domingo, 13 de abril de 2008

- BENEDICTO XVI -






El tercer aniversario de Benedicto XVI


La Iglesia de Ratzinger: una reafirmación de la ortodoxia



Teólogo riguroso y custodio inflexible de la doctrina católica, en los tres años que pasaron desde su elección el Papa se ha mostrado como un líder netamente conservador, atento a las necesidades de la Iglesia y a las problemáticas sociales y culturales de la época, y dispuesto a presentar su verdad aun a costa de la corrección política

Por Francisco Seminario
Enfoques - La Nación



Habrá quienes atesoren para siempre los ecos preconciliares de la misa en latín, quienes vean en su defensa cerrada de la ortodoxia y la identidad católicas destellos de una sacralidad muchas veces olvidada y quienes rescaten sus notables dotes teologales. Para algunos es y será para siempre el papa de los zapatos rojos marca Prada, el pastor de los enredos políticamente incorrectos o el sucesor más bien opaco de la estrella mediática que fue Juan Pablo II. Y para otros, tal vez, un señor mayor y algo tímido, pero ciertamente un pontífice más sonriente y amable de lo que imaginaban quienes esperaban ver un rottweiler inquisidor sentado en el trono de Pedro.

Es que esta imagen de duro gendarme de la ortodoxia, que Ratzinger arrastra desde antes de ser Papa y que se convirtió en un leitmotiv periodístico, todavía impregna la figura de Benedicto XVI, sobre todo fuera de los ámbitos católicos en sociedades occidentales profundamente securalizadas. Los medios alemanes, por ejemplo, llegaron a bautizarlo " Der PanzerKardinal ", que lo presentaba -acaso no sin alguna razón metafórica- como un jefe religioso dispuesto a aplastar a todo aquel que se le opusiera.

Tres años son poco y nada en la historia de la Iglesia. Insuficientes seguramente para definir el perfil de un papado que, para mayor complicación, nació etiquetado como "de transición", como si tuviese vedada la posibilidad de asumir un carácter propio. Y más aún cuando, desde que el 19 de abril de 2005 Joseph Ratzinger se convirtió en Benedicto XVI, todos sus hechos públicos y cada una de sus palabras fueron interpretados, reinterpretados y mal interpretados tantas veces que, al cabo, el Papa parece ser uno y muchos.

Incluso observadores atentos a cuanto ocurre en el Vaticano pueden ver en los gestos del Papa orientaciones muy distintas, por más que en el ámbito católico su ortodoxia no sea considerada de manera crítica, como lo es entre referentes de otras religiones (ver opiniones aparte).

"Ratzinger vio la necesidad de resolver cuestiones administrativas de la Iglesia y, como es un teólogo de fuste, un intelectual amante de la verdad y de la claridad, vio también la necesidad de dar precisiones en algunas cuestiones filosóficas y doctrinarias. Por eso muchos han confundido su posición con la de una figura regresiva, conservadora, cuando en realidad no es así", señaló a LA NACION José María Poirier-Lalanne, director de la revista católica Criterio .

Esta visión, expresada por quien puede ser considerado como una voz no conservadora dentro del catolicismo argentino, es compartida por muchos dentro de la Iglesia. Para otros, en cambio, su rigor teológico y su rescate de viejas tradiciones son reflejo de una ortodoxia que no admite disensos. Según Fortunato Mallimaci, sociólogo de la Universidad de Buenos Aires (UBA), especializado en cultura y religión, Benedicto XVI de alguna manera sigue desempeñando desde el papado la función de custodio de la fe, disciplinando a los sacerdotes y obispos que cuestionen el dogma en temas como divorcio, celibato sacerdotal, infalibilidad del papa o control de la natalidad, como lo hizo durante más de dos décadas al lado de Juan Pablo II: "Si algunos esperaban un papa que representara una apertura, se encontraron con alguien que sigue predicando las concepciones más ortodoxas", dijo.

¿Cómo es posible esta divergencia de opiniones?

