lunes, 5 de mayo de 2008

- ACUMULAR -




Las retenciones cívicas


Por Sergio Bergman
Para LA NACION
Ilustración: Kovensky



El gobierno nacional recibe en estos días a los distintos sectores representativos del campo para encontrar un marco de solución a la confrontación por la política de retenciones fiscales. Una vez más volvemos a ser espectadores de la disputa por aquello que, sin dejar de ser vital, no es necesariamente lo único ni lo fundamental en cuanto a las modificaciones de fondo que harán de la Argentina una nación.

Esta vez no se trata de ellos, los que gobiernan, sino de nosotros, los gobernados. No es más ellos o nosotros, sino que se trata definitivamente, en términos de nación, de todos. ¿Qué pueden ser ellos, sino una expresión de todos?

El principio de la democracia establece que el gobierno es del pueblo. Este dominio de la titularidad en favor del pueblo es lo que le permite a la conciencia de un ciudadano entender que después de elegir a sus representantes no ha renunciado a ser titular del dominio de ese poder conferido y que, por lo tanto, no está condenado a ser dominado por sus gobernantes. No hay transferencia de titularidad o dominio del gobierno, sino asignación con cargo de la representación, para que el elegido administre en nombre de todos.

La cultura y el lenguaje crean mundos de sentido y de simbolización. Hacen que la realidad no sea lo que es, sino lo que creamos como tal. Así, los argentinos hacemos una Argentina real más que formal cuando hablamos asumiendo que el gobierno es de ellos y no nuestro. Criticarlos es, sin lugar a dudas, un entretenimiento nacional. El material es infinito y la tarea, además de estimulante, es, definitivamente, en cuanto a mejora de nuestra calidad institucional, totalmente inútil.

Entiendo que la solución a esta anomia e inacción es, en términos de cuidar y velar por nuestro gobierno, diferenciarlo de la administración que, legítimamente elegida en elecciones democráticas, debe rendir cuentas de sus actos y regularla como servidores públicos. Para ello se requiere que los controles de la administración de gobierno funcionen no a posteriori, para revisar cómo se administró lo nuestro, sino a priori, para que no tomen el gobierno como algo propio. Este principio es ni más ni menos que el de la República. Y no es que se trate de una idea. Se trata de la ley que nos regula.

Dado que somos partícipes necesarios del estado de las cosas, no hay nada que no sea el Estado para administrar el gobierno y cumplir con los valores y fundamentos del pacto cívico que llamamos Constitución Nacional.

No se trata de un documento formal, sino de un ejercicio cívico y espiritual de constituir la Nación en nuestra propia acción, de diálogo y encuentro entre representados que vemos en nuestros representantes ciudadanos como nosotros.

Una primera solución a esta descripción de nuestra realidad se encuentra en la misma receta que ha aplicado el Gobierno con relación a la recaudación: las retenciones.

Si aceptamos que los argentinos nos movemos "por cajas", estará, entonces, en el manejo de la caja la solución de nuestros problemas estructurales.

Por un lado, tenemos la caja política, los representantes que para administrar desde el Estado toman, entre otras medidas de necesidad y urgencia (¿la necesidad y la urgencia es de los representados o de los representantes?), una cantidad inaudita de recursos económicos, a partir de las retenciones. A diferencia de lo que se dice, no se redistribuyen con equidad ni son coparticipables ni auditables.

Por otro lado, está la caja de los representados. Es, quizá, más modesta, pero no menos relevante. Hace que el ciudadano, reducido a administrador-habitante no haga absolutamente nada por la caja de todos, hasta que no le tocan la propia. Protesta, se queja, se moviliza, reclama, hace manifestación, piquete y cacerola, no para defender la plena vigencia de las instituciones republicanas, sino para preservar aquello que es lo más valioso y sagrado: la caja. No somos ni más ni menos que parte de la misma enfermedad. Cuando uno está enfermo no se enoja con el termómetro cuando marca la temperatura. La Argentina, que está enferma de valores ciudadanos, no se puede enojar sólo con sus representantes.

La caja es el poder, y en nuestra Argentina el poder es la caja. Por ello, sin concordar desde el punto ideológico, pero asumiendo la pragmática de lo político que somos, debemos partir de donde estamos para asumir cómo llegaremos adonde soñamos y queremos.

El saber popular dice que no hay mal que dure cien años, pero lo mejoramos cada cuatro. Propongo que no olvidemos que siempre tuvimos tanto la posibilidad de estar mejor como también la de acostumbrarnos a estar mucho peor.

Es cierto que muchas cosas nos exceden por la coyuntura global en la que vivimos, pero tan cierto como esto es que muchos de nuestros males nos suceden porque somos y fuimos nosotros los responsables. Mucho, desde la crisis de 2002, hemos prometido y comprometido. Pero, efectivamente, como ciudadanos abandonamos nuestras luchas y banderas cívicas frente al hecho objetivo e irreductible de que al mejorar los valores de la economía tiramos por la ventana los valores de una nueva ciudadanía.

Frente al irresponsable clamor de que se fueran todos nos hemos asegurado de que se quedaran muchos de los mismos. Y, al parecer, algunos con pretensiones de hacerlo por mucho tiempo. Por otra parte, gracias a la situación de los mercados globales y a una interesante gestión de administración de recursos, más allá de su aplicación discrecional, nuestro país tiene aún excelentes perspectivas de tomar impulso económico y traducirlo en calidad institucional.

Este desafío es de todos. No sólo demanda a nuestra administración de gobierno, sino a la conciencia de todos los argentinos por lo público. Se trata de no buscar sólo oposición al Gobierno, sino responsabilidad en la cogestión. Siendo el gobierno de todos se requiere la participación de los representados para lograr transiciones razonables, equilibradas y civilizadas, para que lo logrado no se pierda y lo pendiente se logre.

Civilización o barbarie en el orden republicano.

Dada la naturaleza cultural argentina y dado que no es ellos o nosotros, sino todos, propongo las retenciones cívicas de poder; es decir, también, de caja.

Así como la administración fiscal retiene dinero de las exportaciones, los ciudadanos debemos retener el poder de los votos emitidos que, en la práctica, transferimos en un ciento por ciento a nuestros representantes luego de emitirlos. Frente a aquello que fue conferido al Estado para administrar lo de todos, los ciudadanos deberíamos participar en consejos cívicos de políticas públicas y auditorías del Estado, en función de los principios democráticos, republicanos y federales, con el fin de darle plena vigencia a la República.

Para no sospechar del uso abusivo de los fondos, sino controlar, auditar, monitorear y seguir la aplicación de dichos fondos en función del debate parlamentario, del seguimiento autónomo judicial y de la acción ejecutiva nacional que, junto con las provincias, restituya una república federal, para que asignen con equidad aquello que debería alimentar la caja de todos. Nadie podrá negar que, una vez asegurada la viabilidad y rentabilidad de su actividad, lo retenido de lo público se distribuya en bien de lo común. Pero sin retenciones cívicas del poder delegado estaremos cautivos de que lo común sea sólo para el bien de algunos en detrimento de otros. Al entregar el poder habremos perdido no sólo el dinero retenido, sino también el alma de la Nación por habernos entregado, ya no a la política fiscal, sino a una arbitrariedad de recursos y fines que hacen que la retórica relacionada con la democracia republicana colapse en unas prácticas que sin temor debemos, claramente, denunciar como propias de regímenes totalitarios.

Para vivir en democracia se requieren retenciones cívicas. No sólo de entregar el voto -y, de esa manera, entregarse-, sino de seguir ejerciendo responsablemente lo delegado en el marco del Estado de Derecho.

Para vivir en democracia se requiere un Estado que sirva a la Nación y no que se sirva de ella. Es lo que juraron por Dios y por la Patria ellos. Es lo que deberíamos hacer nosotros. Es, sin lugar a dudas, lo que la Argentina demanda de todos.

El autor es rabino.

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