sábado, 23 de agosto de 2008

- OTRA MUSICA -



Laurie Anderson


La evolución constante de una dama futurista


Este miércoles y jueves, la artista estadounidense presenta Homeland en el teatro Gran Rex de Buenos Aires. Todo un privilegio para mentes abiertas


Por Leonardo Tarifeño
De la Redacción de LA NACION



Al menos en la Argentina, hubo un tiempo en el que escuchar a Laurie Anderson, ponerse una camiseta con la tapa de Big Science o calzarse los auriculares de un walkman para someterse a la fascinante monotonía de "O Superman" eran gestos que mostraban una manera marginal e inquieta de entender el mundo, una contraseña cultural que liberaba a sus seguidores del ya por entonces limitadísimo corsé del rock.

Descubierto de manera masiva a principio de los años 80, el extraño e indefinible arte de Anderson trascendía la música, hundía sus raíces en la literatura de William S. Burroughs y Thomas Pynchon, jugaba con una poesía que remitía al Tao Te King y a las aventuras de la NASA y, sobre todo, proponía un paisaje electrónico que convertía a Kraftwerk, D.E.V.O y la Yellow Magic Orchestra en aprendices torpes y burdos. El vuelo minimalista de Big Science (1982) y Home of the Brave (1986)sugería que el futuro empezaba a acercarse, y el reto de esa novedad impostergable exigía una mirada también nueva, desprejuiciada y atenta, una amplitud de miras que por entonces asomaba con cuentagotas en las artes con las que esta artista inclasificable creaba una experiencia sensorial a mitad de camino entre la performance y lo que hoy se llama spoken word . Con humor del bueno y una ternura rara pero ternura al fin, sus shows desmentían el hiperintelectualismo que podía olerse en sus discos y multiplicaban la riqueza de su personalidad, en la que cabían desde la crítica de la incomunicación global hasta la siempre divertida crónica de sus asombros. Ahora, a 25 años de la aparición de Big Science , Laurie Anderson regresa a la Argentina para presentar Homeland , su último y prometedor espectáculo. Tal vez no haya nadie mejor que ella para pensar los múltiples sentidos actuales de la palabra "evolución", ni nada mejor que su trabajo para medir y valorar los resultados de la amplitud de miras contemporánea que ella misma contribuyó a crear.

De hecho, se puede ver la trayectoria de Laurie Anderson como una invitación permanente a borrar fronteras. Nacida en 1947 en Glen Ellyn, en el estado de Illinois, formada en Historia del Arte y surgida en la escena de la performance neoyorquina de los años 70, irrumpió en la galaxia pop en 1981, cuando su single "O Superman" alcanzó un inesperado segundo puesto en los rankings británicos. La canción, construida como un cover del aria "` Souverain, ô juge, ô père" de la ópera Le Cid de Jules Massenet, combinaba ecos de Steve Reich y Terry Riley con frases extraídas del contestador automático de las oficinas del Correo de Estados Unidos. En teoría, lo más alejado del universo de los éxitos de discoteca, donde por esos mismos años brillaban "Bette Davis Eyes" de Kim Carnes, "In the Air Tonight" de Phil Collins y "Tainted Love" de Soft Cell. Sin embargo, y contra todo pronóstico, el aliento experimental de "O Superman" eliminó los límites entre osadía artística y producción fabril de hits , y abrió un horizonte imprevisto para la música minimalista, consolidado dos años después por Philip Glass con la banda de sonido de Koyaanisqatsi .

A partir de entonces, la historia personal de la principal multimediatrix del arte contemporáneo se transformó en una fábrica de ideas y conductas estimulantes. Devenida celebridad electrónica, se instaló en una comunidad amish , donde la tecnología no existe. Preocupada por vivir dentro de un gueto esnob demasiado estrecho para su gusto, comenzó a trabajar en McDonald s para evitar convertirse en aquello que su medio esperaba de ella. Y coherente con su fama de mujer futurista, desarrolló en canciones y espectáculos la que fue la primera y única residencia de un artista en la NASA. "En el fondo, me considero una antropóloga -ha dicho para Smithsonian Magazine -; y por eso trato de salir de mí misma. Normalmente veo el mundo primero como artista, segundo como una neoyorquina y luego como una mujer. ...sa es una perspectiva de la que trato de escapar". Su huida incluye llegar donde nadie estuvo, la orilla en la que el arte crece más allá de las categorías y definiciones que intentan explicarlo y terminan por reducirlo.

En Homeland , la creadora de Mr. Heartbreak (1984) y el delicado Strange Angels (1989) mantiene el espíritu íntimo de sus shows más recientes, definitivamente contrapuesto a los efectos multimedia de Home of the Brave y a la magnificencia sonora que alguna vez le regaló el guitarrista de King Crimson, Adrian Belew. Se trata de un espectáculo consagrado a la palabra, muy orientado a la visión política, en un camino marcado por el humor, los sueños y los delirios de grandeza de Estados Unidos. "Si tuviera un mensaje, lo escribiría y se lo mandaría por e-mail a todo el mundo", ha dicho Anderson, tal vez para dejar en claro que la luz de su trabajo se enciende con imágenes y no a través de las ideas. Su evolución personal la lleva a un lugar solitario en el que predomina la palabra, entendida como una extensión de la música y espejo de la imagen.

Mientras tanto, a más de dos décadas de su aparición, el impacto de su obra da en el blanco de un tiempo con poco y nada que ver con aquellos primeros años 80. Hoy, la vanguardista técnica cut-up implementada por William Burroughs es cosa de todos los días entre los músicos que samplean sonidos (como la propia Anderson) o "cortan y pegan" sobre una bandeja de DJ; cualquiera puede colgar los latidos de su corazón en una página web como MySpace o Facebook (una versión global del "Listen to My Heartbeat" que Laurie ensayaba sobre su violín de arco de cinta, en Home of the Brave ) y costuras electrónicas similares a la que "O Superman" presenta sobre el aria de Massenet se practican en toda computadora personal equipada con ProTools.

La evolución científica desnuda la intimidad técnica de los discos de Laurie Anderson y demuestra que, en el siglo XXI, la diferencia la marca el chispazo de audacia e inteligencia que sólo el artista verdadero es capaz de generar. Del lado del público, las cosas parecen haber cambiado menos. Tal vez el corsé del rock apriete todavía más, pero quienes ven el mundo desde una mirada marginal e inquieta saben que aún tienen a una cómplice mayor en aquella que durante por lo menos 25 años no ha hecho más que trascender la música, jugar con la poesía, y ampliar y enriquecer el sentido de la palabra "evolución". Hoy, como ayer, el futuro vuelve a estar aquí. El arte sin límites de Laurie Anderson no para de comprobarlo.

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