jueves, 30 de julio de 2009

- HAMBRE -





Veinte mil millones para pequeños agricultores




Contra el hambre en el mundo




Jeffrey D. Sachs
Para LA NACION
Noticias de Opinión



La iniciativa del G-8 de dedicar 20.000 millones de dólares a la financiación de pequeños agricultores y minifundistas, que se decidió en la reciente cumbre del grupo realizada en L´Aquila, Italia, es potencialmente un hito histórico en la lucha contra el hambre y la pobreza extrema. Con una administración seria de los nuevos fondos, la producción de alimentos crecerá notablemente en Africa. De hecho, la nueva iniciativa, combinada con otras en las áreas de salud, educación e infraestructura, podría ser la mayor medida adoptada hasta el momento con respecto al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, el acuerdo internacional destinado a reducir a la mitad la pobreza extrema, la enfermedad y el hambre para el año 2015.

Durante el período 2002-2006, encabecé el Proyecto del Milenio, de las Naciones Unidas, que propendía a cumplir los objetivos de desarrollo del milenio, para el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan. Uno de los pilares del proyecto era el de "los agricultores minifundistas", referido a las familias campesinas de Africa, América latina y Asia, que trabajaban la tierra en terrenos de una hectárea o menos. Esas son algunas de las familias más pobres del mundo e, irónicamente, algunas de las que más sufren el hambre, a pesar de ser productoras de alimentos.

Sufren hambre porque carecen de la posibilidad de comprar semillas de alto rendimiento, fertilizantes, equipos de riego y otros elementos destinados a aumentar la productividad. Como resultado, lo que producen es escaso e insuficiente para abastecer su propia subsistencia. Su pobreza provoca baja productividad agrícola, y la baja productividad agrícola empeora su pobreza. Es un círculo vicioso, que se conoce técnicamente como la trampa de la pobreza.

El equipo de trabajo contra el hambre del Proyecto del Milenio, de la Organización de las Naciones Unidas, encabezado por dos científicos de importancia mundial, M. S. Swaminathan y Pedro Sánchez, estudió el modo de romper ese círculo vicioso. Este equipo determinó que Africa podría incrementar sustancialmente la producción de alimentos si se prestaba ayuda a los agricultores minifundistas, bajo la forma de insumos agrícolas. El Proyecto recomendó un gran incremento de fondos globales destinados a este propósito. Basándose en ese trabajo y en otros hallazgos científicos relacionados, Annan lanzó, en 2004, una convocatoria para instrumentar una Revolución Verde en Africa, basada en una sociedad expandida entre Africa y los países donantes.

Muchos de nosotros, y particularmente el actual secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, hemos trabajado duramente para hacer posible ese propósito, y Ban ha subrayado repetidamente la situación de emergencia especial que representan las crisis alimentaria, financiera y energética de los últimos dos años. El anuncio del G-8 refleja estos años de esfuerzo y, por supuesto, el respaldo del liderazgo del presidente de Estados Unidos, Barack Obama; del presidente del gobierno español, José Luis Zapatero; del primer ministro australiano, Kevin Rudd; del presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick; del comisionado europeo, Louis Michel; del parlamentario europeo Thijs Berman, y otros.

Ahora, la clave es lograr que este esfuerzo funcione. Las enseñanzas de la historia son muy claras. Suministrar semillas y fertilizantes a los pequeños agricultores a precios subsidiados con subvenciones importantes (o incluso gratis en algunos casos) propiciará una situación muy distinta y cambiará las cosas de manera duradera. No sólo aumentará el rendimiento de las cosechas a corto plazo, sino que las familias de agricultores emplearán sus ingresos más altos y su recuperada salud para procurarse otras mejoras: más ganancias, nutrientes y abonos, animales, y garantizar la salud y educación de sus hijos.

A su vez, esos beneficios permitirán que los mercados locales de crédito, tales como los de microfinanciación, empiecen a funcionar. Los agricultores estarán en condiciones de comprar insumos, ya sea con su propio dinero o con créditos otorgados sobre la base de su solvencia recientemente adquirida.

Ya se ha logrado un consenso sobre la necesidad de asistir a los minifundistas, pero aún existen obstáculos. Tal vez el mayor riesgo es que las "burocracias asistenciales" disputan entre sí para apoderarse de esos 20.000 millones de dólares, de manera que gran parte de ese dinero se gasta en reuniones, consultas con expertos, gastos estructurales, informes y más reuniones. Las "sociedades" de donantes pueden convertirse en un costoso fin en sí mismo y postergar así las acciones concretas.

Si los gobiernos donantes realmente quieren resultados, deberían sacar el dinero de las manos de las treinta o más burocracias asistenciales y reunirlo en uno o dos sitios: los más lógicos serían el Banco Mundial de Washington y el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA) de Roma. Una de estas agencias, o las dos, tendrían en ese caso una cuenta de varios miles de millones de dólares.

Los gobiernos de las regiones azotadas por el hambre, especialmente Africa, deberían presentar entonces planes de acción nacionales que proporcionarían detalles sobre el uso que se les daría a los fondos de los donantes para obtener semillas de alto rendimiento, fertilizantes, irrigación, herramientas agrícolas, silos de almacenamiento y asesoramiento local para los empobrecidos agricultores. Un panel de expertos independientes estaría a cargo de examinar los planes nacionales para comprobar su coherencia científica y administrativa. Suponiendo que un plan sea aprobado, el dinero necesario para ponerlo en práctica sería desembolsado rápidamente. Después, cada programa nacional sería monitoreado, auditado y evaluado.

Este enfoque es directo, eficiente, responsable y científicamente sólido. Dos recientes historias de asistencia exitosa han empleado este enfoque: la Alianza Global de Vacunas e Inmunizaciones, que ha logrado inmunizar exitosamente a niños de corta edad, y el fondo global contra el sida, la tuberculosis y la malaria, que apoya los planes de acción nacionales para combatir estas letales enfermedades. Ambos programas han salvado millones de vidas durante la década pasada, y han preparado el camino hacia el logro de un nuevo método, más eficiente y científicamente sólido, de asistencia para el desarrollo.

No resulta sorprendente que muchas agencias de la ONU y algunas agencias asistenciales de los países ricos rechacen este enfoque. Con demasiada frecuencia, la disputa es por no perder terreno, y no sobre la manera más eficaz de acelerar la ayuda para los pobres. Obama, Rudd, Zapatero y otros líderes progresistas pueden cambiar enormemente la situación si cumplen las promesas hechas en el G-8 e insisten en que la asistencia verdaderamente sea eficaz. Es necesario pasar por alto las burocracias para llevar ayuda donde verdaderamente hace falta: a la tierra cultivada por las más pobres familias campesinas del mundo.

(Traducción de Mirta Rosenberg)


El autor dirige el Instituto de la Tierra, en la Universidad de Columbia, EE.UU.

No hay comentarios: