jueves, 24 de julio de 2008

- SIEMPRE CONTRA EL CAMPO -




Stalin contra el campo


Por Edgardo Cozarinsky
Para LA NACION



A principios de los años 30 del siglo pasado, después del breve período de la NEP (Nueva Política Económica) que había permitido cierto limitado campo de acción a la iniciativa privada, la Unión Soviética implementó un plan de estatización no sólo de toda actividad industrial, sino también del agro.

No fue sólo parte del espejismo económico del régimen stalinista (llamado utopía por crédulos y venales); tenía por intención tácita, pero mayor, la de doblegar las ansias de autodeterminación de Ucrania, país que había sido república independiente durante la guerra civil, incorporado luego como república soviética a la URSS, y cuya riqueza agraria lo convertía en el granero de la Unión.

Entre 1931 y 1933, seis millones de campesinos ucranianos murieron de hambre, fieles a sus tierras, defendiéndolas con su vida de las garras estatales, sin poder acceder -y mucho menos comerciar- al producto de sus cosechas, incautadas por los comisarios del régimen.

Ese exterminio por hambruna, cuya cifra iguala a la Shoah perpetrada por el nazismo, es conocido por la palabra holodomor .

Como en todas las épocas y latitudes, hubo intelectuales y artistas enceguecidos por la ideología o sensibles al halago del poder. Dos enormes cineastas estuvieron entre ellos: Sergei Eisenstein festejó el modelo anunciado de estatización del agro con La línea general , también conocida como Lo viejo y lo nuevo , film de 1929, una de sus búsquedas formalistas más audaces; en 1935, al volver de su experiencia mexicana, no pudo finalizar El prado de Bezhin , donde celebraba la delación por parte de un hijo de la disidencia política del padre. Aleksander Dovzhenko, ucraniano él, realizó una obra maestra, La tierra (1930), cuando se iniciaba la aniquilación del mundo agrario idealizado por él en imágenes de panteísmo pagano.

Stalin, recordémoslo, era georgiano: su apellido original era Dzhugashvili. Provenía de ese antiquísimo pueblo del Cáucaso, anexado primero por el imperio de los zares, luego por ese otro imperio que fraguó la revolución de octubre. Durante su reinado, privilegió siempre a sus connacionales, territorio lejano a Moscú pero donde nunca se sufrió hambre y cuyos funcionarios leales al poder central gozaban de privilegios ignorados en el resto de la Unión Soviética.

Hombre del Kremlin antes que de Moscú, de Moscú antes que de la formidable unión de repúblicas que gobernaba, Stalin sólo oía, fuera de los informes que llegaban filtrados hasta su búnker, un eco lejano, nostálgico, de su provincia de origen.

Sus altibajos de humor, lo que hoy se suele denominar "bipolaridad", fueron legendarios y tenían en vilo a su corte. En 1937 hizo aprobar por el Politburó la tortura física de cualquiera al que considerase "enemigo del pueblo", el mismo año en que Peter , una almibarada comedia musical austríaca, lo emocionó hasta las lágrimas.

Stalin murió en 1953 y pasaron tres años antes de que el "padrecito de los pueblos" fuera repudiado en Moscú, en el vigésimo congreso del Partido Comunista. Su política económica, en cambio, no fue impugnada: sus sucesores sólo la atenuaron cosméticamente. La suerte de los campesinos ucranianos siguió siendo tabú en la prensa soviética y fue ignorada complacientemente en los países sensibles a una idea retrógrada de "progresismo". Sólo pudo conocerse la amplitud de la masacre tras el colapso de la Unión Soviética, que se expandió como una onda magnética a sus satélites europeos, e iba a tardar en modificar, muy gradualmente, la economía de los satélites no europeos, desde Corea del Norte hasta Cuba.

El odio de José Stalin por el campo ha permanecido como un ícono del empecinamiento en la ceguera que produce el poder. Sobornos, prebendas, corrupciones de todo tipo lo han hecho patético: su victoria siempre es pírrica; la satisfacción del líder se parece demasiado a la de la madrastra de Blancanieves ante un espejo obsecuente, al que un día se le escapa la verdad.

El autor es escritor y cineasta.

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