viernes, 7 de agosto de 2009

- MUJER -





Sigue la desigualdad de géneros



Mujer excluida... ¡qué desperdicio!



Marcos Aguinis
Para LA NACION
Noticias de Opinión




La igualdad de géneros, que reconoce al sexo femenino todos los derechos, incluido el placer, todavía es mezquina. Sólo se ha impuesto en los países desarrollados. Los demás, por el contrario, aún se empeñan en mantener su atraso -y varias salvajadas, como la amputación del clítoris- con la impunidad que les brinda un multiculturalismo distorsionado y cómplice que, para colmo, fue inventado por la mala conciencia de Occidente.

La opresión misógina prosigue como si nada en vastas regiones del planeta. Los organismos internacionales y las ONG dedicadas al tema aún no logran triunfos considerables. El patriarcado duró milenios y no quiere ceder su cetro. Es fácil percibir cómo se agitan las aguas cuando la mujer oprimida consigue ser tratada con dignidad. Los que entonces suelen perder la dignidad son los varones. En los últimos años, aumentaron las patologías sexuales de los hombres, a la inversa de lo que sucedía hasta hace poco, cuando la culpa por cualquier trastorno siempre recaía sobre la mujer.

Algunas especulaciones antropológicas, sumadas a leyendas fantásticas como las amazonas y valquirias, hicieron sospechar que la humanidad empezó con el matriarcado. ¿Quién sabe? La Biblia aporta datos sobre el papel de la mujer en el pasado remoto. Tanto que el crítico Harold Bloom especula con que vastas porciones fueron redactadas por una mano femenina en las cortes del rey David o el rey Salomón. Bloom apoya su tesis en la sensibilidad, agudeza psicológica e interés por los conflictos familiares que, sin duda, calzan mejor en una cabeza femenina. La obra de Bloom, escrita en colaboración con David Rosenberg, se llama El libro de J .

Además de las cuatro matriarcas, la Biblia enfoca a otras mujeres notables, como Miriam, hermana de Moisés, la jueza Débora, Noemí y su nuera, Ruth. También se refiere a reinas, como la de Saba, y, más adelante, a la bellísima Esther. No falta una heroína de coraje extremo, como Judith. Pero el protagonismo femenino en el antiguo Israel no conquistó el mundo con la misma fuerza que otras de sus contribuciones. Pese a que el pueblo judío fue el primero en abolir el analfabetismo de los varones -¡cinco siglos antes de la era cristiana!- mediante la instauración del Bar Mitzvá, ese colosal progreso tampoco se extendió a las mujeres. Prevalecía el patriarcado, y aún continúa su rigor entre los ultraortodoxos, aunque morigerado por racionalizaciones de un complicado encaje, idéntico al que utilizan otros fundamentalismos.

El papel dominante por parte de las hembras se da en algunos animales. Por ejemplo, la reina de las abejas, las arañas y, en grado mayúsculo, en un insecto llamado mantis religiosa, porque el macho no puede copular mientras tiene la cabeza unida al cuerpo. Es notable que se haya agregado a su nombre la palabra "religiosa", porque, aunque provenga de la forma en que une sus patas delanteras como en actitud de rezo, en una asociación libre se puede vincular la fe con la veda del placer. La desgracia de ese insecto en su versión macho es que debe resignarse a que la hembra le arranque la cabeza antes de gozar. ¿No heredaron algunos hombres algo parecido?

Una excepción a la marginalidad de las mujeres se dio en la fabulosa Alejandría, donde vivió, enseñó y fue sacrificada la científica Hypatia. Su historia conmueve. Enseñó que la hembra no debe padecer menoscabo de sus derechos, ya que no es inferior al hombre en nada; menos aún en la inteligencia.

Hypatia nació en el año 370 después de Cristo. Se agitaban por entonces las disputas, pese a haberse consagrado el cristianismo como religión oficial (o por esa causa). Las polémicas no se limitaban a discusiones teológicas, sino que desembocaban en combates callejeros. Quedaban aún reductos paganos, mientras llameaban tendencias encontradas, después del Concilio de Nicea. En Alejandría predicaba el obispo Teófilo, enemigo del arrebatado Juan Crisóstomo, jefe de la iglesia de Antioquía. Representaban liderazgos que se disputaban el poder a dentelladas. La iglesia egipcia acabó por separarse y fundó la denominación copta, con un lenguaje específico que combinaba el egipcio demótico vulgarmente hablado con el griego. Los coptos se consideraban -se siguen considerando- los verdaderos descendientes de la antigua civilización que brilló bajo el mando de los faraones y que, además, fue una de las primeras comunidades cristianas del mundo.

La importancia de las ciencias ya había entrado en crisis, pero Alejandría seguía manteniéndose como excepción. Hypatia influyó mucho. Su padre había sido el célebre matemático y astrónomo Teón, que daba clases en la Biblioteca del Serapeo, sucesora de la legendaria Gran Biblioteca, que había desaparecido en el incendio del año 48 a.C.

Hypatia aprendió la historia de diferentes religiones, se interiorizó en el pensamiento de muchos filósofos y profundizó los principios de la didáctica. Visitó Atenas y Roma. Su hogar se convirtió en una academia a la que concurrían estudiantes de tres continentes, atraídos por la fama y la belleza de esta mujer. Uno de sus alumnos fue Sinesio de Cirene, obispo de Ptolemaida, rico y con poder político. Este personaje dejó escrita una vasta información sobre sus enseñanzas. Por medio de Sinesio pudieron llegar a conocerse los libros de Hypatia, aunque ningún original pudo ser conservado. Otro alumno, Hesiquio el Hebreo, redactó obras en las que también hace una descripción de sus actividades y asegura que los magistrados acudían a Hypatia para consultarla sobre asuntos de la administración. Ella se interesaba también por la mecánica e inventó un aparato para destilar el agua, un hidrómetro para medir la densidad de los líquidos y un artefacto para medir su nivel.

Pero seguía siendo pagana. Muchos pensadores y científicos se convertían para salvarse. Ella aún no estaba segura. Amigos como Orestes, un prefecto romano y alumno, le rogaron que se mudara a otra ciudad.

En el año 412, el obispo Cirilo fue nombrado patriarca. Inició su gestión con una advertencia: no consentiría ninguna manifestación de paganismo. Los historiadores coinciden en responsabilizar a este hombre por el asesinato de Hypatia. La odiaba, temía y admiraba, todo a la vez. Dijo que no era aceptable que una hembra se dedicase a las ciencias y, menos aún, a ciencias difíciles. Su caso prefiguró a la maravillosa mexicana sor Juana Inés de la Cruz.

En marzo del año 415 Hypatia fue atacada por un grupo de monjes. Los hechos fueron recogidos por el obispo Juan de Nikio, pero no para reivindicarla. En su texto justificó también la masacre que en aquel año se realizó contra los judíos. Había que limpiar toda oposición, real o fantaseada. Narró cómo un grupo de fanáticos se dirigió a su casa, cómo la persiguieron a la carrera por diversos aposentos, la atraparon, golpearon, desnudaron y arrastraron por la ciudad hasta llegar a un templo llamado Cesáreo. Allí prosiguieron con la tortura, cortándole la piel y extremidades con caracolas afiladas, hasta que murió sobre charcos de sangre. Pelaron la carne de sus huesos, que después fueron quebrados. A continuación, en medio de una impunidad absoluta, llevaron sus restos a un barrio llamado Cinaron. Arrojaron la carne a los perros y los huesos rotos a una hoguera.

El espantado prefecto Orestes informó a sus superiores sobre esta atrocidad y pidió una investigación. Pero por "falta de testigos" la pesquisa se fue retrasando, hasta que las autoridades religiosas aseguraron que Hypatia estaba viva y habitaba en Atenas. Orestes tuvo que huir.

Lo cierto es que con la muerte de esa mujer se apagó el pensamiento, no sólo en Alejandría, sino en el resto del Imperio. El interés por las ciencias fue debilitándose y el mundo entró en una dilatada penumbra. El rescoldo de la ciencia pudo mantener sus brasas en los laberintos de Bizancio y numerosos conventos. Durante el siglo VIII, esas brasas volvieron a recuperar su lozanía y, lentamente, cuando el islam completó sus conquistas, permitió que mentes ilustradas de tres culturas tuvieran acceso al tesoro que la ignorancia y el fanatismo pretendieron sepultar.

Es obvio que la discriminación contra la mujer viene desde antiguo, que se arraigó en todas las civilizaciones y adquirió su estatuto legal por medio de textos sagrados y profanos. Algunas disposiciones, consignas, consejos y leyes producen risa; otras, sorpresa. Todas, horror.

Como botón de muestra, basta recordar que unos mil setecientos años antes de Cristo fue establecido el Código de Hammurabi, nada menos. Ese Código fue un gran progreso en muchos sentidos y es el antecedente de los Diez Mandamientos. Pero afirma que si una mujer tiene una conducta desordenada y deja de cumplir con sus obligaciones, el marido puede someterla y esclavizarla. Esa condena podía incrementarse mediante su entrega como mercadería a un acreedor.

Zaratustra -teólogo de nebulosa biografía, pero gran resonancia- también dejó algunas perlas. Se calcula que vivió siete siglos antes de la era cristiana. Entre sus recomendaciones figuraba que la mujer adorase al hombre como a un dios. Cada mañana debía arrodillarse nueve veces consecutivas a los pies del marido y, con los brazos cruzados, preguntarle: "Señor, ¿qué deseáis que haga?".

En la antigua India se difundieron las Sagradas Leyes de Manu. Sostienen que, aunque la conducta del marido sea censurable o aunque se entregue a otros amores, la mujer virtuosa debe brindarle reverencia. Durante la infancia, una mujer depende de su padre; al casarse, de su marido; si éste muriera, de sus hijos, y si no los tuviera, de su soberano. Una mujer nunca puede gobernarse a sí misma.

Es interesante cómo a lo ancho de la Tierra, en diferentes culturas y religiones, prevalecieron conceptos análogos hasta hace poco, y siguen vigentes en muchas partes. El lúcido Aristóteles, que, entre otras aberraciones, consideraba aceptable la esclavitud, escribió que la naturaleza sólo hace mujeres cuando no puede hacer hombres. Por lo tanto, la mujer es un hombre inferior.

Lutero, que tuvo la osadía de rebelarse contra aspectos corruptos de la Iglesia terrenal, también cometió varias groserías. Entre ellas, decir que el peor adorno que puede anhelar una mujer es ser sabia. ¡Pobre Hypatia, entonces! ¡Pobre Juana Inés de la Cruz!

Por esa época, el rey Enrique VIII, que inauguró la Iglesia anglicana por sus caprichos con sucesivas mujeres, afirmó que los niños, los idiotas, los lunáticos y las mujeres no tienen capacidad para los negocios. Como castigo de la Historia a tamaño disparate, fue sucedido en el trono por dos hijas: María y Elizabeth. Esta última se convirtió en la soberana más trascendental de Inglaterra. Siglos después llegó otra mujer al trono, Victoria, que batió récords de permanencia. Tenía habilidad para designar ministros y hacer redituables negocios. Ahora dura muchísimo la cuarta reina.

En el siglo XIV, circulaba por Francia Le Ménagier de Paris , un tratado sobre moral y costumbres, que decía: "Cuando un hombre fuera reprendido en público por una mujer, tendrá derecho a golpearla con el puño o el pie y romperle la nariz, para que así, desfigurada y avergonzada, no se deje ver".

En el culto siglo XVIII, se estableció en Inglaterra que todas las mujeres que sedujeran mediante el uso de perfumes, pinturas, dientes postizos, pelucas y rellenos en cadera y pechos incurrían en delito de lujuria y su casamiento quedaba automáticamente anulado. (¡Cuántos se anularían hoy!)

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