viernes, 28 de septiembre de 2007

- TRANSPORTES -


Viajes molestos y peligrosos


Todos los días hábiles, algo más de cinco millones de personas utilizan servicios públicos metropolitanos de transporte -ferrocarril, subterráneos y colectivos- que lejos están de garantizarles viajes seguros y cómodos. Se trata, por cierto, de una clientela cautiva, que sigue sin encontrar satisfacción a sus justificadas demandas de mejoramiento de tan imprescindibles prestaciones.

Abarrotados de viajeros durante las horas pico, bamboleantes en todo momento por deformaciones en los rieles, cargados de años y de desperfectos casi siempre subsanados a medias, desprotegidos ante la presencia de delincuentes y demorados o cancelados sin razones perceptibles para el común de los usuarios o, también, por causa de conflictos laborales a los cuales el público es ajeno, trenes y subtes comparten numerosos defectos y escasas virtudes.

Más de una vez, los trenes se quedan detenidos en algún punto de sus trayectos. Si bien esta clase de percances es más esporádica en los subtes, en ellos han ocurrido algunos incidentes de parecido tenor.

Salvo excepciones que no hacen sino confirmar la regla, los colectivos han convertido en imposible la modesta pretensión de estar al tanto de sus frecuencias, sobre todo en el caso de las nocturnas. No es raro que dos o tres vehículos circulen casi pegados, tras lo cual quienes aspiran a abordarlos deben soportar pausas no inferiores a quince minutos de espera. Tampoco tienen límite para la cantidad de pasajeros que transportan y tampoco se detienen en todas las esquinas cuando llueve o después de las diez de la noche. Ni que hablar de la falta de respeto por las sendas demarcadas para su uso o de velocidades máximas razonables, sobre todo si están circulando atrasados respecto de los horarios prefijados por las respectivas empresas.



Todas las deficiencias apuntadas son harto molestas. Convendría reparar en que varias de ellas implican, asimismo, el riesgo de provocar accidentes de imprevisible magnitud. Representan, pues, un peligro latente.

Daría la impresión de que las quejas justificadas y las denuncias fehacientes elevadas a la Comisión Nacional del Transporte (CNRT) y las intimaciones que ellas han producido caen en el vacío: así lo indica el hecho de que pocas veces son tomadas en cuenta y los inconvenientes se repiten con agraviante e ininterrumpida frecuencia.

Tanta indiferencia es peligrosa. El público así lo ha demostrado sublevándose en más de una oportunidad y provocando disturbios no precisamente leves. La violencia, es obvio, no tiene justificativos, provenga de donde provenga y sea cual fuese el motivo que la genera. Pero nadie, que se sepa, hace uso de esos servicios por mero placer. Los utiliza para atender compromisos laborales, educativos y de cualquier otra índole vinculada con su vida personal. Y también porque carece de recursos para emplear medios alternativos que le aseguren mejores prestaciones y algo más de consideración.

El Estado, que subsidia fuertemente estos medios de transporte público, tiene la obligación de intervenir y efectuar las correcciones indispensables. De esa manera, los usuarios podrían viajar con por lo menos alguna comodidad, sin molestos inconvenientes, sin demoras y sin tener que encomendarse a Dios cada vez que lo hacen.

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