad como Buenos Aires no son solamente sus museos y galerías de arte, sus lugares históricos, sus edificios de valor patrimonial. Son también sus paisajes culturales, las ferias de artesanías y actividades tradicionales como la música y las danzas autóctonas, (¡entre ellas, nada menos que el tango!), sus academias de baile, sus festivales de teatro, cine, diseño, jazz, los museos, la gastronomía, las librerías que abren sus puertas día y noche, los variados itinerarios de valor tangible e intangible. También otros eventos culturales cada vez más asociados con el flujo de visitantes, como son las ferias de arte (ArteBA, Expotrastiendas), la Feria Internacional del Libro, los circuitos de galerías (Gallery Nights, Semana del Arte, Buenos Aires Foto) y tantos otros.






Habrá especificidad en cultura en tanto se atienda a la ciudadanía. La simple enumeración muestra cómo el vínculo de la gestión cultural con un área específicamente dedicada al turismo no hará más que potenciar las condiciones de la producción cultural, que no debe de ninguna manera ser pensada como algo “hacia afuera”.

Buenos Aires, hoy más que nunca, está en condiciones de ofrecer su rostro peculiar a los viajeros de todo el planeta. La planificación y el diseño de políticas mucho más estrictas llevará, sin duda, a resultados sorprendentes.

La autora es profesora de Letras y escritora.

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