jueves, 8 de mayo de 2008

- BUENOS BORGES -




Misteriosa Buenos Aires


Por Susana Reinoso
Cultura - La Nación



Todo es posible en la mítica ciudad que Borges inventó para los argentinos. Y para los extranjeros, ya que cada vez más visitantes llegan a Buenos Aires -libro de Borges en mano- a descubrir las esquinas, las calles, los barrios que el poeta soñó sin fronteras entre lo ficticio y lo real. El punto de referencia que todos quieren conocer es la Biblioteca Miguel Cané, del barrio de Boedo, donde Borges trabajó en un humilde empleo administrativo mientras se convertía silenciosamente en el Borges universal. Las visitas del narrador británico Julian Barnes y del escritor peruano Mario Vargas Llosa, alentadas por el Ministerio de Cultura porteño, han tentado a varios escritores y visitantes del exterior a conocer el sencillo espacio cultural en uno de los barrios legendarios de la geografía porteña. La Dirección General del Libro, a cargo de Alejandra Ramírez, sabe que la Biblioteca Cané ha pasado a ser el epicentro simbólico de la promoción de la lectura. Nada menos que porque allí trabajó, entre 1938 y 1946, el escritor que tuvo la osadía de imaginar que el mundo era la Argentina, en palabras de la extraordinaria Nélida Piñón, premio Príncipe de Asturias 2005.

Hasta la Biblioteca Cané llegó esta semana el escritor y periodista español Juan Cruz, que conoció a Borges en Madrid. Autor de un libro conmovedor sobre su padre, Ojalá octubre , el escritor traza un retrato impecable del autor de El Aleph : "Borges fue una buena persona y un gran incomprendido. No fue un escritor envidioso. Todo lo que despreciaba en sus contemporáneos estaba teñido de literatura, e incluso, de ternura". Lo dice Juan Cruz una tarde en Buenos Aires, luego de haber sido "empujado" por el hálito de Borges durante toda la jornada, según dice. Y después de haber visitado la Biblioteca Cané y de haberse emocionado en el cuartito del entrepiso donde Borges se encerraba a leer. "Lo conocí casualmente. Me pareció un hombre feliz y generoso, que regalaba su tiempo y su conocimiento. Le gustaba cantar y era muy curioso. Era muy difícil encontrar en él una actitud de desprecio por las personas. Borges utilizaba su conocimiento literario para desdeñar actitudes literarias." Dice Juan Cruz que aquel Borges se quedó en su alma "como un ser extraordinario al que le apetecía que lo situáramos en un lugar determinado del hotel Palace para distinguir mejor los colores. Era el mismo Borges que quería que la maleta respirara para que las camisas no sufrieran".

Y dice Juan Cruz que fue un compañero de trabajo de Borges, "un hombre de una ingenuidad cristalina", el que inauguró la envidia a Borges. "Me contó Josefina Delgado (subsecretaria de Patrimonio porteña) que mientras trabajaba en una enciclopedia francesa un tipo le dijo que había descubierto a alguien con el mismo nombre. Borges sólo respondió: «¡Qué coincidencia!»"

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