Ocurre que el mismo Benedicto XVI parece haber alimentado lecturas contrapuestas: quien quiera verlo como un papa conservador e intolerante puede echar mano del discurso de Ratisbona, por ejemplo, que ofendió al mundo islámico; la recuperación de la misa en latín, olvidada por todos salvo acaso los lefebristas desde el Concilio Vaticano II; el documento en el que recordó que la Iglesia Católica "es la única y verdadera Iglesia universal de Cristo", para espanto de cristianos protestantes y ortodoxos; la firme recomendación de que personas con "tendencias homosexuales" no sean ordenadas sacerdotes o la polémica apreciación, hecha el año pasado en Brasil, de que los misioneros no habían impuesto la fe a los pueblos indígenas de América.

Y del mismo modo, quien quiera verlo como un papa moderado, abierto a la diversidad y atento a la actualidad mundial, puede citar su interés en crear espacios de encuentro con el islam, tanto a través de un foro previsto para noviembre de este año como con el gesto sorpresivo de orar en una mezquita en Turquía; su recordado diálogo con el teólogo disidente Hans Küng en la residencia papal de Castelgandolfo, su preocupación por la ecología o la abolición del limbo, por representar "una visión excesivamente restrictiva de la salvación".

Posiblemente nunca haya acuerdo entre quienes sostienen una u otra visión. Y posiblemente, también, todavía sea muy pronto para recortar la figura de Benedicto XVI del gigantesco telón de fondo que representa el papado de Juan Pablo II, percibido gracias a su carisma como un pastor amigable y abierto al mundo, cuando en realidad, en materia doctrinaria, no fue menos conservador que Ratzinger hasta ahora. Es el contraste entre sus personalidades lo que hace casi inevitable intentar definir a Ratzinger por lo que no es: sin duda no será el papa del carisma arrollador, capaz de llegar a las audiencias más diversas, ni el activo líder político internacional e incansable peregrino. Benedicto cumplirá 81 años el 16 de este mes, casi en el inicio de su primera visita a EE.UU., que es apenas su octavo viaje fuera de Italia en estos tres años.

Así y todo, algunas marcas particulares del sello Ratzinger pueden adivinarse en el fárrago mediático que envuelve cada acto del Pontífice. En primer lugar, entre los observadores hay una coincidencia en que en este tiempo el Papa ha puesto especial atención en la precisión doctrinaria, "como respuesta a los desafíos de una época en que el relativismo hace parecer que no existe una verdad única", tal como señaló monseñor Alfredo Zecca, rector de la Universidad Católica Argentina (UCA).

Coincide en esto la vaticanista Franca Giansoldati, especialista del diario italiano Il Messaggero . "Desde el inicio -observó-, Ratzinger dio a entender que su misión está dentro de la Iglesia, en ayudarla a reencontrar la fe en un momento en que el hombre contemporáneo aparece confundido y angustiado frente al auge materialista y a un relativismo que todo lo alcanza". Benedicto, añadió, es antes que nada un pontífice predicador: "Se concentra en la mente de los fieles, en explicar de manera clara y simple el núcleo central del credo cristiano", dijo.

Pero el Papa también ha vuelto la mirada a los asuntos administrativos de la Iglesia, porque luego de un cierto desgobierno en que cayó el Vaticano en la etapa final de Juan Pablo II -según reconocen incluso algunos hombres de la Iglesia- había urgencias que atender. "Ratzinger introdujo cambios importantes en la curia romana, propició la colegialidad en el manejo cotidiano de la Iglesia y buscó acercar a sectores que habían tomado distancia del Vaticano", resumió Poirier-Lalanne.

A diferencia de su antecesor, cuyo extraordinario magnetismo le permitía entablar un diálogo directo con los fieles pero también suprimir o acallar eventuales conflictos internos, Ratzinger proviene de la burocracia vaticana. Le preocupa tanto la arquitectura teológica como el armado institucional de la Iglesia, y se aboca en soledad a sus detalles con minucioso interés. "Seguramente la suya no es una tarea que le vaya a valer el Nobel de la Paz, pero completa de alguna manera la de Juan Pablo II", añadió.

Esta idea de una continuidad en la diferencia es compartida también por Roberto Bosca, profesor de la Universidad Austral y miembro del Consejo Argentino para la Libertad Religiosa. "Aunque con claras diferencias de estilo y énfasis -dijo a LA NACION-, entre Juan Pablo II y Benedicto XVI hay una línea común que consiste en la aplicación del Concilio Vaticano II: los dos fueron constructores del Concilio, Karol Wojtyla como padre conciliar y Joseph Ratzinger como perito, y ambos como pontífices son sus ejecutores".

