viernes, 16 de mayo de 2008

- LIMA -




Cumbre de Lima, otra oportunidad


Por José Manuel Barroso
Para LA NACION
Foto: Alfredo Sabat



La Unión Europea y América latina y el Caribe se reúnen por quinta vez, al más alto nivel político, en la Cumbre que comienza hoy en Lima, Perú. Transcurridos diez años desde la primera cumbre, celebrada en Río de Janeiro en 1999, me parece un momento oportuno para compartir con nuestros conciudadanos de América latina y el Caribe la visión que, desde Europa, tenemos acerca de la asociación estratégica lanzada entonces y sobre los temas que discutimos aquí, como el de la lucha contra la pobreza y el de un desarrollo sostenible en relación con el medio ambiente.

Creo que nadie ignora el potencial de una asociación estratégica que incluye ya 60 Estados y mil millones de personas, con un peso económico y comercial incomparable en el nivel mundial, y caracterizada por una coincidencia de valores tan significativa. Cuando nuestras regiones se reunieron por primera vez en la Cumbre de Río, nos hallábamos ante un mundo muy diferente del actual. La región de América latina y el Caribe no contaba aún con las impresionantes tasas de crecimiento registradas en los últimos cinco años. La Unión Europea no había todavía realizado el proceso de ampliación hacia el Este, que nos ha llevado a duplicar hoy el número de Estados miembros, creando un área de democracia y estabilidad para casi 500 millones de habitantes.

Cuestiones como el cambio climático y el calentamiento global aún no ocupaban nuestra agenda birregional. Otras cuestiones, como la lucha contra la pobreza, la desigualdad y la exclusión, han estado presentes de manera permanente en nuestro diálogo y cooperación desde un principio, pero los fundamentos macroeconómicos de la región no eran tan favorables como lo son ahora para nuestro objetivo común de reducción de estas lacras.

Europa ve a América latina y el Caribe como un socio natural para influenciar la agenda internacional en consonancia con los valores comunes que nos unen, y en mutuo beneficio de nuestras sociedades.

Concretamente, ¿para qué necesitamos una asociación estratégica entre nuestras regiones? Estoy convencido de que nuestra asociación estratégica birregional es tan necesaria hoy, o más, que cuando la anunciamos en Río. Y esto es así porque los retos a los que nos enfrentamos hoy, en el nivel global, exigen respuestas globales que sólo pueden ser formuladas efectivamente por socios con similares valores e instituciones.

Pero hay más razones, y mucho más concretas. La más visible es, sin duda, el creciente flujo de personas y mercancías que transitan con cada vez mayor frecuencia por nuestras fronteras. Pero también lo hace la polución, que contribuye al cambio climático y que a su vez puede afectar cosechas y nuestra seguridad alimentaria. Y, desde luego, también cruzan fronteras los ahorros privados y el dinero de nuestras inversiones mutuas.

Necesitamos trabajar juntos, para contribuir a que estos ahorros honestamente acumulados por los emigrantes fluyan con mayor facilidad hacia sus familias. Para que nuestras inversiones mutuas sean seguras y aumenten, lo que constituye un requisito indispensable para consolidar y sostener la actual bonanza económica latinoamericana.

Por ejemplo, la mayoría de nuestros ciudadanos ignoran que Europa invierte más en Brasil que en todo el resto de las principales economías emergentes combinadas (como China, la India o Sudáfrica). Desearíamos poder decir lo mismo con respecto a otros socios latinoamericanos, pero para ello nuestras inversiones mutuas tienen que gozar de estabilidad y de garantías, y nuestros sectores empresariales deben estar en estrecho contacto para maximizar oportunidades. Y para todo ello necesitamos también de cooperación y de acuerdos dentro de un marco jurídico claro.

Tampoco podemos dejar de señalar que por nuestras fronteras transitan también crimen, armas y drogas ilícitas, lo que requiere nuestra estrecha atención y coordinación. Me consta que, en algunos países de América latina, esto supone un desafío directo a la seguridad de los ciudadanos y a los esfuerzos por erradicar la corrupción. Y que, en algunos casos, llega incluso a amenazar el buen funcionamiento del Estado de Derecho y de las instituciones democráticas.

Tenemos que conseguir que nuestras fronteras sean porosas para trabajadores e inversiones, pero implacables con quienes trafican con la vida y la seguridad de nuestros ciudadanos, contribuyendo, además, a perpetuar la pobreza y la miseria en nuestras sociedades. Esta ha sido una parte importante de nuestro trabajo conjunto durante los últimos diez años, con la lucha contra la pobreza y la desigualdad en el centro de nuestra agenda y de nuestra cooperación birregional.

A este respecto, y entrando ya en uno de los temas principales de la Cumbre, nadie debe pensar, ni por un instante, que Europa viene a Lima a hablar de pobreza o exclusión social como si fuera un problema ajeno a nuestro continente. El número de europeos viviendo en situación de precariedad es mucho mayor de lo que la mayoría de los ciudadanos latinoamericanos y del Caribe podrían pensar, por lo que éste es un tema que afecta e interesa a ambas regiones.

Reducir la pobreza puede requerir, en ocasiones, la introducción de reformas sociales y económicas de gran envergadura, para lo cual es imprescindible que los hombres políticos trabajen sin descanso en la búsqueda de consensos, y con pleno respeto a los valores democráticos y a la ley. El consenso es imprescindible también para preservar la estabilidad política, sin la cual sólo hay caos y más miseria. Y el mismo principio es también aplicable a los procesos de integración regional, claves en nuestra opinión para el desarrollo económico en nuestras regiones. Valga como ejemplo nuestro tratado de Lisboa, que culmina un proceso de intensas y laboriosas negociaciones entre gobiernos, parlamentos y opinión pública. Un proceso difícil pero necesario para alcanzar una reforma consensuada y por tanto aplicable.

Europa tiene un gran interés en el desarrollo de los procesos de integración en América latina y el Caribe, en su impacto en cuestiones como la pobreza y en el fomento de las buenas relaciones necesarias entre vecinos con intereses comunes. Es por ello que la Comisión Europea acudirá a la Cumbre de Lima con la intención de avanzar en los acuerdos de asociación, que se están negociando con la Comunidad Andina y con Centroamérica, con la ambición de concluirlos en 2009. También mantenemos nuestro interés en relanzar las negociaciones con el Mercosur, en cuanto las condiciones lo permitan, lo cual sigue estando condicionado por las importantes discusiones en la ronda multilateral de Doha. Y tampoco puedo dejar de mencionar aquí el importante acuerdo de asociación económica con el Caribe, acordado el pasado mes de diciembre.

Estos acuerdos van mucho más allá que los simples tratados de libre comercio bilaterales, pues en Europa conocemos bien sus limitaciones si no van acompañados de diálogo político y de cooperación solidaria para afrontar asimetrías, por lo que, desde nuestra perspectiva, estos acuerdos son reflejo fiel del apoyo de la Unión Europea a la consolidación de la integración regional latinoamericana y caribeña.

Pero también tenemos que ampliar el marco de nuestros objetivos y acciones si queremos garantizar el éxito de todos estos procesos. Me refiero al otro tema principal que vamos a discutir en la Cumbre de Lima: el medio ambiente, el cambio climático, el desarrollo sostenible, la energía. Tantos elementos dentro de un solo título muestran, sin duda, la complejidad del mismo.

Esa complejidad deriva de los efectos de la globalización y de la interconexión que se produce entre todas estas cuestiones. Así como la inflación, ya sea sobre alimentos o combustibles, afecta con más dureza a los sectores más vulnerables de nuestras sociedades, los nuevos desafíos del cambio climático están directamente relacionados con el desarrollo sostenible, en el cual los biocombustibles pueden jugar un papel importante.

Los criterios para el desarrollo sostenible de los biocombustibles, en los que Europa está trabajando, deben tener una dimensión global. Tanto Europa como América latina y el Caribe tenemos un interés en desarrollar juntos estos criterios, que deben ser sostenibles tanto desde la perspectiva de su impacto medioambiental como desde su repercusión en la producción agrícola destinada a producir alimentos.

A veces tengo la impresión de que la cuestión del medio ambiente quizá no sea para algunos una cuestión tan urgente y tangible como la lucha contra el hambre y la pobreza; o por la alfabetización y por mejores condiciones sanitarias para nuestros ciudadanos. Pero no albergo dudas de que hambre y pobreza aumentarán si no afrontamos el cambio climático en el nivel global, y por medio de asociaciones que se quieren estratégicas como la nuestra.

Para decirlo con otras palabras: nunca conseguiremos construir suficientes escuelas y hospitales si las crecidas de los ríos en nuestros valles o los ciclones que azotan nuestras costas siguen aumentando en regularidad y capacidad destructiva. Es por ello que la lucha contra el cambio climático se encuentra en un lugar de máxima importancia también en nuestra agenda común.

Este tema no debe poner en tela de juicio ni por un momento nuestro compromiso para reducir la pobreza. Simplemente son dos caras de una misma moneda. Es por ello que en Europa damos una importancia cada vez mayor a la repercusión de las cuestiones medioambientales en nuestras relaciones exteriores y en nuestra política de cooperación al desarrollo.

El autor es presidente de la Comisión Europea.

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