domingo, 27 de julio de 2008

- GLOBAL -




Ciudadanía planetaria


Hace unos días, el filósofo y escritor Santiago Kovadloff disertó, al celebrarse el 187º aniversario del nacimiento de Bartolomé Mitre, en el museo que lleva su nombre. Con su lucidez habitual, rescató la tarea de afianzar el sentido de la vida republicana en el país y la necesidad de plantear seriamente un debate ambiental para evitar que se destruya nuestra "casa", el planeta.

Al referirse al propio museo, mencionó Kovadloff que una casa puede remitir al pasado o al futuro, dependiendo de quién la habite, de quién la frecuente, pero, teniendo en cuenta la tarea pendiente que evoca, el museo constituye un espacio que remite al futuro.

Nuestro planeta es la necesidad de nuestro futuro, pero hemos descubierto que nuestra casa, la Tierra, está en peligro como consecuencia del abuso. Se ha producido una acumulación considerable de gases de efecto invernadero en la atmósfera; se han multiplicado los armamentos nucleares; las ciudades se han transformado en conglomerados inhabitables; la presión por más tierras de cultivo va haciendo desaparecer, cada año, un porcentaje importante de bosques y selvas; se han contaminado los ríos y los mares, y miles de especies se extinguen cada año.

Sin duda, la disertación hizo hincapié en el concepto de progreso y en el causante de la terrible situación, el hombre. Un hombre depredador, una pieza de discordia convencida de poseer cualidades bondadosas. Kovadloff destacó que, sin duda, hemos progresado en muchísimas cosas, pero que si el progreso se paga con la extinción de nuestra casa, entonces estamos frente a una política de autodestrucción, tema que ha venido destacando en sus últimos ensayos. Entre ellos, "El dolor de la Tierra", en el que manifiesta que por obra de la cultura y también de la barbarie que ésta comporta, el planeta ha pasado a ser, en gran medida, "un producto, un artefacto".

Es que la desvalorización de los problemas ambientales no es sino el resultado inevitable de un pensamiento que no sabe más que moverse en la inmediatez: de los bienes y servicios que brindan los ecosistemas sólo se consideran aquellos que hoy computa el mercado. La planificación, herramienta clave para poder determinar los pasos para llegar a un futuro promisorio, ha sido reemplazada por una espontaneidad salvaje, que sólo favorece a los intereses de corto plazo.

Como destacábamos en estas columnas tiempo atrás, se trata de un fenómeno mundial que obliga a preguntarse si se está en condiciones de plantear cambios que vayan más allá de lo meramente coyuntural. Un desafío ético imperioso, que implica modificar esa ya mencionada lógica autodestructiva.

Por eso, Kovadloff describió el enorme desafío que trae el siglo XXI: entender que el hombre está convocado a ser un ciudadano planetario, lo cual plantea el dilema de saber si puede convivir o no con la tierra y, desde ese ideal de convivencia planetaria, acercarse al ideal de convivencia nacional e internacional.

¿Qué contribución puede hacer nuestro país a este proyecto de ciudadanía planetaria? Posiblemente, redefinir el sentido de la explotación de la tierra por medio de una tecnología solidaria en la que el progreso esté aliado al cuidado del planeta, entendido el cuidado de las relaciones del ser humano no sólo con el medio ambiente, sino también con sus semejantes.

Este tema está ausente del debate público, porque no se comprenden todavía los desafíos del porvenir. Pero, aun cuando mantengamos una actitud indiferente frente a la irreversibilidad de muchos fenómenos de deterioro ambiental, nuestro bienestar se encuentra en peligro. De modo que no solamente es posible, sino que es indispensable realizar cambios que impliquen mejoras duraderas. Será la única manera de asegurar la capacidad de nuestro planeta de sostener una vida digna a las futuras generaciones de ciudadanos planetarios.

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