miércoles, 26 de agosto de 2009

- ASIGNACIONES -





Nadie es dueño de "los pobres" y cualquier iniciativa que ayude es bienvenida



Hacia la asignación universal




Alicia Dujovne Ortiz
Para LA NACION
Noticias de Opinión




Quienes hayan pasado por Madrid durante los últimos meses habrán sufrido las consecuencias de los monumentales trabajos públicos llevados a cabo por el gobierno de Zapatero para paliar los efectos de la crisis. Como el sector de la construcción ha sido el más dañado, se ha decidido impulsar esos trabajos para matar dos pájaros de un tiro: por una parte, realizarlos, y por otra, emplear a los innumerables desocupados de ese sector (entre los que se cuenta una mayoría de inmigrantes, sobre todo ecuatorianos). Los madrileños se quejan porque el tránsito es un loquero y porque los habitantes de las grandes ciudades han hecho de la queja un modo de vida, pero saben que, a la larga, la ganancia será para todos.

El ejemplo español viene a cuento para referirnos al reciente plan de nuestro gobierno, que se le parece bastante: dar empleo a algunos de los que no lo tienen poniéndolos a trabajar en obras de interés social y, cosa importante, ayudando a las cooperativas con las que "los pobres" se han ayudado por su cuenta desde la crisis de 2001. Esas cooperativas, entre las que se cuentan las de reciclado y las fábricas recuperadas, son formidables ejemplos de resistencia y creatividad que, en efecto, merecen todo el apoyo posible.

Poner "los pobres" entre comillas no es gratuito. Quiero aludir con ellas a la fenomenal polémica levantada en la Argentina sobre el escándalo de la pobreza, polémica que deja entrever cierto celoso sentido de la propiedad. El problema con "los pobres" es que suelen convertirse en moneda de cambio. Como si no tuvieran existencia propia ni voz ni cara ni nombre. Como si la pobreza estuviera aparcada en un corral y los más diversos actores del juego político la consideraran parte del cercado propio.

Esa utilización de "los pobres" arriesga con frenar toda tentativa sincera de ocuparse del tema. En un país dividido, el que habla de pobres sirve involuntariamente, por exceso de labia o de mudez, a intereses variados con los que puede que no comulgue en absoluto. Las cosas se han complicado tanto que la pobreza se ha vuelto tabú, a fuerza de ventilársela con argumentos poco creíbles y como si se hablara del planeta Marte. Quienes sólo queremos mostrarla y denunciarla para encontrarle salida, o al menos para intentarlo, nos hallamos en un brete (para seguir con las imágenes del corral): si describimos lo que hemos visto estamos atacando a éste o a aquél, si no lo describimos nos volvemos cómplices de una masacre silenciosa. Masacre que no ha venido porque sí y que tampoco es de ahora, sino que forma parte de una inmensa y arrolladora injusticia originada en un sistema social perverso. Como bien lo ha hecho notar el padre De la Serna, el verdadero escándalo son los ricos, porque debido a que ellos lo son demasiado la miseria crece.

No entro a considerar si existe o no un complot empeñado en desnudar esa miseria con fines electorales. Puede que lo haya, como también es evidente que algunos, entre los que me cuento, reaccionamos vigorosamente al ver a la gente en la basura y pensamos que manifestarlo es un deber.

Si la serie de artículos que escribo desde hace tiempo sobre las villas de José León Suárez, que se convertirán en un libro de investigación sobre la muerte del adolescente Diego Duarte en la Ceamse de esa localidad -y, de modo más amplio, sobre el negoción de la basura y su significado político-, son recuperados con fines ajenos a los míos, paciencia. No es mi intención, y espero que alguien al leerlo se dé cuenta.

Mientras tanto, me interesa observar la realidad con cierto equilibrio. El proyecto presentado por la Presidenta es objetivamente interesante. Quizá difícil de instrumentar, pero interesante. Intentar rebajarlo argumentando lo que también a mí me molesta, y mucho (el aumento acaso indebido de sus haberes personales), carece de seriedad. Mientras la Justicia no se pronuncie sobre ese incremento, existe la figura jurídica llamada "presunción de inocencia". Pero aun en el caso de que Cristina Fernández y su marido se hayan enriquecido de mal modo, eso no invalida lo interesante de su plan. Lo importante es que cien mil "pobres", de esos por los que tanto se llora, tengan trabajo y que el trabajo realizado les sirva a otros.

No será la panacea, no será la Utopía, cosa que a esta altura del partido ya nadie busca, pero es un buen remedio para el hambre, al que le auguro éxito por el más sencillo de los motivos: los que de verdad me importan no son los que sacarán réditos por el hecho de haberlo ideado, cosa que francamente me tiene sin cuidado, sino los que gracias a él van a comer mejor que de costumbre.

En cambio, no creo haber entendido las sumas y restas del discurso presidencial acerca del aún más excelente proyecto de la CTA: la asignación universal por hijo. ¿Por qué anteponer un plan en detrimento del otro, si los dos son urgentes? ¿Por qué no considerarlos complementarios? A mis amigos Paola y Julián, padres de un chico de trece años, que viven al día y que en este momento no pueden trabajar porque están enfermos, esa asignación universal de 150 pesos les salvaría momentáneamente la vida. Tratándose de pobreza, el tiempo sólo se mide en presente, pero salvarse hoy ya es algo.

Volviendo a Europa, mi nieta, que acaba de tener un bebé en París, recibirá un subsidio jugoso por el simple hecho de ser madre. Nadie le pide que haga nada para retribuir el regalito, nadie se pregunta de dónde sacar la plata para dárselo. Es un derecho del que los franceses gozan desde la última guerra, cuando la economía no estaba precisamente floreciente, pero había que hacerlo, se hizo y se sigue haciendo. Aunque la derecha siempre trate de rebanarlo un poco, se trata de algo tan constitutivo de la Francia de hoy que ningún político de ningún bando se suicidaría intentando anularlo.

En definitiva, al menos en este punto -la pobreza-, sería bueno sacarse las anteojeras y aceptar que un político al que no se ama de corazón pueda engendrar ideas y ponerlas en práctica. En la Argentina se descree por principio, tanto como en España, pero aun los madrileños antizapateristas admiten que arreglar el subterráneo les vendrá bien.

Si un gobierno como el nuestro madura un plan de trabajo bastante posible, dentro de la modestia del conjunto y, sobre todo, si el Senado comienza por fin sus discusiones sobre la asignación por hijo (tanto más decisiva puesto que se dirige, según la misma Presidenta, a más de doce millones de niños sin cobertura social alguna y hasta sin DNI, y tan universalmente bienvenida que políticos como De Narváez y Pino Solanas coinciden en aprobarla), no veo motivos para mezclar las cosas en un cóctel de críticas supuestamente éticas, pero teñidas de subjetividad.

La razón es una dama severa: nos obliga a pensar los temas por separado con toda prolijidad, a no revolverlos con nuestros propios gustos y sentimientos y a no hablar de nosotros cuando pretendemos hablar del otro. La razón es también tirana porque nos incita a no casarnos con nadie, si nadie nos convence del todo. Un intelectual independiente que se guíe por ella es alguien que recibe las cachetadas de derecha e izquierda, pero que también tiene la libertad de repartirlas, a las cachetadas me refiero, con la misma equidad (y si no la tiene se la toma).

Este gobierno se ha equivocado mucho, vaya noticia. Eso no me ha impedido apoyar las retenciones desde el primer momento ni continuar haciéndolo. Y si a este plan de trabajo para desocupados se le agregara, lo repito, el de la CTA, como espero con toda el alma que suceda, descorcharía una botella para brindar por esos hombres y mujeres que no integran ningún rebaño, que no están allí para justificar al caudillo que sea sino para sobrevivir ellos, y a los que nunca podré llamar "los pobres" sino Paola y Julián, y de cuya aterradora pobreza muchos son responsables, pero dueño, nadie.

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