viernes, 26 de diciembre de 2008

- LO QUE VENDRA -





El desafío terrorista en la geopolítica

Estado del mundo 2009


Carlos Escudé
Para LA NACION



La incertidumbre geopolítica mundial será uno de los principales rasgos del año por comenzar. Encorsetados en una matriz rígida que les deja pocas opciones, los principales protagonistas tendrán un margen de maniobra muy escaso para evitar riesgosas confrontaciones.

Un condicionante crucial será la crisis global. La conmoción económica-financiera disminuirá los recursos a disposición de los principales aliados de los Estados Unidos para librar guerras y disputar espacios de influencia. Por eso, aumentará la carga norteamericana en la defensa del statu quo internacional.

Este es desafiado por al menos tres nodos de intereses encontrados, que a su vez están encadenados entre sí: el de Medio Oriente, el del sur de Asia y el de la ex Unión Soviética. A partir de los atentados de Bombay del 26 de noviembre, estos ejes de conflicto entrelazados configuran una gestalt de máxima peligrosidad. Como veremos, lo acontecido en la India modifica el nodo del sur de Asia y desestabiliza los otros dos.

Por cierto, los ataques terroristas, que mataron por lo menos a ciento sesenta y tres personas e hirieron a otras 293, agravaron dramáticamente un eje de conflictos, que involucra a la India, Paquistán, Afganistán y Estados Unidos. Aunque las acciones criminales, finamente sincronizadas, contaron con el apoyo de cómplices locales, fueron planeadas y perpetradas, principalmente, por extremistas paquistaníes. La amplia gama de blancos -entre ellos una estación de ferrocarril, un hospital, dos hoteles cinco estrellas, un centro comunitario judío y un cine- demuestra que su objetivo no se limitó a supuestos adversarios ideológicos o religiosos, sino que también apuntó a sembrar el terror en la población india en su conjunto.

El hecho ilustra una vez más los peligros provenientes de Paquistán, que la India debe enfrentar cotidianamente. Aunque la masacre no fue orquestada por el gobierno de Islamabad, éste es muy débil. No controla a su ejército ni a sus servicios de inteligencia, parte de cuyos cuadros son extremistas, y es incapaz de imponer límites a las diversas organizaciones islamistas violentas que operan en territorios tribales y en zonas montañosas de su país.

Esta situación es crónica, pero se ha agravado con el advenimiento de un nuevo gobierno en 2008, que tiene aún menos dominio que el anterior sobre sus fuerzas armadas. En verdad, Paquistán, una potencia nuclear, es el país más peligroso del orbe, debido al extremismo de su población. Sus madrazas enseñan el mismo tipo de islam que inspira a Osama ben Laden y su jihad .

Los antecedentes paquistaníes en materia de difusión de tecnología nuclear agregan al peligro. Hacia 2000, la inteligencia británica determinó que, a lo largo de la década de los 90, Abdul Qadeer Khan, artífice de la bomba de su país y héroe nacional, había estado involucrado en la venta ilegal de esa tecnología. No estaba solo. Son muchos los científicos y altos mandos que creen que es su deber difundir ese peligroso saber entre países islámicos. En 2004, después de ser acusado por las Naciones Unidas, Khan confesó haber vendido tecnología nuclear a Irán, Libia y Corea del Norte. Inmediatamente obtuvo un indulto que, más que las inclinaciones del ex presidente Pervez Musharraf, reflejó el extremismo de parte de la cúpula militar y de la población.

Ese radicalismo también se vislumbra en el hecho de que antes del 11-S, Paquistán era uno de los tres únicos países que apoyaban al régimen talibán en Afganistán. Después de los atentados, el gobierno de Islamabad accedió a que Washington usara su territorio contra los talibanes sólo porque (según dichos de Musharraf a CBS, en septiembre de 2006) éstos amenazaron con un bombardeo que los "retrotraería a la Edad de Piedra".

No obstante, según The New York Times del 12 de febrero de 2007, en 2006 el gobierno de Islamabad no pudo o no quiso impedir el establecimiento de pequeños campos de entrenamiento de Al Qaeda en las regiones tribales paquistaníes cercanas a la frontera afgana. Y, en el caso de los atentados de Bombay, el diario neoyorquino informó el 7 de diciembre que la organización paquistaní sospechosa de su ejecución, Lashkar-e-Taiba, ha crecido y se ha consolidado gracias al apoyo y protección del poderoso ISI, el servicio de inteligencia de Islamabad.

Frente a este panorama, ¿cómo ha de protegerse la India? Lo mínimo que Nueva Delhi puede hacer es trasladar tropas a su límite con Paquistán para vigilar mejor esa frontera porosa. Frente a la iniquidad de la tragedia, la oposición política al gobierno de Manmohan Singh exigirá medidas que reduzcan la inseguridad, y éste querrá complacerla porque, después de cuatro años de gestión, él y su partido del Congreso están debilitados.

Pero Islamabad ya lanzó una advertencia: si las tropas indias se desplazaran hacia la frontera indo-paquistaní, ellos trasladarían hacia allí las fuerzas que custodian el límite afgano-paquistaní. El 8 de diciembre, The New York Times informó que funcionarios de ese país declararon a la prensa que toda movilización de fuerzas indias distraerá recursos paquistaníes, actualmente dedicados a la contención de los talibanes en Afganistán.

Estados Unidos hará lo posible por impedir ambas maniobras, porque si ese escenario se materializara, su estrategia en ese país se desmoronaría. Reducidos o eliminados los controles militares en la frontera afgano-paquistaní, y dejada a su merced la peligrosa alianza entre los extremistas pastunes del occidente paquistaní y los talibanes afganos, el embate de éstos podría tornarse incontenible. La OTAN podría perder su guerra de Afganistán.

Para Estados Unidos eso sería una catástrofe. Detener el avance talibán es para ellos imperativo, ya que fue en Afganistán, durante la vigencia del régimen de esa parcialidad, donde se entrenaron los terroristas de Al Qaeda que, en 2001, destruyeron las Torres Gemelas y un pedazo del Pentágono.

Washington no puede permitir una reversión a la situación afgana previa al 11-S. Frenar a los talibanes exige que no se desmonte la guardia paquistaní en la frontera. También requiere que los mismos norteamericanos aumenten su presencia militar en territorio afgano, ya que sus socios de la OTAN no lo podrán hacer.

Es en este requisito en el que el nodo de conflictos del sur de Asia se encadena con el de Medio Oriente. Para controlar la situación afgana, Washington debe retirar una parte importante de los 140.000 efectivos que tiene en Irak. Recuérdese que la superpotencia ya no tiene un servicio militar obligatorio. Hay un límite a la cantidad de tropas que puede movilizar. Si Estados Unidos ha de fortalecer su frente afgano, deberá debilitar el iraquí.

Pero si ha de hacerlo sin dejar a Irán como potencia hegemónica en el golfo Pérsico, deberá negociar un modus vivendi con Teherán y también con Moscú.

Para que un acuerdo con Irán sea confiable, Rusia deberá abstenerse de suministrar armas peligrosas a los persas. Y para conseguir esa moderación de parte del Kremlin, Washington deberá renunciar a su estrategia de evitar que los rusos recuperen parte de su zona de influencia en la ex Unión Soviética.

Así, el nodo de conflictos asociados al Medio Oriente se entrelaza, a su vez, con el que abarca a Ucrania, Georgia, Rusia y la OTAN. El precio de la cooperación del Kremlin frente a los ayatolas iraníes parece ser, por lo menos, la eliminación de la estrategia estadounidense de tender un cerco militar alrededor de Rusia.

Pero no resulta claro que la Casa Blanca esté dispuesta a esa claudicación parcial. Dependerá en parte de Barack Obama, que será el prisionero de esta severa lógica ajedrecística. Aunque la debilidad no sería buena consejera, cualquier desmesura, propia o heredada, puede acarrear costos incalculables.

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