miércoles, 31 de diciembre de 2008

- SUSTENTABILIDAD -





La era de la prosperidad sostenible


El rescate fundamental


Ban Ki-Moon
para LA NACION
Noticias de Opinión
Foto: Alfredo Sabat




El año próximo estará cargado de tensiones, con una serie de disyuntivas difíciles entre los imperativos del presente y los del futuro. La forma como resolvamos tales tensiones dará idea de nuestra visión y de nuestra capacidad de dirección.

Como comunidad de naciones, el año próximo vamos a afrontar tres pruebas inmediatas. La primera acaba de empezar. No es la crisis financiera, por importante que ésta sea. En este caso me refiero al cambio climático, la única amenaza en verdad existencial.

Sólo nos quedan doce cortos meses hasta que se celebre una cumbre decisiva en Copenhague, en la que los dirigentes mundiales se reunirán el próximo diciembre para alcanzar un acuerdo con vistas a contener el calentamiento planetario. Necesitamos un acuerdo que amplíe, profundice y fortalezca los Protocolos de Kyoto. Necesitamos un nuevo tratado para el siglo XXI que sea equilibrado, no excluyente y amplio, un tratado que todas las naciones puedan aceptar.

A principios del pasado diciembre, dimos un importante paso en Poznan (Polonia), donde los ministros y los expertos del clima se reunieron para formular con ahínco un plan para el futuro. Las negociaciones fueron difíciles y, seguramente, llegarán a serlo aún más. Algunos sostuvieron que con las dificultades actuales no podemos permitirnos el lujo de abordar el cambio climático. Lo que yo digo es que no podemos permitirnos el lujo de no hacerlo. Está en juego el futuro del planeta.

Nuestra segunda prueba es económica. Es evidente que necesitamos un estímulo planetario. Las economías más importantes han reaccionado ante la crisis actual con ambiciosos planes monetarios y fiscales de rescate. La cumbre de emergencia del G-20, celebrada en Washington, en noviembre, demostró que los gobiernos están colaborando para coordinar sus políticas. En una reunión más reciente celebrada en Doha, se ampliaron esas gestiones.

Todo eso es digno de beneplácito, pero tenemos que hacer más. Por encima de todo, tenemos que pensar con audacia y originalidad. Para salir de la crisis financiera inyectando dinero, debemos hacerlo con inteligencia y eso significa que los gastos deben ser inversiones. Deben ser sostenibles para que no estemos limitándonos a lanzar dinero a los problemas, sino utilizando, en cambio, esos fondos para poner los cimientos de un futuro más estable y próspero.

China ha demostrado capacidad de dirección. Toda una tercera parte de su programa de estímulo, recién anunciado y que asciende a 586.000 millones de dólares, se canalizará hacia el crecimiento y las infraestructuras verdes. Los chinos han aprovechado una oportunidad para abordar varios imperativos a la vez: crear puestos de trabajo, conservar energía y luchar contra el cambio climático. Los Estados Unidos, con el gobierno de Barack Obama, se proponen hacer lo mismo.

Esas autoridades saben que la inversión en combustibles substitutos y tecnologías que no dañen el medio ambiente proporcionarán un rendimiento futuro en gran escala, en forma de un medio ambiente más seguro, independencia energética y crecimiento sostenible, pero también saben que la inversión verde crea empleos y estimula el crecimiento en el presente.

Otras naciones deben seguir su ejemplo. Sin un gran impulso mundial, con todas las naciones avanzando en la misma dirección, nunca entraremos en una era de prosperidad sostenible. Si alguna vez ha habido un momento que requiriera una visión audaz y ambiciosa, una oportunidad de trazar una vía nueva y mejor, es el actual.

Nuestra tercera prueba es una pragmática cuestión de principio. El cambio climático y las finanzas mundiales no son nuestras únicas crisis. De hecho, agravan otras amenazas: inseguridad alimentaría, volatilidad en los mercados de las materias primas, y la energía y la terrible persistencia de la pobreza.

Ninguna nación se ha librado, pero las más pobres son las que sienten más intensamente esos golpes.

Si no se aborda correctamente, la crisis financiera actual se convertirá en la crisis humana del futuro. Los disturbios sociales y la inestabilidad política aumentarán y exacerbarán todos los demás problemas. En última instancia, el peligro es una serie de crisis en cascada, cada una de las cuales nacerá de las otras, con consecuencias potencialmente devastadoras para todos.

Así, pues, durante el año próximo deberemos actuar con espíritu de solidaridad mundial. Las medidas que adoptemos para abordar la crisis financiera deberán redundar en provecho de todas las naciones: las más pobres, así como las ricas y poderosas. Se deberán considerar los programas de ayuda para las naciones en desarrollo una parte de cualquier estímulo mundial y cualquier plan de recuperación económica a largo plazo.

Como mínimo, eso significa no utilizar la crisis financiera como excusa para reducir la ayuda internacional y la asistencia para el desarrollo. Debemos cumplir nuestros compromisos conforme con los objetivos de desarrollo del milenio como deber pragmático, además de moral.

Nos encontramos en el umbral de un nuevo multilateralismo. El péndulo de la historia está volviendo hacia las Naciones Unidas y las medidas colectivas. Las amenazas que afrontamos como comunidad de naciones en la actualidad son cada vez más las que exigen colaboración y cooperación: luchar contra el cambio climático, reconstruir el sistema financiero mundial y fomentar el desarrollo sostenible.

En este mundo interconectado, el imperativo es el de ver el nexo entre esos tres conjuntos de problemas. Con visión encontraremos soluciones para cada cual, que también serán soluciones para todos, pero hará falta capacidad de dirección para plasmar dicha visión en medidas, y también para equilibrar nuestros mayores intereses a largo plazo con las feroces urgencias del presente.

(Traducido del inglés por Carlos Manzano)
El autor es secretario general de las Naciones Unidas.

No hay comentarios: