martes, 18 de agosto de 2009

- PETROLEO -





Política nacional sobre hidrocarburos



El espejismo de la renta petrolera



Daniel Gustavo Montamat
Para LA NACION
Noticias de Opinión



La riqueza petrolera puede ser una maldición o puede ser una bendición. Ha sido una bendición para el desarrollo de Noruega, y ha sido una maldición para el desarrollo de Nigeria y muchos otros exportadores petroleros. Cuando la riqueza petrolera se suma a una cultura productiva, enriquece a la sociedad; cuando, en cambio, apuntala una cultura rentista, favorece a una minoría a costa del empobrecimiento general. La Argentina no es un país rico en petróleo y gas, y muchas de las expectativas que se alientan en torno a su renta petrolera son puras quimeras.

La existencia de reservas de petróleo o gas en un determinado territorio es un legado de la naturaleza. Esas reservas están distribuidas en yacimientos de distinta dimensión, productividad y costos. La renta de un yacimiento en Medio Oriente es mayor que la de un yacimiento en Venezuela; y la de un yacimiento en Venezuela, mayor que la de uno en la Argentina.

La renta surge como diferencia entre precios y costos, y su valor es muy variable en el tiempo. Por ejemplo, la renta total estimada del petróleo y el gas (renta del up-stream ) en la Argentina fue de 27.024 millones de dólares en 2008. Este año, sobre todo por la caída de los precios de referencia internacional y regional (gas de Bolivia), si proyectamos los valores promedio hasta junio, estimamos una renta total de 14.426 millones de dólares, poco menos de la mitad de la de 2008. En 1999, cuando los precios del crudo promediaron los 19 dólares, la renta argentina fue sólo de 1969 millones.

David Ricardo fue el economista inglés que desarrolló el concepto de renta económica. La noción de renta estaba asociada a un beneficio extraordinario por encima del beneficio normal que reportaba la actividad agrícola. Esta recompensa adicional que recibían los propietarios de las tierras dedicadas a la actividad agrícola, era derivada de las condiciones de la tierra y no del trabajo aplicado a su explotación. Imaginemos a dos latifundistas -sostenía Ricardo-: uno con campos mucho más fértiles que el otro. Ambos venden los granos al mismo precio. Pero los costos del que es propietario de las tierras más fértiles son mucho menores que los costos del que es propietario de las menos fértiles. Este último tal vez tenga un beneficio de la explotación, pero el otro obtiene algo mucho mayor: he aquí la renta agrícola.

El concepto de renta, asociado originalmente a la tierra como factor productivo, se hizo extensivo a los recursos humanos y a otros recursos naturales no renovables, como los mineros.

En la Argentina, el debate sobre la renta petrolera (su apropiación y reparto) siempre estuvo subordinado al debate sobre el régimen de propiedad de los hidrocarburos. El sistema jurídico argentino consagra el principio de dominio regalista. El dominio originario de los yacimientos antes pertenecía a la Nación y, desde la reforma de 1994, a los estados provinciales. El dominio útil, es decir, la explotación del yacimiento, estuvo bajo predominio del Estado antes de que YPF fuera privatizada, y hoy depende de actores privados.

El régimen de propiedad condiciona el régimen de apropiación y distribución de la renta del recurso. Pero ningún régimen de propiedad asegura el 100% de la renta a quien detenta el dominio útil. Cuando el Estado monopoliza la actividad y se apropia de la renta mediante una empresa pública, debe ceder una parte a la reposición y desarrollo de nuevas reservas, exploración incluida. A su vez, si mantiene precios internos para los combustibles divorciados de los precios internacionales, cede otra parte de la renta a los consumidores. Los ejemplos que más se acercan a este modelo están entre las empresas estatales de Medio Oriente (Arabia Saudita, Irán, Irak, Kuwait).

En el esquema de explotación privada, los concesionarios hacen la inversión para explorar y explotar a cambio de una participación en la renta, y el Estado se apropia de otra parte de la renta por medio de regalías e impuestos. Si los precios internos están divorciados de los internacionales (por ejemplo, aplicando derechos de exportación, como en el caso argentino) también el consumidor se apropia de una parte de la renta.

En el medio entre el régimen de explotación pública y el privado hay muchas experiencias mixtas. Brasil, con Petrobras como empresa estatal, pasó de un monopolio total, a un régimen que mantiene la petrolera pública como actor excluyente, pero que acepta la coexistencia -todavía acotada- con nuevos actores privados.

La Argentina se deshizo de la YPF estatal, que producía petróleo y gas por sí (70%), y con la asistencia de contratistas privados (30%), y adoptó el actual esquema de concesiones privadas. La YPF del Estado era criticada por perder plata, y las empresas privadas hoy son criticadas por explorar poco y sobreexplotar las reservas probadas.

Cuando YPF daba pérdidas, la renta petrolera quedaba en el camino (contratistas, "ñoquis", proveedores, consumidores), y, cuando los privados invierten poco en nuestros campos, parte de la renta argentina migra a otras geologías.

En contra de la percepción generalizada, el gran beneficiario de la renta petrolera argentina generada entre 2002 y 2008 fue el consumidor aguas abajo de gas natural y combustibles. De los 83.968 millones de dólares de renta generada en el período, el consumidor aguas abajo se apropió del 55%, el Estado (nacional y provincial) del 27% y las empresas del 18%.

El subsidio implícito y generalizado que implica la transferencia de renta al consumo vía precios ha sido una característica de la historia petrolera argentina. Lejos de contribuir a mejorar la distribución del ingreso, ha restado igualdad de oportunidades, al sustraer recursos a otras inversiones clave para el desarrollo humano.

Juan Pablo Pérez Alfonzo, ministro de petróleo de Venezuela y uno de los ideólogos de la OPEP, se refería al petróleo como "el excremento del diablo". Aludía a los problemas que podía generar la riqueza petrolera si terminaba alimentando una cultura rentista. Noruega, con predominio de explotación estatal (Staatoil), siempre evitó usar los recursos de renta en políticas de corto plazo, que aprecian la moneda doméstica y desplazan otras actividades productivas. Invirtió la mayor parte de la renta en la constitución de fondos de inversión intergeneracionales. Brasil, que tras sus grandes descubrimientos pasará a ser exportador petrolero, evitó las distorsiones de precios internos. Muchos países petroleros, por el contrario, han usado la renta para exacerbar el ciclo económico de corto plazo retroalimentando el circuito rentista y concentrando más el ingreso.

La Argentina tiene petróleo y gas para autoabastecerse. Ha exportado saldos y ahora va camino de importar. Fue pionera en la creación de una empresa estatal petrolera, y uno de los países que fueron más lejos en la transformación del sector y en la privatización de su empresa estatal.

La aproximación a la renta del recurso y su reparto nunca acompañó estrategias de largo plazo: fue víctima del desarrollo ausente. En la organización de la industria petrolera terminó predominando el oportunismo y la cultura rentista por sobre el desarrollo productivo. La idea de que "con dos cosechas nos salvábamos" tuvo su correlato en las expectativas de que "nadábamos en un mar de petróleo". Los resultados están a la vista: Chile, sin las cosechas nuestras y obligado importar casi todo el petróleo y el gas que consume, ya tiene un ingreso per cápita superior al argentino.

Ni la riqueza petrolera nos va a desarrollar, ni podremos vivir de una renta fluctuante y muy inferior a lo que muchos suponen. Mal que les pese a los ilusionistas de siempre.

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