Según Bosca, si el primero puso el acento en cumplir con la letra de la Constitución Lumen Gentium del Concilio, que prefigura una nueva visión de la Iglesia en su relación con el mundo, el segundo lo pone en la nueva mirada de la Iglesia sobre sí misma, contenida en la Constitución Gaudium et Spes . Por eso, añadió, "es equivocado ver en ellos una mentalidad conservadora y restauracionista de todo lo que el Concilio vino a cambiar".

Entra aquí la polémica sobre qué significó en realidad para la Iglesia el Concilio Vaticano II, reflotada ahora ante la presencia de un papa que busca volver a reunir a los fieles en torno al mensaje central de la fe y clarificar lo que percibe como malinterpretaciones del mandato conciliar por parte de sectores progresistas de la Iglesia. "Hay un equívoco que consiste en que aquello que muchos piensan que fue el Concilio es, en realidad, la versión progresista del Concilio", observó Bosca. Desde este punto de vista, a partir de una mirada crítica sobre la aplicación que tuvo el Concilio, Ratzinger intenta "poner la casa en orden". Pero no hay pleno acuerdo dentro de la Iglesia en cómo establecer ese orden.

En su versión más severa, de hecho, este afán se tradujo en episodios como el llamado de atención que la Congregación para la Doctrina de la Fe le hizo en 2006 al teólogo jesuita Jon Sobrino, quien en sus escritos presentó un Jesús demasiado humano para el criterio de la institución que dirigió Ratzinger hasta su asunción como Papa. "Esa fue quizá su medida más desafortunada, con la que los sectores más ligados a la teología de la liberación se sintieron incómodos", observó Poirier-Lalanne.

Voces críticas

Pero no son estos sectores más progresistas y aperturistas los únicos que expresan cierto malestar con el papa Ratzinger, añadió el especialista: también se han manifestado críticamente algunos obispos, cardenales y teólogos que ven ahora más acotado el diálogo interreligioso y que querrían ver en el Papa una figura más accesible. "Y hay, además, cierto disgusto justificado en América latina -añadió-, donde se advierte cierto eurocentrismo y un interés menos pronunciado por este continente en el que reside la mitad de los católicos del mundo".

"Alguien que está a cargo de una organización pluralista, amplia, con presencia en los cinco continentes, debe tomar en cuenta la diversidad", opinó al respecto Mallimaci. Pero a su juicio, al defender la ortodoxia, Ratzinger busca recuperar para la Iglesia el carácter sagrado que tenía antes del Concilio, porque entiende que la sacralidad supone "una verdad única que dará sentido a los creyentes y atraerá a más gente a la Iglesia católica". En ese contexto, dijo, puede entenderse la rehabilitación de la misa en latín: "Hay en el fondo una preocupación por las vocaciones sacerdotales". Pero la rigidez doctrinaria, añadió, puede, como contrapartida, volver a poner entre la jerarquía eclesiástica y los fieles una distancia que se había acortado notablemente en las últimas décadas.

Distinto opina monseñor Zecca, para quien Ratzinger tiene una muy clara visión de las necesidades de la Iglesia, de la situación mundial y de los problemas de la cultura contemporánea. "Creo que es una figura providencial en este momento -señaló-, porque siendo alguien que posee un enorme conocimiento teológico, tiene además una gran lucidez para captar los puntos críticos de la situación cultural actual y, como líder mundial, la sensibilidad necesaria para leer en la realidad cuáles son los gestos que su lugar en la Iglesia requiere", dijo el rector de la UCA. "El gesto de orar en una mezquita -añadió- fue prueba de esta sensibilidad."

Eso ocurrió en noviembre de 2006, en Turquía. Y constituyó una rectificación poco frecuente en un papa. Dos meses antes, Ratzinger había pronunciado el polémico discurso de Ratisbona, en Alemania, que evidenció una cierta falta de olfato político, como observó en su momento el reconocido vaticanista italiano Marco Politi. El eje de aquella exposición no fue el islam sino el diálogo entre fe y razón, una constante en el pensamiento de Benedicto. Pero para los registros periodísticos -y para los musulmanes ofendidos por las palabras del Papa- posiblemente la historia mayor siempre será otra. Acorde, podría decirse, con el relativismo de estos tiempos.

No hay comentarios: