jueves, 2 de julio de 2009

- MAGIA... -




El análisis


Un mago sin magia



Joaquín Morales Solá
LA NACION
Noticias de Política



Los gobernadores peronistas se alejan de los Kirchner. Los senadores están más pendientes de Carlos Reutemann que del matrimonio presidencial. Los diputados ojean las agendas y leen las palabras de Francisco de Narváez y de Felipe Solá, más interesados en esas cosas que en las novedades que salen de Olivos.

"El peronismo es una bolsa de gatos y nadie conduce nada", dice un importante referente del kirchnerismo. Sólo los Kirchner parecen no haber tomado nota de la debilidad tras la derrota. Hasta Daniel Scioli tiene problemas para impedir que su convocatoria al diálogo no termine convirtiéndose en una plataforma de peronistas hablando mal y en público de los Kirchner.

Kirchner es desde el domingo un mago que perdió la magia; todos los conejos que saca de su galera están muertos. Pero insiste: dejó trascender en las últimas horas que estaba pensando en lanzar su candidatura presidencial para 2011. ¿Lo está pensando en serio? No, pero es la forma que encontró para frenar la hemorragia interna del peronismo. Cree, como Carlos Menem en 1997, que su candidatura presidencial operará como un freno para las otras ambiciones. "Sólo complicará más las cosas y no resolverá ningún problema", estalló un gobernador que lo seguía hasta el domingo.

De Narváez y Solá están pidiendo la renovación integral del peronismo, incluidas elecciones abiertas para elegir la próxima fórmula presidencial. Reutemann rectificó ayer el elogio al dialoguismo de Scioli. Ya no atiende las llamadas del gobernador bonaerense y no se reunirá con él. "Hablará en público del problema del campo, de la economía y de la gripe A", dijeron a su lado; es la mejor forma de convertirse él mismo en un presidenciable sin decirlo.

De Narváez, Reutemann y Mauricio Macri han establecido nexos de comunicación permanente. La futura fórmula presidencial saldrá, probablemente, de una combinación de esos dirigentes. Por ahora, los asusta el statu quo al que los somete el kirchnerismo, invitándolos a un diálogo entre iguales. "No podemos aceptar que Carrió y Binner terminen teniendo razón y que todos estemos juntos, como si nada hubiera pasado", señaló la fuente del peronismo disidente.

Scioli ensaya una fórmula que semeja el escenario temido por los contestatarios: hablar con todos y hacerlos iguales a todos. Tiene otras razones: el gobernador está más preocupado por su propia gobernabilidad que por los problemas del peronismo. Los intendentes del conurbano ya están hablando con De Narváez. "Hay que sumarse a él o él ganará la gobernación sin nosotros. ¿Qué será de nosotros en ese caso?", se desesperó uno de los devaluados barones del conurbano. Ellos están dispuestos a perder hasta la dignidad, pero no el poder.

Los gobernadores peronistas (varios ex kirchneristas entre ellos) conspiraban ayer para convocar al Consejo Nacional del justicialismo y, eventualmente, al Congreso, el máximo organismo de conducción partidaria. Aspiran a un proceso de elecciones internas para elegir la conducción del partido gobernante que reemplazaría a la actual mesa elegida por el dedo, otrora arrollador, de Kirchner. "La conducción de Scioli es producto de una abdicación casi monárquica. Pertenece a un tiempo que se murió el domingo", señaló un mandatario provincial.

Con todo, nada les será fácil a los disidentes y arrepentidos. Kirchner les está aplicando la receta que a ellos menos les conviene: los ningunea. Incluso la renuncia de Ricardo Jaime, ayer, no fue tanto un producto de la derrota electoral como de la inminente persecución de los jueces al funcionario kirchnerista más denunciado por presuntos hechos de corrupción. La historia es siempre así en la Argentina: las derrotas nunca vienen solas, sino acompañadas por un destino de intensos paseos judiciales.

Disidentes y arrepentidos detestan la sola idea de que ellos deban hacerse cargo desde el Congreso de todos los conflictos del país. Ya cuentan con mayorías suficientes en la Cámara de Diputados y en el Senado como para tomar importantes decisiones que enfrentarían a esenciales políticas del kirchnerismo. Podrían, por ejemplo, bajar las retenciones a la soja en un trámite casi relámpago. La Cámara de Diputados ya tiene los 20 diputados que le faltaron hace unos dos meses para tomar esa decisión. "En el Senado no se podrá contar con los senadores de La Pampa, Chubut y el Chaco en ese caso", se desmoronó un senador kirchnerista. El oficialismo quedaría en franca minoría.

Sólo una orden de los gobernadores, que vacilan entre la distancia y la abierta disidencia, encolumnaría a los dos cuerpos legislativos para derogar la ley de superpoderes que le permite a Kirchner manejar los fondos públicos a su antojo. "Esa ley es como el símbolo del autoritarismo derrotado el domingo y nadie pondrá el pecho por ella", pronosticó un kirchnerista que se bate, casi solo, en las últimas líneas de fuego parlamentarias.

No obstante, disidentes y arrepentidos creen que el Congreso debería enviar cuanto antes al Gobierno una señal de realismo con aquellos dos proyectos sobre las retenciones y sobre la derogación de los superpoderes. "Kirchner sólo entiende el idioma del rigor y no se notificará de ningún apuro con meros argumentos teóricos", explicaron. Una comprobable furia crecía entre los disidentes.

El peronismo está pendiente de dos datos electorales del domingo: la resurrección del radicalismo y la consolidación de populares figuras políticas en el espacio no peronista. "El peronismo ya no tiene la hegemonía del electorado y puede perder elecciones en cualquier momento y lugar", aceptó un importante dirigente del partido oficialista.

El sistema de poder que creó Kirchner, conduciendo un equipo asustado que se niega a llevarle malas noticias, está profundizando su aislamiento. Por ejemplo, Kirchner repitió hasta la mañana del domingo que ganaría la provincia de Buenos Aires por más de 10 puntos. Nadie lo contradecía, aunque ya nadie le creía. Ahora, Kirchner sigue dando órdenes e imaginando vanas estrategias políticas desde la casona de Olivos. Nadie tomó ni toma la decisión de advertirle que la sublevación está tocando las puertas de su palacio.

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