domingo, 16 de septiembre de 2007

- VIDA -



La cultura de la vida


Suele pensarse que el suicidio es un acto solitario y personal: la más trágica e intransferiblemente personal de todas las acciones que puede llegar a consumar un ser humano. Sin embargo, las causas que llevan a una persona al suicidio están casi siempre asociadas a motivaciones o experiencias de carácter plural o colectivo. Concretamente, tienen que ver, en muchísimos casos, con las situaciones críticas extremas que un individuo se ve en situación de afrontar a causa de su pertenencia a una determinada realidad social o al grupo familiar que lo rodea.

Estos temas y otros no menos significativos salieron a relucir durante los encuentros celebrados en el marco del Programa Nacional de Prevención del Suicidio, organizado por el Ministerio de Salud de la Nación y presentado días atrás en la Universidad de Palermo, con la participación de profesionales de diferentes instituciones y con la colaboración activa de varias organizaciones no gubernamentales. La finalidad de esas jornadas fue alentar y promover la formación de recursos humanos, y la puesta en marcha de planes de asistencia y atención social destinados a prevenir y evitar el suicidio, un mal que, según las estadísticas internacionales, tiende a propagarse en el mundo y se ha establecido como una de las causas más frecuentes de mortalidad en numerosos países, tanto entre los adultos como entre los jóvenes.

El suicidio figura hoy entre las diez causas principales de muerte en las estadísticas generales. Todos los días se suicidan en el mundo tres mil personas. Es decir, cada 30 segundos un ser humano se quita la vida en algún lugar del planeta. Debe tenerse en cuenta, además, que por cada suicidio que se concreta hay treinta intentos que no alcanzan a consumarse.

Las tasas de suicidio se incrementaron en un 60 por ciento en el último medio siglo, especialmente en los países en vías de desarrollo. Y hoy el suicidio se cuenta entre las tres principales causas de muerte en la franja de población comprendida entre los 25 y los 34 años. Se estima que el 90 por ciento de los suicidios se origina en problemas anímicos o mentales de depresión, o en los abusos relacionados con el consumo de drogas. Sin embargo, en un alto número de casos la razón por la cual una persona se quita la vida no obedece a una causa neta o fácilmente identificable sino a una suma de perturbaciones o desarreglos, cuyo grado de influencia en la trágica determinación final no es fácil determinar o cuantificar.

Durante los encuentros celebrados se recogieron testimonios importantes, a los cuales conviene prestar atención. Uno de los expositores aportó, por ejemplo, un dato estadístico internacional de singular importancia: entre un 40 y un 60 por ciento de las personas que llegaron a consumar el acto suicida habían consultado a un médico en el curso del mes anterior. Ello invita a pensar en la necesidad de que los profesionales estén en las mejores condiciones posibles para percibir los síntomas que forman parte, habitualmente, de un cuadro depresivo o de una conducta patológica o autodestructiva.

En otro momento se señaló que "el suicidio es muchas veces un fenómeno de grupo" y se hizo notar que las características y las señales de riesgo, en relación con el suicidio, suelen aparecer con reiteración en determinados grupos familiares. Se observó también que en ciertas agrupaciones o bandas juveniles suelen asomar formas larvadas de autodestrucción física, como la tendencia de ciertos jóvenes a causarse a sí mismos cortes o lesiones en el cuerpo. En algunos casos, esas formas de autoflagelación son exigidas como requisitos para el ingreso en una determinada secta o comunidad juvenil.

La sociedad en su conjunto debe brindar su pleno apoyo al programa que se ha puesto en marcha para combatir estas nuevas modalidades de destrucción o de degradación de la vida humana. El tema del suicidio es doloroso y sombrío, pero un irrenunciable principio de responsabilidad social nos obliga a movilizar todas las energías vitales que seamos capaces de desencadenar sobre la Tierra para cerrarle el camino a esta oscura y perversa cultura de la muerte. Es altamente alentador que el esfuerzo integrado y conjunto del Estado nacional, de las distintas Iglesias, de las organizaciones no gubernamentales y de las familias se unan y se potencien en un esfuerzo compartido para defender el más alto de los valores: la vida humana.

Defender la cultura de la vida es el primer paso hacia la construcción de un mundo en el que la dignidad del hombre sea definitivamente el fin supremo de todo aquello que los individuos y los pueblos seamos capaces de imaginar, de impulsar y de legarle a las generaciones futuras. Que el espíritu de ese legado sea la vida, siempre la vida. Y que el rumor de la vida sea el único que se perciba en los interminables parajes de un mundo todavía necesitado de latidos, de voces y de sueños imposibles que se hagan realidad.

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